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Primadomus, el diván de los monos

Primadomus, referente europeo en rescate de animales exóticos, abre sus puertas a un medio por primera vez

Un macaco de Berbería

Aunque los puñetazos en el cristal y los gritos que salen del interior del edificio ponen los pelos de punta al visitante, María Blázquez pasa sin inmutarse por debajo del tubo enrejado que conecta el dormitorio de los primates con la zona al aire libre. Con la expresión de una profesora acostumbrada al alboroto de los niños antes de salir al patio, comprueba los candados, avisa a su compañero por walkie de que va a abrir las compuertas y gira una manivela. Entonces el aullido de los simios se vuelve nítido y siete chimpancés de todos los tamaños y edades salen del interior del edifico al recinto vallado. Patrick, el macho alfa de este grupo, dirige una mirada de advertencia a los desconocidos sin detenerse y se introduce en la parcela en busca de comida. A todos les puede más el hambre que la curiosidad por los extraños y se adentran también en el recinto. Menos a Peggy, una joven que se mueve frente a los visitantes aullando y visiblemente excitada. Se sienta en cuclillas con las manos bajo las axilas, con los ojos clavados en los desconocidos. Su gesto de miedo es tan humano que su cuerpo de repente parece un disfraz.

En el vallado de enfrente, a unos 15 metros, otro chimpancé observa la escena. De repente, coge un tronco y lo lanza lejos. Luego se pone de pie y mira al grupo de extraños. «Ese es Antoine, está enseñándonos lo fuerte que es. Lo tuvieron vestido de niño hasta los cinco años. Creemos que aprendió a ponerse de pie en el sótano en el que le encerraron cuando empezó a dar problemas al dueño, para poder ver a otra chimpancé que había con él. Es totalmente antinatural, pero lo sigue haciendo aunque lleve más de 15 años con nosotros», lamenta la responsable de comunicación de Primadomus, Berta Alzaga. «Alejémonos un poco, se está estresando mucho», pide la portavoz.

En esta finca de 20 hectáreas situada en Villena el ritmo lo marcan los animales, no las personas. Primadomus tiene varios edificios, decenas de primates, dos tigres, cuatro leones y realiza visitas guiadas, pero está muy lejos de ser un zoo. Todas sus especies son exóticas, están amenazadas o en peligro de extinción y proceden íntegramente del tráfico ilegal, de circos abandonados, parques zoológicos decadentes y de cautiverios infames, como el de Antoine, en toda Europa. Sus módulos no son jaulas permanentes, sino secciones de una cadena donde los animales entran enfermos y asustados y salen sanos y con familia antes de ser trasladados a lugares acreditados. Y los cuidadores ni les miman ni investigan con ellos; trabajan como una especie de Gran Hermano que vigila y provee sin interferir, siguiendo una estricta política de «manos fuera» para que monos y felinos se olviden del hombre y aprendan a comportarse, por primera vez en sus vidas, como lo hace su especie en la naturaleza.

Esta clínica de desintoxicación de la cautividad marca los estándares más elevados del sur de Europa en bienestar animal, según sus responsables. Desde que empezó a funcionar en 2009, Primadomus, sede española de la fundación holandesa AAP, apadrinada por la primatóloga Jane Goodall, ha pasado de ser un santuario de primates a convertirse en el principal centro de rescate para monos y grandes felinos en el sur de Europa. Abre sus puertas por primera vez a un medio de comunicación para mostrar cómo rehabilitan y reubican a más de 40 animales cada año.

Cuidados intensivos

Suena música pop en el pasillo del «Módulo D». Miguel García, biólogo responsable del edificio de cuidados intensivos, muestra la cocina donde dos voluntarios preparan la cena sobre la encimera de aluminio: Raciones de fruta, huevo duro y verdura cuidadosamente cortada y pesada en una báscula. Parece una cocina de hospital atendida por enfermeros.

«Ponemos música para que no relacionen nuestros ruidos con su comida ni con novedades en el entorno», apunta García. «Queremos que estén pendientes de los demás animales, no de nosotros».

Abre el pasillo de las unidades de cuarentena. Ocho puertas de aluminio que dan acceso a otras ocho jaulas, desde donde los monos sólo ven árboles en el exterior y a otros congéneres en el interior. La fecha de entrada en el cartelito de su unidad dice que Calma, una macaca de Berbería que mira a los visitantes sujetándose de una anilla del techo y sentada sobre un poste, ha sido de las últimas en llegar. Está tranquila, pero las calvas que tiene en los brazos y en el lomo sugieren que no siempre ha hecho honor a su nuevo nombre.

