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Mateo todavía confía en que gire la noria

José Antonio Mateo Ferrer es feriante y presidente de su gremio en la provincia alicantina

Lleva toda la vida montado en la feria. Nació a sólo una cuadra del Teatro Principal. Su padre trabajaba como ebanista y carpintero. Tiempos de posguerra, hambre y miseria. Y la gente ya no pedía muebles ni que sanearan sus portones. El hombre no tuvo más remedio que utilizar sus escoplos, formones, mazos y gubias para ganarse las habichuelas con la fabricación de juguetes: camiones, caballitos...

La familia Mateo entró en la feria por necesidad y de sus atracciones, misterios y venta de golosinas pudo sacar adelante a sus siete criaturas. Recorrieron decenas de veces España al tiempo que la madre paría en casa, en Alicante.

José Antonio Mateo es el hijo menor. Tuvo mejor suerte que sus hermanos, pero sigue pegado a la feria y a sus problemas: preside la Asociación de Feriantes de Alicante o lo que es lo mismo, un laberinto de problemas burocráticos, sociales y de toda índole.

Sus padres cambiaron la venta de juguetes de madera en incómodos recintos por una caseta de tiro con carabina, siempre arrimados a la vida nómada, de pueblo en pueblo montados en una carreta.

El benjamín de los Mateo tuvo la fortuna de establecerse en casa de una hermana casada cuando aún no había cumplido los siete años. El muchacho estudió en los hermanos Capuchinos y Bachillerato en el instituto Jorge Juan.

Muy joven volvió a la feria. Ha regentado casetas de tiro con perdigones hacia muñequitos aupados en mondadientes, o carabinas que lanzaban tapones de corcho a indios y vaqueros; se acomodó en la tómbola, donde siempre toca: «Si no un pito una pelota».

Ha recorrido toda España, salvo Galicia. Ahora regenta un humilde tenderete en el que los visitantes al recinto tienen la oportunidad de pescar un patito de plástico a cambio de un premio simbólico.

Se le nota algo desanimado. Lleva muchos líos para atender a sus compañeros de profesión. Todos los conflictos de la comunidad feriante llaman a su puerta. «La crisis se nota en las ferias: esto no es comida, es ocio», asegura José Antonio.

Estas navidades parece que la actividad de los feriantes mejora, según dice, después de caídas de ventas de hasta el 60% en los últimos años en el recinto de Rabasa. Estos comerciantes que hacen sentir, gritar, soñar y entusiasmar a los niños en descampados tienen, según comenta Mateo, tres días buenos en Alicante: Navidad, el día del año 2016 -ya pasados- y la festividad de los Reyes Magos.

Negocios familiares con la casa a cuestas en caravanas, furgones o camiones anclados para divertir a los más pequeños que, en los nuevos tiempos, han encontrado una dura competencia en los centros comerciales o en las mismas acciones de cada municipio.

José Antonio Mateo ha disfrutado de pocos días de vacaciones, como la tropa que representa: en los tiempos en el que las norias dejan de girar y los patos salen del agua por los vientos, la lluvia y el frío, hay que reparar, limpiar y pintar los armatostes.

Los feriantes, con sus atracciones a sus lomos, son casi una especie en peligro de extinción: ya nadie quiere una vida con la casa y el trabajo a sus espaldas, y menos ahora, cuando la crisis obliga a muchos ayuntamientos a ahorrar en festejos.

¡Qué gire la noria!

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