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Los «blusas negras» que llevaron el helado hasta Asturias

Helados Alacant es fruto de la amistad de dos hombres que se hicieron a sí mismos en una época de hambre

Rubén Fernández, en el centro. información

En Ibi se sigue diciendo que «esa familia se fue a helar a tal sitio» para contar qué fue de unos vecinos del pueblo. En este municipio de la Foia de Castalla, la trazabilidad de las generaciones y gran parte de su identidad colectiva está íntimamente unida a los emigrantes del helado. Especialistas en dar sabor al hielo desde que los trabajadores de los neveros aprendieron a aromatizarlo con limón y otros sabores, los ibenses han marchado a puntos de toda la península para vivir de su dulce artesanía desde el siglo XIX.

Son los «blusas negras», llamados así por las prendas que solían usar para trabajar. Los artesanos de este pueblo de montaña que han contribuido a la alegría inocente de plazas, puertos, parques y romerías con su dulce diáspora, creando lazos entre regiones que duran hasta la actualidad.

Esta historia cuenta cómo el saber hacer de los alicantinos ha sido clave para la expansión de la artesanía primero y de la industria después del helado en algunas zonas de Asturias.

El vínculo que hoy hermana a una docena de fabricantes asturianos con otros tantos heladeros de la provincia bajo la marca Helados Alacant es fruto de la amistad de dos hombres que, gracias a la generosidad de otros, se hicieron a sí mismos en una época de hambre pero también de oportunidades.

Corrían los años 20 cuando tres amigos de Ibi, Antonio Guillem «Poldo», Vicente Guillem «Salamaro» y Claudio Peidró emprenden un viaje al norte para buscar la fortuna que ya habían alcanzado los pioneros que marcharon a Gibraltar años antes a vender helado en una de las zonas más pudientes del país.

Pudieron hacerlo con el apoyo financiero de un conocido prestamista de la localidad, llamado el Tío Borles, quien les dio crédito para empezar su actividad con «las herramientas y garrafas de hojalata que fabrican en ese momentos los hermanos Payá», recuerda el presidente de Helados Alacant, Federico García.

El éxito que tendrían años después los Payá como jugueteros alcanzará también a los pioneros de Asturias, quienes una década más tarde regentaban por separado prósperos negocios. Vicente y Claudio abrieron cada uno su heladería en Gijón, llamados La Ibense y Los Valencianos. A pocos kilómetros, Antonio decidió usar el mismo gentilicio de la región para su heladería de Avilés.

Fue aquí donde comenzó la amistad entre Poldo y Heliodoro Fernández, el patriarca de los heladeros de las comarcas de Candás, Avilés y Gijón, como recuerda Rubén Fernández, sobrino de este y gerente de la compañía de helados que sigue llevando el nombre del fundador, Helados Helio.

«Mi tío había sido minero pero no encontraba trabajo en el mineral de hierro, así que buscando ideas recordó a un compañero del servicio militar valenciano que le había hablado de vender helados en fiestas de pueblo», recuerda Rubén. No fue lo único que aprendió en el buque Príncipe don Alfonso, donde este soldado desconocido le había contado su idea. A su regreso conoció a Poldo, quien aceptó «enseñarle el oficio» antes de convertirse en amigo suyo, como recuerda el presidente de Helados Alacant.

Lo aprendido en la mili también le sirvió poco después para dejar un buen día sus barquillos y su producto artesanal tirados en mitad de la pradera y coger un fusil en plena romería de Bocines, un pueblo cuyas fiestas coincidieron ese año con el día de julio que tuvo lugar la sublevación militar de Franco.

«Cayó preso al año siguiente, compartió celda con el dramaturgo Antonio Buero Vallejo y salió libre con una amnistía en el año 44», cuenta Rubén desde Candás, un municipio a escasos kilómetros de Los Valencianos de Poldo en Avilés.

A su regreso a su tierra, Helio recuperó la garrafa, la leche y el hielo decidido a terminar de convertirse en un empresario del helado en aquella España tan necesitada de dulzor. Aprovechó el tirón de la industria de conservas de pescado de la zona -Candás concentra algunas de las conserveras más importantes del sector- para instalar una primera heladería en el puerto. El negocio creció y el emprendedor asturiano consiguió emplear a todos sus hermanos gracias al impulso inicial de sus amigos ibenses.

Durante 30 años los «Hermanos Helio» -así les bautiza la plaza que le acaba de dedicar su pueblo- progresaron como artesanos y crecieron en tecnología, como ocurría con los negocios alicantinos de Avilés y Gijón.

Pero un segundo cambio histórico habría de unir de nuevo a Helio y a la saga de los Guillem, encarnada ya en su hijo también apodado Poldo y también al frente de Los Valencianos de Avilés. Federico García recuerda el contexto: «A principios de los 70 se querían crear empresas fuertes para que pudieran competir en igualdad de condiciones con las grandes compañías europeas. Se publicó el Código Alimentario Español, que exigía a los heladeros entre otros requisitos poder producir hasta 1.000 litros a la hora. Una cantidad imposible para los artesanos», recuerda el presidente de esta compañía. A finales de los 60, los primeros grandes del sector como Camy, Frigo y Avidesa «empezaban a sacar productos con figuras Disney en el envoltorio y a hacer publicidad en televisión», recuerda Rubén como armas que «marcaban la diferencia»: Entre el mercado y la ley, se estrechaban las oportunidades para el artesano. La solución era volver a unir fuerzas.

De nuevo, los asturianos recurrieron al saber hacer de los alicantinos, esta vez aprovechando la sinergia creada años atrás por estas dos sagas de empresarios familiares que siguen en activo. La recién creada compañía de artesanos reunidos, Helados Alacant, fundada en 1972 , iba a ser el pasaporte a la modernidad que los fabricantes de Asturias iban a copiar o directamenate a asumir como paraguas bajo el que integrarse. «Helio reunió a una docena de artesanos de su zona para asistir a una reunión informativa, tras la que terminaron comprando acciones de la empresa algunos de ellos. Los demás lo hicieron años después, cuando vieron las fábricas en funcionamiento», recuerda divertido Federico García. Para Rubén, fue un logro de su tío convencer a los heladeros de Luarca o Mieres de que merecía la pena el viaje y la inversión de 50.000 pesetas para formar parte de esta familia de pequeños fabricantes. Hoy suman 250 artesanos españoles, de los cuales casi un 20% son alicantinos y una parte similar asturianos. Juntos producen a niveles de los primeros del sector.

Esta es sólo una de las historias de emprendimiento y solidaridad de los «blusas negras» alicantinos han protagonizado desde que decidieron hacer de su artesanía un medio de vida para ellos y sus nuevos paisanos.

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