«Se arrancan el pelo cuando están estresados. Aquí tienes que estar preparado para lo que sea. Te pueden llamar para decirte que te van a traer en unas horas a un babuino abandonado de un zoo de Córdoba o a un grupo de macacos decomisados, sin que sepas su estado de salud. Normalmente llegan en condiciones lamentables, con raquitismo», explica García.

Cuando hace tres años Primadomus decició dejar de ser un lugar de residencia permanente -un santuario­- para ser un centro de rescate y rehabilitación, su directora, Pilar Jornet, firmó dos convenios con el Estado español que les convierten en la ambulancia y en la puerta de urgencias para todos los primates y los grandes felinos que confiscan Guardia Civil y Aduanas en todo el país.

Para convertirse en la solución al problema de contrabando que habían empezado a denunciar públicamente, ofrecieron sus furgonetas adaptadas que rescatan en menos de 24 horas, un quirófano, una sala de rayos X y sus «habitaciones» de vigilancia intensiva para asumir los decomisos de primates y felinos exóticos. Era un apoyo veterinario gratuito que el Gobierno no podía rechazar.

El Estrecho de Gibraltar es ruta obligada para los contrabandistas que capturan crías de macaco de Berbería en el norte de África con el fin de venderlas como mascotas en Europa a cerca de 3.000 euros cada animal, como calcula el Seprona. Fue una de las razones para establecer Primadomus en Alicante y para ofrecer el centro a las poco preparadas autoridades españolas. Según AAP, cerca de 200 ejemplares son introducidos ilegalmente en el continente por el Mediterráneo cada año.

Anomalías

Una monita de esta especie se asoma al cristal de su unidad y detecta la presencia de gente nueva. Se queda quieta y comienza a golpearse la cara, nerviosa. «Eso es una esterotipia, el comportamiento anormal que traen del cautiverio», cuenta la portavoz. Con su autocastigo injustificado, la hembra de macaco recuerda a un interno psiquiátrico.

En parte lo es. El tráfico en jaulas o el maltrato vinculado a la explotación en negocios como la fotografía callejera deja huellas indelebles en los primates. La mala alimentación ­-«llegan algunos que sólo han comido paella, bollycao y macarrones en su vida», según la jefa de cuidadores, Olga Bellón-, los vicios -han tenido monos adictos al alcohol y al tabaco- o las heridas de las cadenas y las jaulas se recuperan; pero las lesiones en el comportamiento rara vez desaparecen del todo.

Manotearse la cara, andar de pie o, en casos más graves, autolesionarse o automutilarse son los «signos del cautiverio» de los primates y una de las principales preocupaciones de los cuidadores, según Bellón. «Se muerden la mano porque por la angustia no la reconocen como parte de su cuerpo y descargan su ira sobre ella. En algunos casos, la roen tanto que acaban dejando un muñón», cuenta la responsable de comunicación.

Pero en sus 40 años de experiencia, los etólogos de AAP han aprendido que cuando los animales sociales como los primates y los leones viven en condiciones adecuadas y con grupos de congéneres «alcanzan su máximo nivel de felicidad» y las anomalías descienden drásticamente. Por ello «nuestros esfuerzos van dirigidos a que vivan juntos en grupo», aseguran desde la fundación.

«Cubata y discoteca»

La asepsia desaparece en el edificio de socialización: serrín, charcos y desorden en el suelo indican que el movimiento es constante en este módulo. La petición de su responsable de retrasar la visita unas horas por «problemas» con los animales lo confirma.

Poco después, en pie tras el mostrador del sótano desde donde se dominan seis hileras de jaulas pequeñas interconectadas por trampillas, Sergio Blanes, encargado de la introducción de los animales, observa su comportamiento alternando su atención a los informes que manda a los etólogos en Holanda y a la pizarra donde ensaya posibles grupos estables. «Los pones juntos y es como beber cubatas en una discoteca; si se caen bien, se acercan, se huelen y se desparasitan. Si no se gustan, pueden acabar mal», cuenta riendo el cuidador.

Para trabajar se guía por los primeros datos de comportamiento recogidos en cuidados intensivos y en su propia experiencia para analizar a cada animal y buscarle pareja.

No se trata de conseguir que se apareen -casi todos los animales de Primadomus están esterilizados- sino de que se hagan compañía. Generar en cautividad algo natural en la vida salvaje requiere ciencia y práctica: La mayoría de ellos nunca ha visto a otro miembro de su especie y su único modelo social es el que artificialmente ha vivido con sus dueños. En todas las estancias de este módulo hay rastrillos de púas de plástico para separar peleas. «Son necesarias para que los animales sepan cuál es su sitio en el grupo», apunta. El Módulo C es un lugar bronco y difícil donde las heridas son muy frecuentes. A fin de cuenta, no deja de ser una casa de citas.

