Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El titiritero que universalizó las marionetas

Ángel Casado lleva más de treinta años en el mundo del teatro de guiñoles

El titiritero que universalizó las marionetas PEPE SOTO

Su padre dejó los campos de Castilla en un pequeño pueblo de Zamora, a su rebaño, cuatro viejos aperos y se hizo funcionario para garantizar que los suyos no pasaran penalidades. La familia, poco después, se instaló en Hellín. Ángel Casado Garretas es el menor de cinco hermanos.

A los 15 años pilló una maleta de madera y se desplazó a un colegio de Teruel. Días fríos lejos de casa. Ya bachiller, Angelillo encontró trabajo como educador en un reformatorio en la localidad sevillana de Alcalá de Guadaira. Los pingües beneficios que se granjeaba le posibilitaron estudiar Trabajo Social. En los veranos se instalaba en Suiza y ejercía de freganchín en restaurantes o bares de poca monta. Aprendió francés en la cocina y en noches de blanco satén. Nunca pierde la sonrisa.

Diplomado, dio a parar con sus huesos en Zaragoza para trabajar como conductor de ambulancia en las mañanas y de camarero ya entrada la tarde. Estamos en 1979. Angelillo tenía 24 años y mucha incertidumbre. Su familia se estableció en Elche algo antes. Su padre seguía añorando el campo y dormir la siesta debajo de un árbol. Ángel, algo desconcertado, se refugió en la casa familiar. Su cuerpo y sus sesos necesitaban una tregua tras unos años de mucho trabajo y de libros. Ahí conoció a su primera novia. Pero su sangre hervía de tanta angustia. «Un día fue a la casa de una mujer que echaba las cartas y dijo que iba a tener mucha suerte. Pronto encontré trabajo pero el billete de Lotería que compré no me tocó», recuerda Ángel Casado.

La pitonisa atinó en su farol de naipes: aprobó oposiciones de bombero, de asistente social y alguna más. Acabó como educador en las escuela infantil Els Xiquets, en Alicante, en 1981.

Pocos meses más tarde, una reforma administrativa le envío al Ayuntamiento de Alicante para organizar fiestas, teatrillos, festivales, verbenas, apoyo cultural a las juntas de distrito y otros saraos que hasta su llegada organizaba el amigo periodista Tomás Ramírez. El alcalde era el socialista José Luis Lassaletta Cano.

Desde 1884 dirige el Festival Internacional de Títeres, trabajo que alternaba recorriendo barrios como animador cultural montado en un «Mobylette». Ha recorrido decenas de países con la sombra y el desparpajo de las marionetas a su espalda. Se ha hecho cargo de muchos marrones para que la fiesta acabara como Dios manda.

Luego llegó la Plataforma Cultural Móvil. Pero ya se había enamorado de los fantoches. Ángel es miembro del Consejo Mundial de Títeres, que no es un senado de locos titiriteros, sino de estudiosos de muñecos que se pueden mover con un dedo, con la mano, con el pie o suspendidos con hilos desde un madero. Ahí sigue, con sus muñecos o con cualquier parte de cuerpo o cosa que pueda transmitir sensaciones del teatro más viejo y divertido para todos los públicos.

Lo poco que sabe de vino se lo ha contado nuestro amigo José Antonio Latorre un oscense que se ha convertido en embajador del Somontano en cada paso que dan sus pies.

Angelillo vive desde siempre en Virgen del Remedio, en un dúplex, solo. Su novia, Macu, con la que lleva tres décadas, habita en el centro urbano lucentino. Uno con muñecos y la mujer entre leyes.

El hijo del ganadero también tira hacia el monte. Hace unos años la pareja compró una finca a los pies de la sierra de Mariola, «La Pebrella», donde disfrutan los fines de semana entre el aroma del tomillo y el esfuerzo de impulsar los pedales de bicicletas en un monte mágico, casi de marionetas.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats