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País de cuadrillas

Semana y media

Lunes: La tropa

Kennedy nombró embajador en la India a Galbraith, un eminente profesor de Harvard, y Rajoy a Gustavo de Arístegui, un eminente comisionista de Comillas según señalan los titulares que le han forzado a dimitir. Es coincidencia que una de las obras de Galbraith se titule simplemente «El dinero», un referente sustancial de la civilización judeo-cristiana desde el motín del becerro de oro contra Moisés, y que Arístegui haya sido sorprendido acaparando actividades dudosas en su faltriquera diplomática. Más retozón en sus impulsos dimisionarios se muestra su socio Gómez de la Serna, otro diplomático que padece la misma sobredosis de incompatibilidades lucrativas. El matiz es que Gómez de la Serna ocupa el segundo lugar en la lista del PP por Segovia y estos sobresaltos electorales exigen su correspondiente cuota de sacrificios en la pira de la ejemplaridad. Al PP le ocurre lo contrario que a los buenos ejércitos: fallan los suboficiales. Uno raramente sospecha de la integridad de los cabezas de lista, pero comienza a dudar dados los precedentes en cuanto repasa el escalafón.

Martes: Nosotros, los decentes

Tras cuatro años de onanismo monclovita, Rajoy ha perdido frescura dialéctica y traquetea por los debates como esos futbolistas que reaparecen tras una lesión. El presidente ni siquiera se molestó anoche en preparar minuciosamente la coartada de sus aspiraciones, la gestión económica, permitiendo que Sánchez exhibiera el reverso tenebroso, la quiebra social, como el auténtico legado del PP. La estrategia de Sánchez era impecablemente vistosa y adecuada a la rutina callejera: la derecha ha gobernado consolando a los pobres y protegiendo a los ricos. Pero entonces exageró brutalmente su discurso incurriendo en la descalificación. Todos sabemos que la conciencia de Rajoy flaquea con el «asunto Bárcenas», pero este borrón se diluyó en la sobreactuación de un matón de taberna. En política, las cosas son lo que parecen y nunca lo que son realmente, y Rajoy puede parecer un político holgazán, pusilánime e incluso lerdo; pero no es percibido como un «político indecente» y el exceso inoportuno de Sánchez arruinó su indiscutible victoria por aquello de que el espectador desapasionado suele solidarizarse con el agredido.

Miércoles: Charada

Tiene su chispa que Sánchez busque el tiempo perdido intentando parecerse a Pablo Iglesias mientras que a éste probablemente vaya a faltarle una semana de campaña para dejar de parecerse a sí mismo. Salvo entre los disciplinados militantes y dos columnistas no menos disciplinados, es obvio que el latiguillo «usted no es un político decente» se ha adherido a Sánchez como un cilicio provocando el efecto contrario al pretendido: hoy nadie se pregunta si Bárcenas era el alcahuete de Rajoy, sino por qué un joven agraciado y formal espumaba azufre por la comisura de los labios cuando el desarrollo del debate lo contraindicaba. Por pequeño que pueda ser el perjuicio, era obligada no la reacción de Rajoy, el presidente sigue jugando con su PIB de peluche, sino la de los otros dos actores del reparto. Y aquí aparece Iglesias lamentando el recurso al insulto, algo así como un tiburón convertido al vegetarianismo, cinco minutos después de que su compañera Colau llame «criminales» a socialistas y populares en una arenga bélica disfrazada de mitin.

Jueves: El orfeón

España es indiscutiblemente un país con sentido del humor. Aquí, «pasear» a alguien significa fusilarlo de madrugada frente al muro del cementerio y «hostiar» no es verbo eucarístico sino boxístico. Tanto acervo explica algunos comentarios en la fosa séptica de las redes sociales sobre el rotundo gancho de izquierda que un primate propinó ayer a Rajoy. Transcribo: «Donde las dan las toman: le pasa por haberle dado una colleja a su hijo». Colectivamente risueño en el templo del «dar caña», que España también es el país de las cuadrillas, sean de toreros, peones camineros o mamporreros vocacionales. Que el autor material de la fechoría suela ser el más idiota del grupo es otra tradición española. Recuerdo el caso de un cerebro criminal que ordenó a sus dos secuaces disminuidos que robaran un cerdo con el que intentaron huir saltando una tapia y no por la puerta de la finca. Los tres fueron condenados, claro. No hay grandes diferencias entre esta banda y un mastuerzo jaleado por raperos y chistosos televisivos.

Viernes: El parto de los montes

Como la campaña electoral terminó el miércoles tras el frustrado K.O. de Rajoy, la atención se ha dirigido anticipadamente al post-partido. Aunque desde el domingo está prohibido publicar encuestas, la picaresca e internet permiten acceder a las que viene realizando un periódico andorrano. La de hoy dibuja un horizonte en que la coalición de dos partidos no bastará para garantizar la investidura del candidato. Hablamos entonces de un gobierno «tripartito» y no hallo una combinación medianamente racional, ya que todos se declaran incompatibles con al menos dos de los restantes o con sus líderes, lo cual viene a ser lo mismo. O no: desde que el Duque de Wellington fue nombrado primer ministro porque nadie lograba encontrar a Robert Peel (después se descubrió que estaba en Italia), el régimen parlamentario abunda en cambalaches inimaginables días antes. La Constitución pretende dejar a salvo al monarca de estas pesadas cuestiones, pero es probable que la primera decisión relevante de Felipe VI se convierta en un interminable parto en el que ni siquiera la comadrona sepa si van a ser trillizos o la niña de Rajoy.

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