«Todavía no he visto dos comportamientos iguales» apunta Blanes. En siete años, el biólogo ha formado muchas parejas y muchas familias y tiene certezas políticamente incorrectas sobre la vida social de los primates. «Esto puede no sonar muy bien, pero es así: normalmente si pones juntos a dos machos no hay problema, se entienden rápido. Un macho y una hembra, depende: si no se llevan bien, probamos introduciendo una cría o un juvenil. Lo que es más conflictivo suele ser colocar a dos hembras juntas», cuenta Blanes.

Sin embargo, más que el sexo parece que lo que dificulta las últimas presentaciones en el módulo es el pasado violento que ha marcado el carácter a las tres macacas nuevas, Russo, Jessi y Viva. Esta última es además un ejemplo de supervivencia: le dieron veneno de rata para disecarla cuando al cumplir los tres años empezó a dar problemas. A Blanes le está costando dar con la fórmula para que se toleren mutuamente.

«Los primates son animales jerárquicos y no son aptos para ser mascotas: en cuanto se hacen adultos, empiezan a competir y a hacerle la vida imposible al dueño», explica la directora del centro, quien tiene asignada además la misión de generar debate y concienciación pública sobre el tráfico y el bienestar de animales en España. Su misión actual es atacar el tráfico de macacos de Berbería, cuyo último reducto en el Atlas está siendo esquilmado por el mascotismo.

Si los individuos superan las traumáticas primeras horas cerca de sus semejantes -son frecuentes las diarreas y los vómitos, cuentan los cuidadores- , Primadomus aplicará el sistema «al lado del otro», para que puedan olerse e incluso hacerse «grooming» -quitarse parásitos y limpiarse el pelo- separados por una reja hasta que puedan convivir sin separación.

Para hacer familias se aplica la misma mecánica. «Suele funcionar si presentas al nuevo y al macho dominante de un grupo», asegura Blanes.

Nueva familia

Pero como ocurre en las sociedades humanas, no siempre es el más fuerte, sino el más hábil, el que acaba siendo el amo. Nokando, un macaco más bien delgado, es el pacífico líder de uno de los grupos más estables del centro. Manda gracias a su capacidad para mediar en conflictos y a la ayuda indirecta de Juma, una cría que fue encontrada con pañales perdida por París. «Genera mucha tranquilidad en el grupo», cuenta Blanes en el vallado exterior de su edificio, con la capacidad de asombro intacta de quien disfruta su trabajo. Juma, a lomos de un compañero que la traslada a cuatro patas, dirige una corta mirada displicente a los visitantes que la observan fuera de la malla.

Cuando una pequeña sociedad de primates pasa la prueba de convivencia en los recintos abiertos de este edificio, está listo para ser trasladado a la casilla de salida, los módulos A y B, donde Blázquez y su grupo de voluntarios cuidan de las familias consolidadas, como el grupo de Patrick, o las parejas de hecho, como Antoine y su compañero Bingo, en espera de que el equipo de reubicación en Holanda encuentre un lugar apto -un zoológico de primer nivel, normalmente­- para que vivan el resto de sus días.

Un animal nacido en cautividad no debe dejar de serlo nunca, según el criterio de Primadomus. «Nosotros no reinsertamos, porque el animal puede alterar el entorno del que procede y además es probable que no consiga sobrevivir», sostiene Jornet. Así, un lugar similar a Primadomus donde se hace el mayor esfuerzo por reproducir las condiciones que necesitan para satisfacer sus instintos es todo lo que una organización con firmes principios bienestaristas pero también con los pies en la tierra puede ofrecer como compensación a estas criaturas por haber perdido el hábitat, la familia y las garras a manos de sus congéneres humanos.

La idea de «bienestar» es estricta en AAP. Sirva como prueba la decisión que la central de Almere tomó sobre Antoine, que rondando los 40 años vivía sus últimos inviernos en Holanda antes de que se decidiera trasladarlo a Villena. Llegó con su compañero, Bingo, un chimpancé encantador al que los etólogos de Holanda llamaban «intro master» por su facilidad para introducir monos nuevos en los grupos de chimpancés. De hecho, «es el único que soporta a Antoine y vive en paz con él», anota el responsable del Módulo C.

Para que el viejo primate pasara sus últimos años acompañado, la organización decidió sacrificar a su mejor relaciones públicas para que permaneciera en España con este pobre chimpancé que pasó diez años poniéndose de pie en un sótano para no sentirse solo.

En Primadomus se invierte el argumento de Tarzán: reeducar a monos que fueron arrancados de sus padres y obligados adaptarse a una jungla que no era la suya.

