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Golpe contra el juego sucio

Así son las redadas que combaten el negocio de las apuestas ilegales en Benidorm

Golpe contra el juego sucio

Las pantallas del Winning Post braman la retransmisión de la cuarta carrera del día. Un sexagenario en chanclas estudia su boleto, pega un último vistazo a la tele y se levanta de la terraza para ponerse a la cola con su pronóstico y dos billetes de 20 libras. Cuatro ingleses más aguardan su turno al fondo del local para ticar sus apuestas antes de que empiece la siguiente carrera. La cámara enfoca al jockey con gorra bicolor a lomos de Luimneach Abu minutos antes de que este caballo castrado de siete años se haga con la victoria sobre el césped del hipódromo de Thurles, Irlanda. Ninguno de quienes han puesto su nombre en el talón de apuestas va a celebrar su victoria esta tarde: los clientes más perspicaces se dan cuenta de que el paso decidido de dos hombres con aspecto extranjero hacia el interior del bar va a alterar el ambiente festivo de este local enclavado en la calle Gerona, en el epicentro de la zona inglesa de Benidorm. Efectivamente, el brillo de una placa dentada con el escudo de la Policía Nacional congela todo el movimiento en el mostrador de apuestas. Durante unos instantes sólo se oye la voz del comentarista recordando la espléndida jornada del jockey Richard Jhonson. «Policía Nacional. Estese quieto y no toque nada. Esto es una operación contra el juego ilegal», dice el joven agente en un inglés comprensible mientras el segundo policía, de mediana edad, desenrolla un chaleco y echa a los apostantes.

Con más sorpresa que miedo, los dos empleados se pegan a la pared dentro de la oficina blindada del local y se predisponen a obedecer. Los clientes se miran con estupefacción y vuelven a la terraza. Sobre la mesa, papeles arrugados con las apuestas manuscritas. Bajo el escritorio, una caja registradora con muchos billetes de distintos colores. Afuera, dos decenas de turistas rosáceos preguntándose por qué han cerrado la puerta y qué pasa con su dinero. En la ciudad, miles de británicos pendientes de las carreras de esta semana de la Breeder's Cup con parte de su presupuesto reservado para gastarlo en las apuestas.

Si mañana no abren, encontrarán otro local donde probar suerte. En Benidorm no hay que esforzarse mucho para dar una casa de apuestas, pero sólo con una placa como la de los agentes se puede diferenciar entre los que pagan sus impuestos y quienes operan fuera del control de Hacienda. Contamos desde dentro la cuarta operación del año contra el juego ilegal en la ciudad, un negocio opaco, espléndido y casi inmune a la acción de la policía que mueve cientos de miles de euros al año sólo en la ciudad de los rascacielos alicantina.

El canal Sky Bet está entregado durante este mes al evento hípico más importante del Reino Unido. En Benidorm, con una colonia británica equivalente al censo de Gibraltar, pocos son los bares de la zona guiri que no atraen a su clientela de temporada baja con una irresistible combinación de alcohol barato y carreras en vivo. Hoy, jueves 22 de octubre, la «copa de los criadores» hace parada en los hipódromos de Thurles, Chelmsford City, Ludlow, Carlisle y Southwell. La afición a los caballos en estos países sólo es comparable con la del fútbol: late con fuerza desde el siglo pasado alimentada en gran parte por su componente social y por la industria auxiliar de las apuestas.

David G. Cooke no es muy aficionado a los caballos pero sabe explicar el alcance de esta actividad. «Para nosotros apostar es una tradición muy arraigada. Aquí se juega a todo; desde a resultado, como en las quinielas españolas, hasta sobre quién va a marcar primero o si va a haber gol en el minuto 30», explica este anglo-hispano, portavoz del colectivo British Benidorm. En resorts masificados como este, ver carreras en tirantes y con gafas de sol tiene el aliciente de poder vivir la competición, la bebida y las apuestas con grandes grupos de compatriotas.

«En la ciudad hay máquinas de apuestas en los casinos y en casas de juego, pero la mayoría juega en locales, de forma presencial», explica una británica instalada en Benidorm. «Hay de dos tipos de corredores. Están los "bookies", que se recorren los bares y organizan las apuestas entre varias personas, más o menos como las compras de lotería de los españoles, y los locales que hacen apuestas» añade la residente. Muchos de estos establecimientos son ilegales, pero funcionan con tanta naturalidad que están lejos de ser clandestinos.

Champs Bar es como se llama la zona de juego del Winning Post, un espacio con tres locales y una terraza decorado con caballos, balones y estética deportiva que en su web se presenta como un lugar ideal para comer, beber, ver deportes y hacer «tu apuesta diaria». El local de apuestas opera sin disimulo separado de la terraza por una puerta traslúcida, en el corazón de la zona inglesa.

El lugar es idéntico al del plano que el inspector ha mostrado a los agentes en el briefing previo a la intervención. «Esto es el bar, esto del centro es la zona de apuestas y al fondo está la cafetería. Puede haber bastante gente dentro y fuera», señala el inspector. También director de operaciones de la comisaría de Alicante de la Policía de la Generalitat -agentes del cuerpo nacional adscritos a Gobernación, con el encargo de apoyar las competencias que tiene transferidas la autonomía-, dirige a los dos equipos del grupo de Espectáculos y Juego que van a intervenir hoy en dos locales de Benidorm. El Winning Post es el más grande, pero los investigadores también han detectado otro negocio de apuestas sumergido en el bar Maggie May's, dos calles más arriba.

«Entrará primero Calderón -apellido ficticio-. Yo iré con él. Al minuto, entráis vosotros», recuerda el inspector a los agentes de uniforme antes de salir. La entrada sorpresa está pensada para paralizar la actividad sin que los establecimientos puedan alertarse mutuamente de la redada.

La ciudad vive una tarde calurosa y plomiza. En las aceras de la avenida del Mediterráneo se ven toallas y carritos eléctricos. El primer grupo está cerca del Winning Post; el segundo aún no ha llegado a su objetivo. Calderón y el inspector esperan en la avenida para coordinar la entrada a las cinco en punto. «Los dos locales son del mismo dueño. Suelen estar en el Reino Unido; lo normal es que funcionen con encargados», apunta el inspector. Es la hora. Cruzan la calle, las mesas del local y entran en el Champs Bar. El joven agente se echa la mano a la cadena y saca la placa de debajo de la camiseta justo cuando alcanza el mostrador.

No han pasado dos minutos de las cinco cuando suena el teléfono. «No lo cojas», indica al empleado del local con una mano. Le pregunta a su jefe si los compañeros están ya en el Maggie May's. