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Martínez Mojica, el primer editor de genomas

Fue la primera persona que descubrió que las bacterias utilizan un método para inmunizarse frente al virus, a modo de vacuna

Martínez Mojica, el primer editor de genomas PEPE SOTO

Francisco Juan Martínez Mojica (Elche, 1963) es el menor de una familia de zapateros. Siempre buen estudiante, primero se formó en el colegio público Vázquez de Mella y estudió Bachillerato en el instituto de Carrús. En los veranos ayudaba a su padre en la fabricación de calzado en un taller con una plantilla cercana: su madre, sus tres hermanas y dos empleados.

Siempre estuvo interesado por la ciencia. Al finalizar COU, comenzó los estudios de Biología: el primer ciclo en la Universidad de Murcia y finalizó la carrera en Valencia.

Licenciado, con ganas de trabajar y de buscarse la vida, porque, según dice, «ahí me di cuenta que el mundo del zapato no era vida», no tuvo más remedio que cumplir con la patria e instalarse durante un año en el acuartelamiento de Rabasa. De recluta pasó a escribiente en un mugriento despacho. Pensaba en el futuro. En las tardes y noches de guardia, Martínez Mojica escuchaba música y sentía cierto aroma de fiesta que salía de la Universidad de Alicante, un recinto casi desconocido para él.

Mediados de los ochenta. Recién finalizada la mili intentó buscarse la vida en cualquier rincón del campus de Sant Vicent. Dio a parar con su título en el departamento dirigido por Francisco Rodríguez Valera y empezó la tesis doctoral de la mano de Guadalupe Juez Pérez. También impartió clases en la Facultad de Medicina. Sin darse cuenta se había metido de lleno en la investigación. Viajó a universidades de Francia y Estados Unidos para completar su formación y conocimientos.

Una mañana de 1993, el científico observó una secuencia en microorganismos que se repetía muchas veces. Acaba de descubrir el CRISPR (él lo pronuncia crisper), que posibilita modificar la información genética errónea. Trabajaba con microorganismos sacados de las salinas alicantinas.

Intrigado por su presencia, comenzó una serie de investigaciones que le llevaron a identificarlas en muchos otros organismos y a desentrañar su papel en la biología: son autovacunas microbianas, fragmentos de virus y otras partículas que se alojan en el genoma de las bacterias como una memoria de la infección. Él no lo sabía, pero estaba dando el primer paso de una nueva revolución. Consiguió editar el genoma. Fue la primera persona que se fijó en unos fragmentos genéticos presentes en las bacterias y a los que nadie había prestado atención desde que en 1987 se descubrieron en la Escherichia Coli. La industria farmacéutica se disputa la patente del profesor ilicitano.

Aquellas secuencias forman parte de su equipaje vital. Más tarde del logro, el científico y miembros de su equipo -ahora dos investigadores fijos y otros dos colaboradores- de investigación detectaron que las bacterias utilizaban los bichitos como sistema inmune.

Abrió un ventanal a la investigación: el microbiólogo ilicitano reveló a la ciencia que las bacterias utilizan un método para inmunizarse ante el virus y que, por tanto, la manipulación genética puede revolucionar la lucha contra el cáncer de origen genético y enfermedades como el alzhéimer. Es decir, habilitar un mecanismo genético para luchar contra los virus invasores combinando la proteína y el ARN.

El Ministerio de Educación y Ciencia poco se implicó, pese a que sus aplicaciones en biociencia y biomedicina. «El potencial estaba claro, pero que funcionara tan bien en diferentes células animales y tan maravillosamente en seres mayores (como los humanos), eso no lo teníamos tan claro».

Dirige el Departamento de Fisiología, Genética y Microbiología de la Universidad de Alicante, donde trabaja desde hace un cuarto de siglo. Amante de la ciencia básica, en su carrera ha profundizado en el conocimiento de la regulación de la expresión genética, la estructura del ADN o la organización genómica.

Gracias a su trabajo, dos mujeres especialistas en bioquímica, Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier, recibieron este año el premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Los tres aspiran al Nobel.

Su trabajo no cesa. «Nosotros seguimos en ello, en la investigación básica; la historia nos ha dado la razón».

Sigue editando genomas.

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