La gran belleza felina

Aunque la cara de la responsable de comunicación pide «por favor, que no aparezca esa comparación en el artículo», lo cierto es que los enormes vallados metálicos, el terreno frondoso de su interior y el centro de visitantes al fondo que caracterizan el paisaje en el perímetro de grandes felinos hacen imposible no pensar en las instalaciones para velociraptores de Parque Jurásico. Pero los impresionantes depredadores que viven aquí dentro todavía no se han extinguido, aunque algunas especies como el tigre y el leopardo estén gravemente amenazadas.

Con el sol cayendo sobre el patio circular abierto del edificio y la piel de los tigres bañada por la luz, resulta difícil escuchar las primeras palabras de Pablo Delgado, responsable de esta zona del centro inaugurada hace tres años. «Yo lo llamo el "Síndrome de Stendhal del Módulo E"», explica el cuidador sonriendo, «en los primeros cinco minutos que alguien pasa aquí dentro sólo tiene ojos para los animales». En efecto, Kai, un tigre de 180 kilos que se mueve haciendo un ocho sin hacer ni un ruido dentro de una jaula del tamaño de un armario absorbe la atención como un agujero negro traga materia.

Todas las unidades del centro tienen esta jaula pequeña llamada «training box». Kai está dentro porque Delgado y su compañera, Jolien Geens, tratan de pesarlo en la báscula que tiene bajo las patas. Cuando se quede quieto y puedan tomar la medida, recibirá un premio en forma de carne de pollo. Así generan los hábitos de esfuerzo y recompensa que permiten que los cuidadores y los animales se entiendan. «Para el animal es como un juego y no le causa ningún estrés», cuenta el cuidador.

El Módulo E es un donut con ocho unidades conectadas con otras tantas parcelas exteriores, de forma que cada animal o grupo de ellos -«los felinos son más individualistas y sólo los leones suelen vivir en grupos», aclara- tiene grandes espacios tanto cubiertos como al aire libre para recuperarse. Para evitar sustos y accidentes, cada cierre se comprueba varias veces y se supervisa por los dos compañeros. Y si hay que accionar la clausura rápida de una compuerta, el cuidador puede estar seguro de que no le cazará la cola al animal. «Tienen un tope para que nunca se cierren del todo», apunta Alzaga, divertida con el rigor de las nuevas instalaciones de Primadomus.

Unos metros más al noroeste de la finca, la fundación construye con la empresa de carpintería metálica de Villena con quien contrata sus trabajos técnicos los dos nuevos módulos para «big cats», en previsión de quedarse cortos de espacio en breve. Algunas de sus unidades tendrán una cobertura especial para felinos trepadores, como panteras o jaguares.

Para el tigre y su compañera Radja, así como para la pareja de leones de la primera unidad, Aya y Reza, cambiar el carromato de tres metros por dos donde estaban abandonados desde que quebró el circo francés en el que vivían por estas jaulas de oro en España les ha devuelto a la vida. Jolien recuerda el primer día que les abrieron la compuerta al exterior, todavía obesos y entumecidos por el confinamiento: «Te los imaginas ágiles y rápidos, ¿verdad? Pues este casi se cae a la charca caminando por la pasarela de ahí fuera», cuenta esta empleada de Primadomus. Pocos meses después, su estado de forma «es espectacular», admite.

Les han cuidado bien. Comen carne de caballo, «lo más parecido al antílope que le podemos conseguir», que algunos días deben obtener rasgándola de un muelle atado a un poste. Estos «enriquecimientos», como se definen los juegos, rastros y recompensas que los cuidadores de cautividad diseñan para que sus animales mantengan los instintos, simulan la caza y el desmembramiento de presas que Kai y Radja practicarían en su hábitat natural.

«Los felinos necesitan comer la carne directamente del hueso para fortalecer sus dientes con calcio; tener sitios donde afilarse las garras y entretenerse con el pelo y las vísceras de los conejos sacrificados que les damos», explica el responsable de este módulo, con emoción y cierto orgullo.

Antiguo empleado de un parque zoológico, puede comparar. «En los zoos se vuelven locos para hacer el enriquecimiento; aquí nos cuesta menos. Con un recinto de 3.000 metros cuadrados, cada día cambia. Pasan conejos, perdices, crecen hierbas... Esto les da la vida», asegura.

Pero ¿matar para alimentar a los leones en un centro de bienestar animal? Pablo se encoge de hombros. «Ese es un debate sin límite. Son depredadores, necesitan carne y esta es la mejor manera que hay de que la tengan. Para mí, aunque me pesaría, lo ideal es que no tuvieran que estar aquí; esto es solo una manera de compensar lo incompensable. El sufrimiento que les han causado toda su vida».

Tras el joven cuidador, se ve la jaula de Mohani, el primer leopardo del centro. Antes de llegar «trabajaba» en un show de magia en el país galo. Ahora, tumbado en su nuevo hogar, sobre un palé al sol de la tarde, podría jurarse que sonríe.

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