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«La música clásica me merece mucho respeto, pero el jazz me da más libertad»

Enrique Llácer «Regolí». Percusionista.Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes

La Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes es un galardón que el Consejo de Ministros otorga a personas y entidades que han destacado de forma importante en el campo de la creación artística, prestando servicios señalados o fomentando notoriamente la enseñanza, el desarrollo y la difusión del arte. Todos estos requisitos confluyen en el alcoyano Enrique Llácer, más conocido como «Regolí», quien tras empezar de niño sus andanzas en la percusión de la mano de la Corporación Musical Primitiva de su ciudad natal, destacó posteriormente como batería tocando junto a figuras destacadas del jazz a nivel nacional e internacional como Gerry Mulligan o Tete Montoliu, formando parte de la Orquesta de Xavier Cugat, o protagonizando giras por Estados Unidos y Sudamérica con el cantante Raphael. Todo ello antes de ingresar en la Orquesta Nacional de España y ejercer como profesor en el Conservatorio de Madrid, siendo autor del método «La batería: técnica, independencia y ritmo».

¿Qué ha supuesto para usted la concesión de este importante galardón?

Ya tenía dos condecoraciones, aunque a nivel colectivo, concedidas a toda la Orquesta Nacional de España. La primera, precisamente, fue la Medalla al Mérito en Bellas Artes, y la segunda la Medalla del Caballero de la Orden al Mérito Civil. Este, sin embargo, es el primer premio a nivel individual, y para mí es una gran satisfacción y un enorme orgullo, porque a pesar de que ya estoy prácticamente desconectado del ambiente musical, supone un reconocimiento a una larga y dilatada trayectoria.

¿Cómo fueron sus orígenes en esto de la percusión?

Mi padre, Enrique, tenía un bar en Alcoy y allí se juntaba con cierta asiduidad un grupo de músicos a tocar y pasar el rato. Una de las piezas que interpretaban era un pasodoble y yo, que en aquella época sólo tenía dos años, ya seguía el ritmo dando golpes a una silla con una mano. Imagina si llamaba la atención que, en tono simpático, la gente decía que era el pasodoble de Enriquito, refiriéndose a mí.

¿Y a partir de ahí?

Mi tío Emilio tocaba el saxofón, y a través de él ingresé a los seis años en la banda de la Corporación Musical Primitiva siendo director Fernando de Mora, donde estudié solfeo y empecé a tocar la percusión, concretamente el redoblante. Se puede decir que llevaba la música en la sangre.

Los inicios, siendo de Alcoy y tocando en la banda, estuvieron ligados por tanto a la música de Moros y Cristianos. ¿Qué opinión le merecen ese tipo de composiciones?

Tengo un recuerdo fantástico de la música de Moros y Cristianos, y además años más tarde tuve el honor de dirigir el Himno de Fiestas, que siempre es un acto muy importante, y más para mí que siempre he presumido de alcoyano allí por donde he ido.

Y de repente, un cambio radical, en el que se decanta por la batería y pasa a formar parte de orquestas...

Sí. También empecé en eso en Alcoy, concretamente con la Orquesta Iris en el Passapoga, un local donde tocábamos música de baile, boleros, swing y pasodobles. Así estuve hasta 1952, cuando a los 18 años decidí marcharme a la aventura a Barcelona, siendo un asiduo de las famosas «jam seasions».

Sin embargo, no acabó de salir todo como esperaba, y cogió el tren hacia Madrid...

Las orquestas de Barcelona ya estaban cubiertas, con lo que quise probar suerte en Madrid, donde me fue todo mucho mejor. De hecho, se puede decir que fue allí donde empecé de verdad mi carrera, tocando la batería en salas de fiestas como Fontoria, Morocco o La Riviera, primero a cuenta de otros y después con mi propia formación, «Regolí y su Orquesta».

¿Fue ahí donde empezó a tocar con grandes figuras?

Estuve un tiempo con Bernard Hilda y su orquesta, donde siempre tocaban músicos franceses, y también con Xavier Cugat. De hecho, he sido el único español que ha tocado en su orquesta.

Una de sus etapas destacadas ha sido la que compartió con Raphael...

Sí. Estuve tocando con él tres años a finales de los 60. Nos conocimos a raíz de que coincidimos en algunas grabaciones con el sello Hispavox, y lo acompañé en una gira internacional que nos llevó por ciudades de Estados Unidos como Nueva York, Chicago o las Vegas. También por países como México, Puerto Rico o Panamá. Íbamos con una orquesta grande dirigida por el músico argentino César Gentile, y donde yo formaba parte de su equipo de confianza.

¿Cómo es Raphael en las distancias cortas?

Un cantante con mucha personalidad, y al mismo tiempo muy profesional. Puede encontrarse fastidiado, pero sale al escenario y cumple como nadie. Además, es un gran compañero.

