Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La colonia de Edimburgo

La colonia de Edimburgo

Llegué a Edimburgo con mi cursito pagado de inglés intensivo hace prácticamente un año. Tenía todo solucionado para mes y medio: academia de las caras, la vivienda gestionada por el mismo centro educativo con una «hostmother» -persona nativa a la que pagas por tu habitación y comidas-, tarjeta europea sanitaria, teléfonos de emergencia, un mapa (en papel, siempre), mi móvil y el WordReference en la tablet.

Pese al miedo al acento escocés, elegí Edimburgo porque estuve como turista y me pareció que, menos el clima, todo encajaba conmigo a la perfección: ciudad bucólica, tranquila en cuanto te alejas un poco de la Royal Mile y Princess Street, paisajes espectaculares, fácil de pasear en soledad y fácil, a la vez, de compartir con amigos al calor de una cerveza tostada y violines en directo. Una ciudad preciosa que, vista desde sus entrañas, es capaz de mostrar el demonio que lleva dentro, como lo lleva cualquier ciudad que no sea la tuya donde hayas tenido que buscarte la vida para vivir... o sobrevivir.

Cuando se acabó el curso de inglés en la academia cara pagué dos semanas más mientras buscaba «la academia barata». También prorrogué el alquiler de la casa espectacular en la que me hospedaba mi «hostmother» por dos semanas más porque mi habitación ya estaba reservada y tenía que salir por patas. Era mayo de 2015 y llevaba casi dos meses allí.

En esas dos semanas tenía que encontrar trabajo, porque la idea era quedarme entre seis mes y un año. Así que me vi con un inglés bajo -siempre crees que es medio, pero es bajo-; seis grados de máxima en la calle, el dinero justo para aguantar un mes más -el grueso de mis ahorros estaba en mi cuenta en España destinados a hipoteca y recibos- buscando casa y «applying for a job» por todos los hoteles, bares y restaurantes de la ciudad, que es donde hay mucho, pero que mucho trabajo.

Y aquí empezó a cambiar todo. Dejas de ser una alumna en una academia internacional de inglés, donde los anglosajones han encontrado un nicho de negocio millonario, a ser una inmigrante arropada por una colonia de miles de españoles en tu misma situación. Cuelgas la camisa y la chaqueta de punto y te compras una sudadera gorda con capucha. Te abres una cuenta en el banco como puedes después de estar una hora respondiendo preguntas que apenas entiendes. Pides cita para el INNS (Seguridad Social británica) a través de un «job center» y... ¡ya estás metida en el fantástico mundo de la inmigración en Reino Unido!

Según algunos medios locales escoceses, el número de españoles en la capital escocesa es de 20.000 personas y la española, la primera nacionalidad extranjera en la ciudad por detrás de la polaca. Españoles y polacos se concentran en el barrio de Leith (mis dos segundas casas después de la de la «hostmother» estaban cerca, en el entorno de Easter Road) y viven del turismo gracias a los cientos de hoteles, bares, coffee shops, tiendas de souvenirs y hostels que existen en la ciudad.

Los españoles que residen fuera tienen ganas de votar, pero algunos están desencantados con lo que pasa aquí. Nadie les cuidó en su país y fuera aún se les hace menos caso, así que miran con lejanía sus propias fronteras pese a que no pierden esa sensación de «algún día volveré». Melchor o Jose, amigos de Málaga y Alicante respectivamente, me parece que viven así. Diría que son más de Edimburgo que de aquí. Yo voté por correo en las locales y autonómicas. Me gasté nueve pounds (unos 12 euros) en el envío certificado y aún estoy esperando la devolución que solicitas y firmas.

En cuestión de trabajos, el menos valorado pese a su dureza es el de «kitchenporter», el freganchín de toda la vida, muy buscado por aquellos que no saben inglés y buscan algo rápido. Me metí a trabajar un día en una cocina por cubrir a un amigo y estuve fregando a mano con 37 grados junto a los fogones y cargando bandejas que pesaban quintales.

Mi primer trabajo estable llegó a los cuatro días de esta experiencia. Tras conseguir la cuenta bancaria y el Insurance Number (el número de Seguridad Social que te permite trabajar allí) hice una entrevista para «housekeeper», lo que viene siendo limpiadora de hotel, el reclamo para chicas que acaban de llegar y quieren salir a tiempo para ir a «la academia de inglés barata» a seguir con sus clases, a las que llegas como si vinieras de la guerra. Cuatro estrellas de hotel pagando el sueldo mínimo legal y varias sesiones de fisio (español, claro, que es más barato) para aguantar la tendinitis en los brazos y el dolor de espalda. Aquí conocí a una chica que trabajaba en los desayunos y que huyó de España con su pareja al estar ambos en paro y con un niño pequeño.

Físicamente el hotel me pudo y lo tuve que dejar. Era julio. Edimburgo a reventar y los carteles con ofertas de trabajo como setas. Me fui entonces a limpiar apartamentos con mi amiga Cris, a la que conocí en la academia barata, y compaginé por las tardes en un restaurante precioso frente al mar en la playa de Portobello cuando gané confianza con el inglés, porque con las propinas se ganaba un buen dinerillo. Es muy común buscar dos trabajos a «part time» porque con uno solo no llegas a fin de mes. Por trabajar me perdí todo el Festival de Teatro de agosto.

Cuando me cansé de esa vida me dediqué un mes a viajar por Reino Unido y a pasear por Edimburgo, que es increíble en otoño; a hacer intercambios de inglés con nativos y a volver a buscar la esencia bonita de la ciudad que casi había perdido (digo «casi» porque es tan bonita que es imposible perderla del todo).

Cogerte una excedencia y pensar «en cuanto me canse me vuelvo» es un privilegio. No todos pueden escoger y en ese caso se llama necesidad. El alejamiento de familias, la ausencia de oportunidades, las fugas de cerebros y la falta de arraigo es ya una cuestión de Estado.

Porque no es fácil. En el fondo, todos soñamos con volver, unos con más suerte que otros.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats