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Superados por la tecnología: la pesadilla del cambio tecnológico

El tecnoestrés se instala entre los colectivos con más dificultad para asumir el cambio

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Si puede recordar cómo era salir a la calle sin teléfono móvil, trabajar sin ordenador o si simplemente no es fan de la tecnología quizá se haya enfrentado a alguna situación de «tecnoestrés» a lo largo de su vida. Desde que internet irrumpió en nuestra vida y se apoderó del trabajo y las relaciones personales, los avances técnicos son tan rápidos que sobrepasan la capacidad de adaptación de muchas personas. Nuevos interfaces, mejoras constantes de sistemas operativos, actualizaciones en programas de gestión y apliaciones móviles, gadgets que se reinventan cada seis meses... La tecnología, espoleada por los mercados, es cada vez más exigente consigo misma y también con los usuarios. Y una minoría notable, al menos en EE UU -algunos estudios hablan de entre un 30 y un 40% de su población-, no disfruta en absoluto de esta carrera hacia la perfección tecnológica. «En los últimos 15 años hemos vivido una invasión lenta que ha terminado abarcando todas las facetas de nuestra vida. El cambio tecnológico, y el estrés que se deriva de él, no se centran en una sola cosa; desde el trabajo hasta la vida personal están rodeados de tecnología e innovaciones», asegura el ilicitano y catedrático de Psicobiología de la Universidad de Murcia José María Martínez Selva, autor del libro «Tecnoestrés».

Los nativos digitales se adaptan con naturalidad puesto que han crecido con demandas de actualización en sus móviles y videojuegos y cursado sus estudios con la asistencia de la red. Pero en la sombra de este lado brillante de la sociedad de la información, casi avergonzada por su incapacidad de adaptarse a los tiempos, una importante minoría de personas -la mayoría mayores de 50 años según los expertos, pero también de edades inferiores- se siente aplastada por la demanda de aprendizaje constante, con el agravante de no haber experimentado en los años en que se forma la idea del mundo, la infancia y la juventud, una exigencia similar por parte de las herramientas de uso cotidiano. Las dificultades para aprender se suman al rechazo interno por falta de coherencia con la visión de cómo debe ser utilizada la tecnología. Son las perfectas víctimas del tecnoestrés.

La psicóloga de la Universidad Jaume I de Castellón Cristina Botella recuerda la primera definición de tecnoestrés que ya en el año 1997 construyó el investigador Larry Rosen: «cualquier impacto negativo directo o indirecto de la tecnología en las actividades, pensamientos, comportamientos o en la fisiología de un individuo». Así, tanto el fanático como el enemigo de la tecnología pueden llegar a compartir dolencia si su relación con esta afecta negativamente a sus vidas.

Selva identifica varias contraprestaciones en el uso constante de dispositivos. «A cambio de la rapidez de las gestiones tenemos que estar pendientes de los procesos y hacerlos nosotros mismos. La comodidad de comprar desde casa puede generar estrés a mucha gente por no saber si hemos hecho buena o compra o no o si podremos reclamar y a quién», considera el psicólogo. Esta atención que demandan las nuevas operaciones colocan a algunas personas en situaciones de bloqueo y de rechazo. Mientras los tiempos avanzan, ellos se quedan en lo que conocen, al otro lado de una brecha digital que se abre cada día más.

Romina Palomba conoce bien cómo es estar al otro lado de este abismo. Profesora de informática para mayores, enseña a personas «de entre 70 y 80 años» a usar ordenadores y móviles. «La mayoría vienen porque tienen nietos, hijos o nueras que están todo el día diciéndoles que les han mandado fotos y montajes y no saben cómo verlos. Muchos hasta vienen con un smartphone de la gama más alta, regalo de sus hijos o que han comprados ellos, sin haber sabido encenderlos o usarlos» explica esta especialista que trabaja en la capital de la provincia.

Para muchos de sus alumnos, «escribir un whatsapp o abrir un vídeo en YouTube» es «una verdadera hazaña». El esfuerzo que supone aprender una tarea que saben que es sencilla para los demás genera mucho estrés a una cantidad nada desdeñable de quienes reciben estas clases. «Sobretodo los hombres pasan mucha vergüenza. Se dan cuenta de que no saben repetir el proceso de abrir la aplicación y escribir, que tienen un aparato que no saben usar. Se sienten muy vulnerables, sobre todo porque se lo está explicando una chica -porque para ellos eres una niña-. Muchos sólo te llaman una vez», cuenta la profesora.

Palomba asegura que cuando encuentran personas en su misma situación, a través de cursos o campañas oficiales, son capaces de enfocar el problema de otra manera y sentirse más capaces de afrontarlo, porque ya no tiene que ver con su capacidad particular, si no que lo perciben como un reto para toda la gente de su edad.

De las grandes compañías del sector servicios se extiende la idea de que hay que hacer los procesos más eficaces para tener mayor productividad y más beneficios. Su capacidad de generar puestos de trabajo legitima sus fines y sus medios. Y están marcando los tiempos en el mundo de la empresa. Hoy nadie duerme en el sector terciario: hay que innovar constantemente para competir.

Desde la sede en Alicante de la consultora Everis, especializada en sistemas, aseguran que «el cambio es brutal» en los sectores más competitivos, como los servicios financieros o los seguros. Jesús Conde lleva 20 años trabajando en procesos de cambio tecnológico para grandes empresas de estos sectores. «Manda el marcado y la estrategia: se trata de captar clientes. Así se marca la tendencia a evolucionar constantemente», asegura en una entrevista telefónica.

Cambio tecnológico es incorporar novedades en software, equipos informáticos, procesos y formas de trabajo o redes de comunicación. La carrera por la eficiencia implica necesariamente contar con la plantilla que debe asumir los cambios en los tiempos que la compañía estime aceptables.

Se trata de una ley inexorable; ni los sindicatos encuentran protección para el empleado que se resiste a aprender un nuevo programa o a manejar una nueva máquina. «Es algo que debemos asumir. Si la empresa da la formación pertinente y en unas condiciones razonables, debemos cambiar con ella», admite Juan Francisco Richarte, secretario de salud laboral de UGT en l'Alacantí.

En compañías grandes, esta migración está tutelada por un equipo especialista que se encarga de que todas las partes avancen al mismo tiempo en la comprensión de las nuevas herramientas. «Las migraciones tecnológicas suelen ser apuestas de los propios directivos, que son los más activos y entusiastas. Hablamos de proyectos de varios millones», señala Conde. Si los usuarios, los empleados, rechazan el sistema las pérdidas pueden ser enormes.

De ahí surgen los «equipos de gestión del cambio», quienes garantizan que ninguna pieza del engranaje quede atrás lastrando el proyecto. «No se invierte en esto para beneficio personal de los empleados, sino porque es bueno para la compañía: hablamos de su supervivencia», matiza el consultor.

Un empleado que no pueda o no quiera trabajar con el, por ejemplo, nuevo sistema de gestión de clientes, o aprender a utilizar una tableta para relacionarse con los solicitantes de préstamos en un banco o dominar el nuevo programa para reservar billetes en una agencia de viajes probablemente atraviese por una fase de estrés laboral causado por la tecnología.

Con la salvedad hecha en las empresas del terciario avanzado, donde, como confirma el equipo de Everis Alicante, «el cambio tecnológico no sólo no es confrontado por los empleados sino que es demandado»; en el resto de sectores el tecnoestrés, entendido como «un trastorno adaptativo» que desorganiza el trabajo y fuerza a habituarse de nuevo, según Botella, se ha incluido recientemente en el catálogo de riesgos psicosociales que puede afrontar un trabajador del sindicato UGT.

