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¿Efecto Francisco?

El ala social de la Iglesia alicantina celebra un papado que busca las periferias y formas asamblearias en una institución que se adapta a los tiempos con enorme lentitud

¿Efecto Francisco?

El papa Francisco cumple hoy tres años como cabeza de la Iglesia católica. Un momento perfecto para estudiar si su gestión ha sido transformadora o no si el cabeza de la Santa Sede fuese el presidente de un gobierno o el dirigente de una institución civil. Pero el movimiento en una de las organizaciones más antiguas del mundo, en el centro de mando de una religión de mil millones de fieles, se detecta mejor pensando en tiempo geológico que político. Porque para la Iglesia los tres años de Francisco son en realidad tres días.

Tiempo suficiente, sin embargo, para contemplar cómo un fenómeno meteorológico actúa sobre un monolito milenario y analizar qué efecto puede tener en su estructura profunda. Parece que hay consenso en que hay un «efecto Francisco» que está atronando en la superficie -de donde los analistas extraen sus conclusiones a corto plazo, los fotógrafos sus imágenes icónicas y los periodistas sus titulares- que está percolando en el interior del material opaco y ancestral del que está compuesto la Iglesia.

Toda la sociedad, desde fieles hasta ateos, quiere mejoras en una institución que conserva una enorme influencia entre creyentes y también entre quienes desprecian la fe en un ser superior. Pero si bien el nacimiento de Jesucristo, su principal figura, marca el paso de los tiempos, la Iglesia ha demostrado que avanza por la historia con su ritmo propio. Mientras que la ciudadanía contemporánea se decepciona porque un líder plenipotenciario como el Papa dice que «yo no soy quién para juzgar a los homosexuales» a la vez que mantiene cerradas las puertas de San Pedro a los gays; los fieles que conocen cómo funciona la iglesia aguardan expectantes a las consecuencias de semejante pronunciamiento. La Iglesia cambia, pero lo hace como un macizo rocoso de dimensiones bíblicas al que las prisas de los hombres le son insignificantes. Alicante, una pequeña diócesis, es una región tan válida como cualquier otra para analizar si el «efecto Francisco» está transformando por dentro el catolicismo.

Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires antes de ser elegido pontífice el 13 de marzo de 2013, ha generado enorme expectación en los sectores más críticos con la Iglesia desde que eligió marcar su papado con el nombre del santo de los pobres, Francisco. En su esfuerzo por extender la Iglesia por abajo, actuando en la isla inmigrante de Lampedusa, en el abandono del pueblo cubano o en las fronteras norte y sur de México, ha convertido la palabra «periferia» en una prioridad para su Iglesia. El vaticanista Rodrigo Ayude, residente en Roma, considera que «el comedor en el que come con los pobres en el mismo Vaticano, el ajuste en las cuentas para sacar más dinero para ellos» y sus viajes a los márgenes donde la gente «sufre pobreza y exclusión» le confieren ante el público una «imagen de papa coherente» que actúa contra lo que describe en sus escritos como «globalización de la indiferencia» y la «cultura del descarte» donde «las personas que no producen dinero son rechazadas», en palabras de Ayude.

Es un viraje social en la política de la Santa Sede que tiene en la prensa internacional, según este periodista, un termómetro en el que se puede medir claramente la influencia de Bergoglio. «Ha trastocado la imagen de decadencia que podía transmitir la Iglesia en los últimos años y se ha convertido en uno de los líderes mundiales más influyentes para revistas como Forbes, Time o el New York Times, que ha reforzado incluso su información sobre Roma. El Papa ha logrado que la agenda católica esté en la agenda de medios», explica el periodista.

La intención de descorrer las tupidas cortinas del Vaticano para dejar que la luz disuelva corrillos de conspiradores, la «omertà» sobre la pedofilia y los negocios poco transparentes también ha atraído atención sobre su figura fuera de la Iglesia y excitación dentro de ella. En España, mientras el ala más conservadora mantiene una actitud prudente y discreta -la sustitución de Antonio María Rouco Varela en 2014 al frente del Arzobispado de Madrid por Carlos Osoro y el nombramiento de otro «cura de calle» como Juan José Omella en Barcelona se ha interpretado como un aval a las corrientes más «laboristas»-; la parte del catolicismo más interesada en combatir el hambre en el mundo que el relativismo moral de Occidente no oculta su entusiasmo con lo que ha podido ver hasta ahora de Francisco. «Ha traído una Iglesia viva, que se mancha con los problemas del mundo. Es la antítesis de la Iglesia encerrada en sí misma y con miedo a morir», explica Manolo Copés, de la Hermandad Obrera de Acción católica (HOAC) en Alicante.

Desde la sede de la hermandad en el barrio de Ciudad de Asís de Alicante, Copés habla como «simple miembro» de esta organización aunque desempeñe en ella funciones a escala europea. No tarda en detectar un efecto evidente del pontificado del primer jesuita elegido Obispo de Roma en el entorno cercano: «En mayo de 2015 se lanzó la campaña "Iglesia unida por el trabajo decente": hace cinco años hubiera sido impensable que una iniciativa como esta hubiese tenido el apoyo de la Conferencia Episcopal, y ahora lo ha tenido de la mano de Cáritas. Hay cambios que son visibles para todos», señala el miembro de HOAC.

Jaime Pérez, director de Cáritas en la diócesis Orihuela-Alicante, cuenta cómo esta organización definida como el instrumento de obra social de la Iglesia «ha alzado la voz al minuto de conocerse el pacto entre la UE y Turquía de devolver refugiados, que es en realidad un acuerdo para venderlos», denuncia sin medias tintas el laico al frente de Cáritas Alicante.

