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Tengo miedo

Los humanos llevamos toda la vida pensando que sólo nosotros tenemos miedo

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Supongo que si algo ha formado parte de nuestra forma de ser durante siglos ha sido menospreciar continuamente a los animales. Sin embargo, es error monumental porque, en el fondo, compartimos muchas más cosas de las que creemos, entre ellas, el miedo. Un hombre, un ratón, un conejo, una vaca, un león o, incluso, un tiburón, poseen o, mejor dicho, poseemos idéntica respuesta al miedo.

Imaginémonos, por ejemplo, a un zorro que intuye la presencia de un humano. Al sentir su cercanía, se quedará frío e inmóvil. Esta primera fase, tan común entre todos los animales, es conocida popularmente como «hacerse el muerto».

En esos momentos su respiración y su ritmo cardiaco bajarán y se harán más lentos. Sus pupilas se dilatarán hasta el infinito, sus músculos se tensarán y su presión arterial se disparará sin remedio. El animal permanecerá inmóvil mientras, sin poder evitarlo, todo su cuerpo comenzará a temblar de miedo.

En ese momento, dentro de su cuerpo empezarán a producirse multitud de reacciones químicas, cuyo único objetivo será preparar a su cuerpo para salir corriendo en cualquier momento.

Pero igual están pensando que todo lo anterior le está ocurriendo a nuestro amigo el zorro porque es un animal pequeño y sin una gran fuerza. ¿Qué reacción, entonces, creen que tendría, por ejemplo, un león, un tigre o un oso, ante la presencia cercana de un cazador? Evidentemente, son animales superiores en fuerza a cualquier otro, incluido el humano, pero no se engañen, sus reacciones son idénticas a las del zorro. En su caso, el miedo se produce porque han visto caer a demasiados compañeros como ellos en manos de los furtivos. Por eso, muchos animales asocian el olor humano a la muerte.

Pero sigamos avanzando en el proceso del miedo. Nuestro zorro, león, tigre, oso o, incluso, humano atemorizado, una vez superada la fase inicial de parálisis, analizará en cuestión de segundos qué es lo que ocurre después. Si el peligro permanece, entonces, tendrá que elegir entre dos opciones, pero no llegará ni siquiera a pensar o razonar cuál de las dos es mejor. Será directamente su cerebro, sin que medie proceso de raciocinio alguno, el que decida entre ambas. Es casi como si echara una moneda al aire.

A partir de ese momento pueden ocurrir dos cosas. Si actúa la parte más primitiva, es decir, la amígdala, sea cual sea el animal su reacción será el enfrentamiento. Buscará la lucha y la pelea por sobrevivir. En el lenguaje jurídico de los humanos se llama a esta reacción «legítima defensa». En el de los animales, simplemente, nos referimos a ella como «la lucha feroz por la supervivencia».

Sin embargo, como he explicado antes, aún queda otra opción. Es posible que, simplemente, el cerebro opte por la huida. Entonces, mágicamente, la química generada en la espera, es decir, durante el tiempo que ha permanecido inmóvil, hará su efecto.

Verán, una compleja molécula llamada ATP, le dará una carga extra de energía al animal. Será como una especie de «subidón inicial» que le ayudará a coger velocidad al comienzo de su huida. A esta molécula se unirán rápidamente otras sustancias químicas, también liberadas por el organismo, como la adrenalina, el cortisol o, incluso, la glucosa.

En un momento, toda la naturaleza se pondrá a trabajar con un único fin, dopar al animal para una más rápida huida. Sin embargo, desgraciadamente, no tendrá mucho tiempo para ello. Toda esa fuerza extra se acabará rápidamente y, al hacerlo, llegará, sin remedio, el agotamiento más profundo o, incluso, puede que la muerte directa por el estrés sufrido.

Y así llegamos a la siguiente pregunta ¿Puede un animal morir de miedo? Sí, de hecho está constatado que, por ejemplo, miles de personas mueren cada año de miedo en el mundo. Sólo en Estados Unidos murieron 35.000 el año pasado. En el caso de animales es igual e, incluso, en algunas especies, como pájaros, cobayas, cabras u ovejas, aún peor.

El miedo es universal para todos, pero sólo hay una cosa que nos separe.

Los humanos, hoy en día, no lo aceptan. Las personas acuden a los psicólogos y psiquiatras en busca de un remedio para superarlo e, incluso, ejércitos como el americano hacen estudios a todos sus reclutas antes de enviarles a una guerra con el objetivo de medir su capacidad de resistencia al miedo o su valentía, como mejor prefieran.

Sin embargo, para los animales, pese a todo, el miedo sigue siendo un mecanismo natural de defensa. Les permite reaccionar rápidamente ante la presencia de un peligro y, así, salvar sus vidas. Lo malo es que, a menudo, el mayor peligro que ellos tienen somos nosotros que, seguimos siendo incapaces, de comprender que los animales sienten muchas cosas igual que nosotros, entre ellas, como hoy han podido comprobar, el miedo.

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