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Un debate a tres

Un debate a tres

Lunes

Judas Iscariote y Judas Tadeo

«Quien gane las elecciones debe formar gobierno». Esto es lo que dijo ayer Susana Díaz, transmutada en Mariana Díaz o Susana Rajoy, presidenta de la Junta y compañera de Pedro Sánchez. Como es evidente que el PSOE no va a ganar las elecciones, no es imprescindible un doctorado en lógica para deducir que Susana Díaz prefiere que Sánchez no forme gobierno con el apoyo de Podemos, de Ciudadanos, de ambos o de una conjunción astral de partidos nacionalistas que amenicen cuatro años con agravios, exigencias y folclore. Hace varios siglos, un rey francés rogó a Dios que le librara de sus amigos, que de sus enemigos ya se cuidaría él, y esta pulsión autodestructiva ha perseverado: los patíbulos de entonces son los congresos extraordinarios de ahora. En la agrupación más diminuta del partido más testimonial siempre se agazapa un militante dispuesto a sabotear a su líder por rencor, por interés o, más frecuentemente, por ambos motivos. Como resumió melancólicamente Adolfo Suárez al explicar su dimisión como presidente del Gobierno: «Ya no puedo convencer ni al guardia civil de la garita».

Martes

LA PRESA

Lo primero que llamaba la atención del debate de anoche era el plató. Copiaba el formato americano, con periodistas parapetados y candidatos en la soledad de un tribunal de oposiciones a maniquí. Rubricando esta tontería, la cadena convocó a seguidores de los cuatro partidos y la sensación era la de un partido de fútbol en pantalla gigante con aficiones coloridas pero respetuosas y un maestro de ceremonias que recordaba al de «Los juegos del hambre». Superados estos traumas, el debate comenzó por fin y bastaron unos minutos para comprender la ausencia de Rajoy: el PP sobraba. Incluso la vicepresidenta podría haberse ahorrado sus esfuerzos por aparecer como una Merkel pizpireta, ya que sólo Iglesias intentó zarandearla con el asunto de la corrupción. La vicepresidenta replicó con inteligencia: guardó silencio. Fue un debate a tres o, más crudamente, una cacería en la que Pedro Sánchez interpretó el papel de antílope y los otros dos el de hambrientas leonas. Durante un par de horas, el antílope fue acosado entre zarpazos y dentelladas hasta que hicieron presa en su cuello y lo derribaron. Un festín.

Miércoles

El ruido

Como era previsible, los titulares agotan el maná del «decisivo» debate del lunes y extraen sus conclusiones tras cuarenta y ocho horas de densa reflexión. La opinión común es que de Rivera se esperaba algo más, que Iglesias estuvo en su papel de desharrapado bronco pero elocuente, que Soraya logró contener los bostezos y que Sánchez abandonó el plató en camilla con destino a la UCI. A continuación, los analistas decretan que Podemos y Ciudadanos han abierto vías de agua a babor y estribor en el paquebote del PSOE y que la situación empeorará por la implacable tendencia de los electores a votar según su intuición del vencedor más probable. Es posible que todo esto sea muy sensato e incluso sociológicamente científico. Sin embargo, el debate «decisivo» de anoche fue el menos visto de cuantos se han celebrado desde que Aznar y González inauguraron la pasarela. Y el «minuto de oro» correspondió a la vicepresidenta, presente por delegación y ausente de espíritu.

Jueves

Voto de silencio

Parafraseando aquello que se decía de la marina británica, que era incapaz por sí sola de ganar una guerra pero podía perderla en un día, las campañas difícilmente sirven para ganar unas elecciones aunque sí pueden hacer que se pierdan. Basta una frase desafortunada seguida de una aclaración insuficiente para que las encuestas comiencen a reflejar el monstruo de la corrosión y los sociólogos acudan a la explicación más evidente: una palabra de más. Cuando anoche una candidata de Ciudadanos propuso en un debate subsidiario la supresión de la agravante de masculinidad en los delitos de género, todos sus oponentes olieron sangre con la saña del depredador acostumbrado a devorar restos D´Hondt. En realidad, la agravante es una antigualla franquista que el PSOE suprimió con González y rescató con Zapatero. El endurecimiento de las penas para los crímenes pasionales carece de efectos disuasorios, pero satisface instintos primitivos y por lo tanto políticamente rentables. El error de Ciudadanos ha sido contradecir ese sentimiento generalizado.

Viernes

El subcampeonato

No está confirmado que Rajoy vaya a visitar Jaramillo Quemado (Burgos), cuyos cinco habitantes no volverán a cumplir los setenta años y por lo tanto constituyen un objetivo electoral obvio para el PP. Se escribe con profusión de «elecciones trascendentales» y, desde luego, canjear un modelo bipartidista por otro «tetrapartidista» es un acontecimiento no desdeñable; pero también es anómalo que la campaña se haya convertido en una riña entre aspirantes a la segunda plaza mientras el PP disfruta de una relativa inmunidad que le permite dedicarse a visitar mercados, jugar al dominó u organizar rifas benéficas como si el 20-D estuviéramos citados en la casita de reposo y no en el colegio electoral. El resultado son ciertas extravagancias estratégicas como la ruidosa aparición de Felipe González, que se ha abalanzado sobre Iglesias y no sobre Rajoy, el elogio de Rivera al propio González en un nada sutil ninguneo de Sánchez o el error de Iglesias atacando a González, un icono para el votante socialista, y no a Sánchez, alguien prescindible para ese mismo votante. Un galimatías delicioso y Mariano repartiendo besos en Jaramillo Quemado.

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