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Miguel Sarceda: El traumatólogo de la resistencia

Quiso ser misionero pero se hizo médico para no renunciar a las mujeres. Miguel Sarceda Bruzos es el traumatólogo de la resistencia

Miguel Sarceda: El traumatólogo de la resistencia PEPE SOTO

Hijo de gallegos. De padre dentista y parido por una madre resistente. Sus primeros años transcurrieron en el barrio madrileño de Chamberí. El muchacho pasó un largo desfiladero de variopintos colegios y estudió Bachillerato en el Ramiro de Maetzu. Un lujo de penas. Hasta la pubertad siempre quiso ser misionero: ayudar a las gentes más jodidas que veía a través de la televisión. Pero las mujeres y sus cosas entraron de repente en los sentimientos y en las sensaciones de Miguel Sarceda Bruzos.

Huyó de casa a los 16 años. Atormentado por la severidad de su progenitor, encontró decenas de hogares entre trabajos de diversa índole: camarero, repartidor, intérprete de francés... Y, más tarde, chófer, lector de libros para la ONCE y profesor de equitación sin saber montar a caballo. Y no estaba solo. A su lado acudieron su madre, y un hermano, 11 años menor que él. Planificaron un hogar de calma, serenidad y sosiego desde el que se podía soñar en una vida más justa y decente. La madre pasó una infancia entre algodones en una familia acomodada de Santiago de Compostela al terror vivió con su marido.

Se matriculó en Medicina. Tanto trabajo tuvieron que soportar sus espaldas y sus riñones que Miguel acabó la carrera casi en el tiempo de descuento, a los 29 años, con el episodio nacional de la mili en medio y con muchas correrías en bares y delante de los «grises» a finales de los años setenta. Su hija, Laura, nació en 1968, según relata Miguel Sarceda, «por un accidente». Tres veces preso y tres liberado al día siguiente por la policía franquista: «No militaba en ningún partido, era rojo y eso molestaba al régimen autoritario».

Entre trabajos esporádicos, Miguel Sarceda se licenció en Medicina en la Complutense. Debutó como galeno en un ambulatorio de Madrid y, poco después, ejerció de ayudante de un cirujano general.

Pensó en el futuro. Intentó ejercer la Medicina en Irán, pero el sha de Persia, Mohammad Reza Pahlaví, había huido con media fortuna del país. Aquelló no salió. Seguía atraído por el mundo árabe. Se quitó la bata y el fonedoscopio y se lío a vender cuadros de Goya, de Picasso, de Rubens y del psiquiatra Vallejo Nájera en una galería que una amiga abrió en Arabia Saudita. Tampoco salió.

Miguel tuvo que volver a empezar (hoy se llama tristemente reinventarse). Ante todo serenidad. 1979. Uno de sus tíos le prestó un apartamento en Alicante, frente al Mediterráneo. Decidió quedarse para siempre. Trabajó como médico en una clínica privada especializada en urgencias de primera instancia: dar placebos a neuróticos y analgésicos a constipados.

Aprobó el MIR y se especializó en Traumatología, en el recién estrenado Hospital de Elche, del que fue su primer médico residente. De ahí a Elda, donde hace poco tiempo se jubiló. Sigue en la brecha.

Médico cooperante de Medecins du Monde, Miguel Sarceda, ha trabajado altruistamente en Camboya, entre bombardeos y miseria. Luego fundó, junto a otros colegas, Oasis y Cham-bbáa, que centraron sus actuaciones en África: Togo, Ghana.., en operaciones en quirófanos modulares que, tiempo antes, habían dispuesto un equipo de oftalmólogos solidarios.

Este médico rojo ha tenido sus más y sus menos con la organización colegial: se negó a pagar las cuotas y acabó en manos de la Justicia. Perdió. Paga la cuotas, pero es libre.

Tranquilo. Resistente.

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