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Un asesor de imagen en una peluquería

Dice que «la peluquería junta la moda en la historia, como perfecto mediador del ser humano»

Un asesor de imagen en una peluquería PEPE SOTO

«Quien crea que un buen peluquero es alguien que sabe cortar los pelos se ha quedado en el siglo pasado». Así de rotundo se manifiesta Jose (sin acento) . O sea, José Fernández Palmás.

El personaje, que no revela su edad durante la entrevista (pero se puede calcular sin métodos matemáticos complejos), fue parido en Madrid. Era el cuarto hijo de un padre leonés y de una madre asturiana, que tras su parto todavía engendraron a otras seis criaturas: la leche.

Jose (sin acento) llegó a Alicante con cuatro o cinco años, pequeñín, era el cuarto de una decena de hermanos, algunos de ellos en la recámara de la alcoba familiar.

¿Por qué llegó a Alicante? Sencillo. Su padre arribó como director del Colegio Espíritu Santo de la Organización Nacional de Ciegos (ONCE) como director. La familia se instaló en un chalecito en las entrañas de un singular y solidario auspicio. Ahí creció. Entre las aulas de un colegio del Complejo de Vistahermosa y de escasa conformidad hacia sus sentimientos creativos. Tiempo de vivir y de soñar. Y el Bachillerato en el instituto Figueras Pacheco.

Su padre, invidente y con cinco carreras universitarias en sus sesos, perdió la visión por un puñetero petardo siendo chico en una tarde de tracas. Francisco Fernández Suárez es una persona reconocida por su trabajo y por su solidaridad.

Nuestro peluquero, el hijo de Francisco, prefiere definirse como "experto en imagen". Y la verdad que este profesional piensa, trabaja y repara. Empezó barriendo espaldas y suelos con escobas o cepillos en buena fábrica, en la peluquería «Estilo», que regentaba Antonio Pérez. «La verdad es que es una magnífica persona que me enseñó muchísimas cosas del oficio», relata Palmás. Jose (sin acento) llegó a tal taller de pelos a través de un vecino de Babel que representaba e intentaba vender pelucas y peluquines de la marca «Monalisa», que incluso se anunciaba en televisión con más penas que glorias.

Sin hablar de calvos, el peluquero Palmás se independizó, viajó, aprendió y encontró las mejores formar para equilibrar los cabellos con los rostros, sus estructuras y con sus cabezas. Lleva un cuarto de siglo en libertad, en su empresa, como experto. Su primer taller abrió en la alicantina calle de San Juan Bosco, su «ópera prima». Su segunda apertura entre pelos y secadores se instaló Benalúa y la siguiente en la calle de Las Navas. Ahora su trocito de cielo se encuentra en el Boulevard Plaza. Tiene mando en plaza.

Este hombre lleva 26 años en la brecha. Solo. Buscando el equilibrio ente la belleza y la salud; con productos naturales de la tierra: barro, hierbas y aceite. Se siente feliz.

Aunque renuncia a revelar su edad, estará entorno al medio siglo. Jamás he entrevistado a una persona que oculte sus años vividos. Pero tras la entrevista envió un email que decía: «No podemos, ni debemos (si no provocaríamos una muerte segura), separar la cabeza del cuerpo, tiene que existir una coherencia, una estética, una integridad. La peluquería junta con la moda en la historia, es un perfecto medidor del ser humano, de la época, en las películas se refleja...

Pero sin fecha de caducidad. Y quien escribe es hijo de una peluquera alcoyana, Maruja Tornero, harta de poner bisoñés, de tintar canas y cardar pelitos en tiempos de penurias.

Pero manda la imagen.

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