Francisco se ha distinguido en sus encíclicas y exhortos por defender un modo de vida digno y llamar a sus fieles a perder el miedo a «mancharse» y a meterse en política. Estas dos acciones lideradas por Cáritas son para Copés y Pérez «cambios claros» y prueba de que el mensaje de que «todo el mundo, desde el propio obispo hasta gente que se había distanciado de la Iglesia se ha empapado del mismo mensaje», como apunta el director de la entidad.

En las parroquias y en los centros religiosos calan los discursos contra la sociedad dominada por una suerte de anarcocapitalismo que está «matando a la gente», como apunta una catequista de la iglesia de San Esteban, y en organizaciones de tipo más intelectual y elitista como el Opus Dei realzan el mensaje de que «hay que mojarse con las periferias y dar limosna hasta que duela», como recuerda el alicantino miembro de esta prelatura y economista Claudio Martínez. ¿Están teniendo réplica los gestos hacia los más pobres que rodean la actualidad vaticana?

Otras voces dentro de la propia diócesis centran la atención en el sistema de consejo y gobierno que Francisco pretende asentar definitivamente en la mecánica de la Iglesia. El Sínodo de la Familia, un encuentro global entre laicos, sacerdotes y expertos que tuvo lugar hace unos meses en Roma y cuyas conclusiones se espera que publique la Santa Sede en cuestión de días, ha sido para el jesuita, profesor del colegio de la Inmaculada de Alicante y presidente provincial de la Conferencia de Religiosos (Confer) Pedro García una de las grandes transformaciones que ha liderado Francisco.

En un despacho para visitas del centro escolar, admite que los tiempos de la institución pueden ser difíciles de percibir, pero afirma que el cambio interno existe. «Las reformas en la Iglesia cuestan: todavía estamos asimilando cosas que nos vienen de los documentos del Concilio Vaticano II, que concluyó en 1965». El religioso de la Compañía de Jesús aporta esta idea para destacar que la institución a la que se le reclama la misma celeridad que a los gobiernos civiles está todavía digiriendo ideas extraídas hace medio siglo de un encuentro convocado porque «Juan XXIII vio con toda claridad que la Iglesia se tenía que adaptar a los tiempos».

García Vera hace hincapié en que en aquella cita clave para la historia del catolicismo se fomentó la figura del sínodo -que significa «caminar juntos»-, una suerte de asamblea eclesiástica compuesta por religiosos y laicos. Una de sus funciones era reducir la mecánica piramidal de la Iglesia, donde la visión masculina y clerical -sacerdotes y hombres- se viese matizada por la participación de fieles de otra condición. Es la misma estructura por la que ha apostado el papa Francisco para informarse sobre el modelo en crisis de la familia cristiana y buscar soluciones en grupo.

«Lo que dijo el Papa es que quería escuchar a todos y mostrar su deseo de abrirse: que en un sínodo se hagan consultas sobre la homosexualidad o se mida el nivel de opinión sobre el acercamiento que se debe tener con las personas divorciadas es sin duda algo revolucionario en la Iglesia. Eran temas completamente tabú», asegura el religioso y profesor.

Lo cierto es que como sacerdote de esta institución, de momento sólo puede ofrecer «respeto, acogida cristina y discreción» al porcentaje de homosexuales que «por simple estadística» tiene entre los 1.700 alumnos de su colegio. El jesuita sin embargo no cierra la puerta a que «en un futuro» la situación de este colectivo dentro de la Iglesia pueda cambiar.

Pero no será en el futuro inmediato. Una analista de la redacción del portal Religión Confidencial consultado por este diario asegura que se esperan pocas novedades sobre el matrimonio en la exhortación apostólica sobre la familia. «La doctrina no cambia, es decir, el "sueño de Dios" para la familia es la felicidad y el proyecto de vida en común de un hombre y una mujer abiertos a la vida. Por lo tanto, el matrimonio que ha instituido Dios desde el principio se basa en la complementariedad hombre-mujer, mujer-hombre», asegura.

Otro asunto que la modernidad espeta a la Iglesia es el papel que ocupa la mujer dentro de ella y que espera en los nuevos aires que trae Francisco una ventana de discusión. La ordenación sacerdotal de las mujeres encuentra oposición en una larga tradición de jerarquías masculinas pero es uno de los temas «amables» dentro de la carpeta de asuntos espinosos ante el que una parte importante de la Iglesia no se opone, si bien se considera poco prioritario. Desde la secretaría general de la Confer, Julia García Monge se muestra convencida de que «la Iglesia está incompleta cuando falta la mujer en los lugares de decisión» y señala que ya en tiempos de los primeros cristianos «la mujer ocupaba cargos importantes». De nuevo, la imagen del tiempo geológico ayuda a comprender cómo elementos que inciden hoy sobre la roca pueden ir acumulándose hasta erosionar finalmente la piedra.

«Sí que hay un "efecto Francisco" y está causando un impacto parecido al que tuvo San Juan Pablo II durante su pontificado dirigido a la gente de su etapa», resumen desde la web especializada. Destacan la adecuación del estilo del Papa a los tiempos: «El Santo Padre habla con gestos más que con palabras, aunque su lenguaje es sencillo y aunque no sea propiamente su estrategia, da titulares, algo importante en esta sociedad tan mediática que se forma y se informa a través de Twitter y mensajes rápidos».

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