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El misionero que secuestró a San Pablo

Este hombre secuestró la imagen de San Pablo para salvar su iglesia cuando fue misionero en Colombia

El misionero que secuestró a San Pablo PEPE SOTO

Maurilio Bianchi, criado en el seno de una familia religiosa afincada en Darfio Boario, en la provincia de Brescia, situada al norte de Italia, tras finalizar estudios de formación profesional de la rama mecánica se metió como voluntario en servicios sociales para evitar la mili y los fusiles. Tenía 18 años.

Tomó su primer billete hacia el sacerdocio alistándose en los Misioneros de la Consolata. En el seminario estudió magisterio, filosofía y teología. Entre clases y rezos, se trasladó a Colombia. En Bogotá se licenció en teología con los hermanos Jesuitas. A los 29 años fue ordenado.

Pocas sotanas y más vaqueros y camisas a cuadros en su evangelización. Su vocación estaba más clavada en la lucha social de las gentes más desfavorecidas que en su propia fe. El primer destino fue en Maríalabaja, un municipio enclavado en el norte de Colombia, en el departamento de Bolívar.

Dio a parar con su guitarra en una parroquia que atendía a una población de 50.000 habitantes, que residían en 40 municipios diseminados y pobres, que aún sobreviven a malas penas de la agricultura y de la ganadería.

Ahí se plantó: surcando los montes de María. Cinco años de pueblo en pueblo y de misa en misa, a bordo de una motocicleta Honda de 125 cc. Tenía más hambre de ayudar a la humilde gente que allí moraba que de impartir doctrina, sobre todo cuando se encontró con una parte de la población afroamericana, descendiente de esclavos y con poquito rumbo.

La misión lo envío como párroco a San Pablo, cerquita. Maurilio quería hacer trabajo comunitario inspirado en la teoría de la liberación, que como primer precepto admite la opción preferencial a los pobres y la espiritualidad. Pero la iglesia estaba en ruinas, las paredes se caían y los suelos se movían al paso de los feligreses.

El cura y misionero necesitaba 15 millones de pesos (3.000 euros) para reparar las heridas que el tiempo, la lluvia y los vientos dejaron en la capilla. Ya contaba con el apoyo del pueblo, pero necesitaba medios económicos y manos para apuntalar y sanear la iglesia.

Solo y sin ayuda, Maurilio, un sacerdote «hippie» y querido por la parroquia, secuestró la imagen del patrón del pueblo, San Pablo. La escondió a buen recaudo en su casa de Maríalabaja. El domingo 23 de agosto de 1998 los vecinos se escandalizaron al comprobar desde una ventana que su santo no estaba en el templete ni, por tanto, recibían su bendición de camino al trabajo. Las sospechas pronto se centraron en el misionero de la guitarra. Y, diente por diente, secuestraron su moto.

Tras cinco meses de cautiverio, San Pablo regresó a su iglesia. Y a Maurilio lo enviaron al corregimiento de Pasacaballos, Cartagena de Indias para cantar dos misas diarias.

La fe mueve montañas; el amor rompe barreras. Ana, una feligresa dedicada a la pedagogía, entabló mucha amistad con el misionero. «Un día me dijo que quería un hijo mío. Me quedé sorprendido. Pero la muchacha me gustaba», recuerda.

Pronto nació Samuel, su hijo. Maurilio tenía dos cosas pendientes: hablar con su familia de los nuevos acontecimientos e informar a la misión sobre su situación. Se vino a Europa y se estableció en Elche como cura mientras diseñaba con Ana el futuro de su relación.

Dejó el sacerdocio. Con todo aclarado con el clero, con su madre y hermanos, Ana y Maurilio contrajeron matrimonio civil en Cartagena, y años más tarde, se casaron por la iglesia. Viven en la barriada alicantina de Virgen del Remedio. Y son padres de tres hijos.

En el instituto trabaja como mediador socioeducativo: intenta asegurar la comunicación entre las familias y los profesores sorteando, como puede, barreras culturales o lingüísticas; de toda índole.

Maurilio sigue con su guitarra en el IES Virgen del Remedio y con su nueva misión después de haber sentido en su pellejo los siete sacramentos, hasta el aceite bendito de la extremaunción, cuando le dieron por muerto tras un grave accidente en los montes de María al arrollar con su moto a un marrano a la salida de una curva.

«No soy ateo; más agnóstico que creyente. Por ahí ando».

Hace bien su trabajo.

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