¿Y cómo fue eso de adentrarse en el mundo del jazz, que según ha reconocido ha sido su gran pasión?

De pequeño oía una emisora italiana donde ponían jazz, y ya desde entonces me entró el gusanillo. Empecé a tocar con la Orquesta Iris en Alcoy, y posteriormente ya en cada ocasión en la que tuve oportunidad. He tenido el honor de tocar con primeras espadas como Gerry Mulligan, precursor del estilo cool, o también con Tete Montoliu, Vladi Bas, Pedro Iturralde, Joe Moro, José Toral o Ricardo Mora.

¿Tiene anécdotas de aquella época?

Recuerdo en un viaje con mi mujer a Nueva Orleans, uno de los grandes centros del jazz, que estando escuchando en un local a un grupo de músicos en directo les pregunté si me dejaban tocar. La verdad es que fue un éxito, porque incluso me dejaron interpretar un solo. Después, dijeron que se estaban preguntando cómo tocaban el jazz en España, y que la duda había quedado completamente resuelta y de forma muy grata.

¿Y por qué el jazz?

Lo que más me gusta del jazz es la libertad que te da para improvisar y mostrarte creativo. Hay unos cánones que sirven de base, pero a partir de ahí, insisto, se tiene que improvisar para evitar caer en la monotonía.

¿Cómo recuerda aquellos años de orquesta en orquesta?

La vida de músico es muy dura, y yo en mis inicios apenas dormía cuatro horas al día. Trabajaba a tope, tocaba jazz, después grababa y al final daba clases. Pero tenía que trabajar a destajo, no decir que no a nada, porque en caso contrario te dejaban de lado.

¿Compensaba?

A nivel económico compensaba, y también a nivel profesional, porque tenía la suerte de estar trabajando en lo que me gustaba.

¿Fue esa vida frenética lo que le impulsó a dar un cambio radical y acercarse a la Orquesta Nacional de España?

En cierto modo sí. Pensé que ya lo había conseguido todo y tenía ganas de no viajar tanto y tener un poco más de tranquilidad. Así que decidí aprovechar todas las enseñanzas que había acumulado a lo largo de mi trayectoria para entrar por oposición en la Orquesta Nacional en 1972.

¿Fue sencillo?

La verdad es que no fue fácil, porque la exigencia para entrar en una formación de este nivel es mucha. De todas formas, hice una buena oposición y, tras permanecer un tiempo como interino, finalmente fui contratado primero como percusionista, y después más centrado en los timbales. De hecho ejercí como solista desde 1973 hasta mi jubilación en 1999.

También se atrevió con la composición...

Efectivamente, tuve la suerte de que la Orquesta Nacional estrenara cinco obras mías, y además en distintos países.

Otra de sus facetas ha sido la de profesor, concretamente en el Conservatorio de Música de Madrid, siendo autor además de un método muy reconocido para aprender a tocar la batería. ¿Por qué decidió elaborarlo?

Tenía alumnos y, sin embargo, no contaba con métodos actualizados. Sólo había uno del batería conocido como el Chispa, que sin embargo era muy escueto. Fue por ello por lo que decidí elaborar este método que les resultó útil a muchos alumnos, porque mi intención era la de impartirles las enseñanzas que yo había recibido durante mi trayectoria profesional.

A lo largo de todo este tiempo ha tenido la oportunidad de recorrer casi todos los campos de la música. ¿Con cuál se quedaría?

Yo soy del convencimiento de que no hay ninguna música menor, lo que existen son músicos menores. Cuando la música se interpreta bien, no hay problema. Respecto a mi trayectoria, la música clásica que he interpretado con la Orquesta Nacional me merece el máximo respeto por lo grande que es, hay que adaptarse a lo escrito en las partituras y tratar de entender lo que quería el compositor. El jazz, en cambio, te da más libertad.

¿Con cuál se quedaría?

Yo me quedaría con el jazz. Es mi debilidad, por lo que he dicho, te hace sentirte más libre para expresar lo que tú eres.

¿Qué opina de la música actual?

Me merece todo el respeto, aunque quizá se haya perdido un poco de sensibilidad. Está todo muy atado y, al contrario de lo que pasa con el jazz, no hay tanta libertad.

A sus 81 años, ¿ya ha desconectado por completo?

Totalmente. El día que me jubilé escondí las baquetas y hasta hoy, en que soy completamente feliz compartiendo mi vida con mi mujer. En la Orquesta Nacional de España me pedían que continuara, pero yo soy muy exigente conmigo mismo y siempre he querido mantener e incluso incrementar mi nivel. Entré por la puerta grande y por ella he salido.

Y por último, una curiosidad. ¿Por qué «Regolí»?

El «regolí» es un juego muy antiguo, en el que se empleaban los huesos de melocotones a modo de canicas. Mi abuelo era todo un campeón, y por eso le llamaban «Regolí», un apodo que heredamos mi padre y yo.

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