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Retratos urbanos

El cura que a Santa María sacó de la ruina

Antonio Vivo llegó a la iglesia en 1995 - Sus contactos e insistencia han salvado el templo - Critica el conservadurismo

El cura que a Santa María sacó de la ruina

Hijo de guardia civil y costurera, Antonio Vivo Andújar pronto tuvo que soportar los traslados de su padre. De una casa cuartel a otra. Tras una breve estancia en Cartagena, la familia Vivo se alojó en Alicante. La Guerra Civil estaba sentenciada y ya quedaban pocos tiros que disparar en aquella triste contienda entre españoles. Antonio tenía 9 años. Se emplazaron en la calle San Carlos. El chaval estudió en las Escuelas Salesianas hasta los 12 años, entre estudios y correrías por el barrio.

Un día de aquellos, de charla con el cura Alejo García Sánchez, decidió ingresar en el seminario de San Miguel, en Orihuela. Tenía vocación. Tras finalizar un bachillerato elemental centrado en Humanidades y Filosofía, hizo la maleta y con una beca de la Diputación Provincial que le otorgó el entonces presidente José María Paternina se marchó a la Universidad Pontificia de Comillas para especializarse en latín y griego, en Humanidades. Se licenció en Teología. Cuando aprendía Derecho Canónigo, fue reclamado por el obispo de Orihuela Pablo Barrachina, que quería tenerlo cerquita. Antonio tenía 25 años. Debutó en el sacerdocio en la iglesia arciprestal de Santiago, en Villena. «Ha sido la experiencia más hermosa que he tenido como cura», reconoce. Allí tuvo que trabajar con personas desfavorecidas que vivían en cuevas y en chabolas. Logró que la administración de la época construyera un poblado para que aquella gente tuviera una vida más digna. Cuatro años más tarde acabó instalándose en el Palacio Episcopal de Orihuela como secretario particular del obispo. Barrachina era un hombre austero, tajante: el jefe de su trocito de la Iglesia católica en el sureste español. Pero al padre Vivo le aguardaban interesantes giros en la historia eclesiástica. La primera fue cuando el nuncio decidió que la Diócesis de Orihuela se compartiera con Alicante. Cabreo en la parroquia oriolana y ovaciones en la alicantina. Dos concatedrales y una sola diócesis. Barrachina y Vivo se trasladaron a Alicante y su primer trabajo fue construir la Casa Sacerdotal. «Pese a las negativas del nuncio, tuve que hablar con Manuel Fraga para que el Gobierno costeara parte del gastos del edificio».

Asistió con su obispo al Concilio Vaticano II y admite que el Papa Juan XXIII -su preferido- «pretendió proporcionar una apertura dialogante de la Iglesia con el mundo moderno, actualizando su ministerio sin definir ningún dogma, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemas actuales y antiguos. Aquello sólo quedó en intención». Todo sigue igual.

Entre misas, impartió Teología durante 35 cursos en las universidades pontificias de Salamanca y Burgos; también en la Facultad de Granada.

En 1995 fue nombrado párroco de la iglesia alicantina de Santa María. El edificio estaba en ruinas. Ya poco podía soportar. Antonio Vivo convenció a Eduardo Zaplana, entonces presidente de la Generalitat, para que asumiera la restauración de la iglesia en tres fases: «Gracias a él sigue en pie; invirtió más de mil millones de pesetas».

Firme y querido por sus parroquianos, opina que el descenso de las vocaciones y fieles obedece al conservadurismo de la Iglesia, que carece de sentido misionero y evangelizador.

Salimos fuera del templo: «La crisis económica ha creado incertidumbre, parados, situaciones de pobreza, desigualdad y marginalidad, en especial en los barrios de las ciudades. La Iglesia ni los partidos políticos han estado al tanto de la situación».

La Navidad, según Vivo, es una experiencia de paz, alegría y solidaridad: «Los belenes de verdad están formados por personas, no por figuras, porque su situación es más trascendental».

Desde su jubilación, el pasado 31 de octubre, es canónigo de la concatedral de San Nicolás. Es un cura urbano, como se ve en la foto, que escribe cosas para la humanidad.

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