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La actriz que se convirtió en gestora teatral

Marisol Limiñana se ha quedado sin sala tras el cierre de Butaca de Patio

La actriz que se convirtió en gestora teatral PEPE SOTO

Creció en la barriada alicantina de El Pla. Su padre negociaba con motos «Ducati»; su madre siempre trabajó como enfermera. Marisol Limiñana España, la segunda de cuatro hermanos, aprendió sus primeras lecciones en el colegio Ramos Carratalá y estudió BUP y COU en el instituto Jaime II.

Los suyo era el teatro, la farándula. De quinceañera se apuntó al grupo teatral Jácara. Trabajó de canguro, en una heladería en los meses de estío, de vendedora de un sinfín de variopintas promociones y hasta en la consulta de un médico para atender el teléfono y abrir y cerrar la puerta.

Ahí siguió hasta los 18 años, entre el Bachillerato y la escena. Quería saber y se marchó a Madrid. Aprendió interpretación, voz, improvisación y disciplina teatral de grandes especialistas como Guillermo Heras, Concha Doñaque, Jesús Aladrén, Ferrán Rañé, Ángel Facio, John Starsberg y Naya González, entre muchos.

Siempre autodidacta, pisó muchos teatros y locales con tarima. Impartió clases en el Círculo de Bellas Artes. Regresó a Alicante y se metió de nuevo en la familia Jácara, en la que militó durante un cuarto de siglo, entre escarceos en la enseñanza del viejo oficio de la función para niños, adolescentes y personal de avanzada edad.

Marisol ha vivido dignamente del teatro, como actriz, durante una época. Días de luz y noches de interpretación. Sus últimas escenas en el proscenio las vivió con «El Aumento», de Sergi Berbel. Éxito entre bambalinas: «Esta obra me dio muchísimas satisfacciones y más oficio». Con esta pieza recorrió junto a sus compinches países como Colombia, Brasil, Portugal, Cuba... Y media España. Sus compañeros también escenificaron el bien recibido trabajo en Santo Domingo, pero Marisol, preñada de su hijo, se quedó en casa.

Madre y actriz, esta teatrera alicantina salió de las tablas y se metió en despachos para gestionar un trocito de la escena antes de que se alzara el telón. Ha peleado en muchas batallas con políticos y gestores culturales en la búsqueda de dignos rincones para el teatro y sus peones: actores, técnicos, taquilleras y aposentadores. Ha estado en el escenario, arriba, bajo de él y en sus entrañas.

En 2006 fue nombrada directora del Teatro Arniches, en Alicante, cuando el local de la Generalitat fallecía de aburrimiento. Levantó la sala, metió actores y público. Levantó la adormecida y aburrida sala que políticos del Partido Popular dejaron al pairo en un mundo en el que la cultura quedó cubierta de ladrillos y hormigón.

Luchó, mordió. Entre sueños perdidos, un buen día la enviaron al paro en los malditos ERE de la Administración autonómica valenciana de 2013. Marisol Limiñana tuvo que volver a empezar desde el paro. Disfruta de la danza contemporánea y del flamenco, de los soles. Sabe del negocio. Conoce grupos de teatreros de calidad que permanecen en la penumbra de la fama.

Intentó trabajar por su cuenta, distribuir teatro por el mundo y vender espectáculos entre el vecindario en tiempos en los que en el país no se movía ni un títere. Vendió algunos bolos en un mercado hundido y con 21% de IVA insostenible. Poco más.

Su último trabajo llegó en el último septiembre. La empresa Butaca de Patio intentó rescatar al teatro de las tinieblas. Juanjo Llorens, José Ángel García y Ángel Sánchez, los socios del último invento de la escena, crearon Teatro del Mediterráneo, que repartió funciones variadas en el Aula Cultural de la Fundación CAM. Pese a la buena acogida de la parroquia y del público, la indiferencia de banqueros y de las instituciones públicas provocaron que el proyecto se cancelara el pasado 31 de enero.

Marisol tiene cita en pocas horas en el INEM para alistarse de nuevo al paro. Se ha quedado sin sala. Nunca ha hecho cine ni televisión, albergues para actores casi exiliados del teatro que, así, pueden volver a las tablas y ganarse el pan y la sopa.

Lucha por rescatar al teatro de sus ingenuos enemigos, después de renunciar a ser actriz y convertirse en gestora del negocio de la expresión puesto en escena y que ahora agoniza.

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