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De la investidura a los billetes de Rus

Área de descanso, semana y media

De la investidura a los billetes de Rus

Lunes

EL SUTIL MARIANO

Esta columna debe enviarse inexcusablemente al periódico antes de las ocho de la tarde de cada viernes. Sólo en dos ocasiones ha ocurrido algo destacable después de esa hora. La primera fueron los atentados de París; la segunda, la renuncia «provisional» de Rajoy a su investidura. Yo me he recuperado de este último imprevisto; en cambio, el PSOE sigue grogui tras la diabólica maniobra del presidente en funciones y no me refiero sólo a su tembloroso portavoz, que ya de madrugada balbució algunas réplicas improvisadas que no han mejorado tras el fin de semana. Instalados en la opereta de un imposible «gobierno progresista», ahora queda desnuda la contradicción de que los apóstoles del «no, no y no» al PP lo acusen de inmovilista o de «tacticismo», como si fuera el PP el que ha intentado diseñar la hoja de ruta del rey: primero Rajoy y, una vez aniquilado, ya veremos. Por cierto, «el rey tiene el deber constitucional de proponer un candidato que pueda superar la votación de investidura» (Luis López Guerra, exmagistrado del TC a propuesta del PSOE).

Martes

¿Tenemos un plan B?

El galimatías socialista hace irrelevante juzgar si el mutis por el foro de Rajoy se parapeta en la aritmética o en aprovechar el arrogante ultimátum de Iglesias a Sánchez. Según uno de esos «barones» que palmean la espalda del secretario general con una mano y con la otra sujetan una daga dentro del bolsillo del chaqué, lo ideal sería que Sánchez formara gobierno sin contar con el PP y sin exigencias de Podemos. Es decir, lo ideal es que Sánchez no forme gobierno. Ahora bien, algunos compañeros valencianos al menos muestran cierto propósito constructivo al presentarse como ejemplo de que la unión de la izquierda es posible. Esto es incontrovertible si prescindimos de detalles anecdóticos como que ellos no necesitaron cinco escaños del PNV para investir a Puig. Pero es útil ceñirse al consejo de Mónica Oltra: el «qué» es más importante que el «quién». Bien, el ministro de «plurinacionalidad» designado por Iglesias para el gobierno de coalición con el PSOE ya ha fijado su «qué»: referéndum de autodeterminación en Cataluña.

Miércoles

La luna de Valencia

Cada vez que las televisiones reproducen la voz de Rus contando billetes pienso en la orquesta de Pérez Prado mientras toca el «Mambo número 8» en un sala de fiestas de la Albufera hasta que es interrumpida por el vozarrón de un sargento de la Guardia Civil. «Nueve, diez, once, doce mil euros ¡Dos millons de peles!», rugen los compinches mientras en Moncloa suena el réquiem y no un mambo y Rajoy vaga como el sonámbulo Nixon por la Casa Blanca acosado por otras cintas, las del «Watergate». La redada de Valencia no sería mortífera en cualquier otro momento, pero es improbable tras ella que Ciudadanos y el PSOE acepten la presencia de Rajoy. Al margen del instinto depredador del político profesional, Rajoy ha sido negligente con una perseverancia intolerable y la sutura exige algo más que una gestora en Valencia o la expulsión de una docena de bandoleros. El gesto ritual que favorezca el pacto quizá sea el sacrificio de un discreto registrador para quien la tempestad siempre amainará. No contó con que antes de eso engulle a los incautos.

Jueves

La carga de la brigada pesada

El avance se inició el martes con un manifiesto firmado por un destacamento de exministros de UCD, PSOE y PP que esencialmente abogaba por una coalición PP-PSOE. Aunque tiendo

a desconfiar de las ocurrencias en las que anda implicado el tándem Bono-Zaplana, el texto rezumaba severidad y una consigna agazapada tras la tinta invisible de la retórica política: la «línea roja» con Podemos es precisamente Podemos. Tras esta escaramuza, hoy ha sonado el toque de clarín para la gran reserva estratégica del régimen de 1978: Felipe González y Aznar han comparecido en el campo de batalla. Ambos se detestan entrañablemente, pero ahora coinciden, más farragoso que de costumbre González y tan avinagrado como siempre Aznar, en que la única solución respetable pasa por un entendimiento entre PP y PSOE sin hipotecas personales. No concibo mayor elegancia para advertir a Rajoy y Sánchez de que sus carreras languidecen quizás irreversiblemente por un casi seguro veto y una conspiración con traje de faralaes.

Viernes

SOSEGAOS

El aquelarre provocado por las elecciones ha comenzado a alterar el equilibrio mental de ese magma difuso que por abreviar llamamos «Madrid» y en el que chapotean diputados, ministros, periodistas, consejeros- delegados y otras sombras entre bastidores. Ayer presencié cómo un tertuliano enrojecía peligrosamente mientras vociferaba «Rajoy es un golpista» y esto me recordó que el pasado lunes un politólogo comprometido se esforzó tan exageradamente en desmerecer a Rajoy frente a sus predecesores que de Rodríguez Zapatero sólo pudo escribir que era el único presidente invicto de la democracia. Esto es tan cierto, y tan absurdo, como destacar que Felipe González es el candidato que más elecciones generales ha perdido, tres. Sin embargo, el exabrupto «Rajoy es un golpista» era la respuesta a Rafael Hernando, portavoz del PP, quien unos minutos antes había insinuado que Podemos trama un golpe de Estado. Una de las paradojas insondables del PP es que, siendo tradicionalmente un partido con la política de comunicación de un convento de clausura, tenga como portavoz precisamente en estos momentos a uno de los charlatanes más inoportunos del universo.

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