Marisa Baena es secretaria de Acción Sindical en UGT-PV y cree que el tecnoestrés «no deja de ser «el estrés laboral de toda la vida generado cuando hay una mala organización del trabajo», ya que, en su opinión, «muchos cambios de sistema o de equipo se hacen sin comunicación previa, con formación superficial o simplemente a través de un manual» asumiendo que la predisposición del trabajador a integrar tecnología en su día a día hará el resto -«nos tratan como si todos fuéramos aficionados a la informática», considera Martínez Selva-.

La sindicalista pide, en una Comunidad tejida económicamente con pymes, que las empresas permitan la evaluación del impacto de estos cambios en los trabajadores dejando entrar al servicio técnico y a los delegados sindicales a supervisar el proceso. Asegura que el 80% de las empresas de la autonomía no están tomando ningún tipo de medidas para combatir el estrés tecnológico de sus trabajadores. Defiende que es un problema desconocido y difícil de denunciar por unas plantillas «con miedo de perder su puesto de trabajo».

Adaptarse o desaparecer. Algunos trabajadores eligen la segunda opción tras pasar por «situaciones de verdadero miedo y pánico», según Richarte.

Es el caso de M.M.S.S., un alicantino que sin haber cumplido aún los 60 años prefirió prejubilarse y perder en torno a un 10% de poder adquisitivo en su pensión antes que encajar el nuevo sistema que su empresa -de titularidad estatal- había introducido para gestionar usuarios. «En ningún momento lo vivió como una manera de facilitarle el trabajo. Comentaba que cada vez tenía más tareas y que le complicaban la vida con ordenadores. Se acogió voluntariamente a un ERE extintivo en el que no estaba su nombre hace unos meses», cuenta el secretario del sindicato.

El cambio tecnológico no sólo se da en puestos que demandan muchas horas de ordenador. La industria o la sanidad evolucionan constantemente con las mismas consecuencias positivas y negativas entre sus empleados.

Desde la organización sindical de la comarca se han localizado varios casos de tecnoestrés con consecuencias graves para el trabajador, quienes han preferido no dar su opinión directamente. V. G., un técnico sanitario que se reincoprporó al servicio tras una excedencia de ocho años, se encontró con que «todo el material médico, desde los electros hasta los TAC, pasando por el sistema de gestión» que usa la Generalitat, Abucasis, narra Richarte, «habían cambiado» más de lo que él estaba dispuesto a aprender. Abrumado por la situación, V. G. se prejubiló con 61 años en el año 2014.

Si en la industria ha habido un cambio tecnológico equivalente al impacto de internet en los servicios, este ha sido la implantación de los sitemas de control numérico en las fábricas y cadenas de montaje. Frente al manejo manual de tornos, fresadoras y otros sistemas de modelado de piezas, «el control numérico llegó hace 20 años como una tecnología capaz de hacer el mismo trabajo con mucha mayopr precisión y una eficicencia diez veces mayor», cuenta el profesor del centro de formación de la Federación de Empresarios del Metal de Alicante (Fempa) Carles Richarte.

Dominar este sistema requiere pasar de la manipulación directa a la supervisión del trabajo de una máquina que repite el proceso pieza tras pieza. Explica que las posibilidades de encontrar empleo para un peón u oficial de taller que no se maneje con este sistema «son bastante bajas» en la actualidad. Es, como en todos los cambios de este tipo, una preparación que suelen aceptar mejor los jóvenes que los mayores.

Richarte asesoró también a un trabajador de una cadena de montaje de Guardamar del Segura que no fue capaz de asumir el cambio. «Ni con la formación que le ofreció la empresa quiso aprender. Decía que llevaba 40 años funcionando de la otra manera. Era pura resistencia cultural. Dejó la empresa con cerca de 60 años», recuerda el sindicalista.

Casos como estos y de intensidad menor se reproducen diariamente en la provincia, convirtiendo la innovación en una pesadilla para mucha gente.

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