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Nada mejor que el barro para contar cosas

Ángel Casado lleva más de treinta años en el mundo del teatro de guiñoles, entre sainetes, monstruos de risa, brujas gruñonas y príncipes malos

Nada mejor que el barro para contar cosas PEPE SOTO

Es una mujer que se interesa por todo. Lleva 25 años jugando con el barro. Ha ido de feria en feria, entre artesanos y comerciantes. Se ha instalado en la enseñanza. Necesita trasladar sus emociones. Trabaja, disfruta y se ensucia con el polvo de tierra y el agua. Artesana, ceramista, dibujante y cantante de blues en una vieja banda de amigos. Goya Riera asegura que no es una mujer que tan sólo pasa por la vida.

A Goya le cayó un trozo de barro entre sus manos de niña. Sólo tenía ocho años. Harta estaba de actividades extraescolares, como el judo, con su hermano, o el ballet, junto a su hermana, la chiquilla optó por aprender a dibujar y a pintar en el chalé de una profesora en el alicantino barrio de Altozano. Pero un buen día apareció en aquella academia del arte el señor Pepe, un alfarero de Agost pegado a un viejo torno y ra un horno dispuesto a cocer el fango moldeado a casi mil grados de temperatura.

«¡Eso es lo que me gusta!», exclamó la muchacha al ver que el lodo se transformaba, poco a poco, en vasijas o variopintas figuras. Sólo agua y tierra arcillosa; manos y una maquinita que giraba al impulso del pedal. Se enamoró del oficio.

Goya, entre barro y dibujos, finalizó los estudios de Bachillerato y COU y estudió Artes Aplicadas y Oficios Artísticos en Alicante. Vive de la cerámica.

Se casó joven y se trasladó a Valencia, donde continuó con su historia: dirigir con las manos la energía que el barro recibe gracias al giro de la rueda. Ahí realizó dos murales con destino a Alicante, embarazada de su hijo. Pero fuerte.

Y consiguió tener su primer taller. Entre mañanas, tardes y noches con las manos embarradas, Goya se alistó a las ferias de artesanía en una vida nómada que, con el tiempo, se instaló en los populares mercadillos medievales. «En estos mercados no puedes competir, porque a los artesanos nos cuesta mucho elaborar nuestros trabajos, mientras que otros los compran en almacenes y los venden a precios muchos más bajos», asegura Goya.

Una vida de feria en feria, en una furgoneta cargada con un torno, el horno dispuesto a cocer y cientos de aparejos para enseñar su obra en plena calle o en una plazoleta. Noches de blanco satén en el furgón y días de puñetera artesanía entre disfrazados vendedores de quesos, dulces o embutidos y algún saltimbanqui.

La charla la mantuvimos en su casa-taller, en un rinconcito de la zona norte de Alicante, perfectamente equipada como artista y artesana. Ha iniciado otra época profesional: se ha metido en la jungla de cursos de alfarería y cerámica para niños y adultos, de forma similar a la que Goya penetró de la mano del señor Pepe. Ella habla de «masters class» activas.

Ya lleva 25 años sobando el barro. Cree que puede enseñar este noble oficio parido en el neolítico, cuando aquellas gentes necesitaban recipientes para almacenar los excedentes de sus cosechas del campo.

También experimenta con el «raku», una técnica tradicional oriental de elaboración de cerámica utilitaria que enseña en el campo calentando un depósito con virutas, serrín o papeles, cuyo humo penetra en la pieza y forma a ser parte de ella.

«Quiero transmitir, comunicar y contar el chispazo que llevo dentro para que la gente se emocione», explica Goya, que, además de ceramista, escultora y pintora, canta blues con una banda de amigos, según dice, para disfrutar y que «la gente se emocione y despierte un poco de letargo».

Nada mejor que jugar con el polvo de arcilla y el agua para contar cosas.

Manos a la obra, Goya.

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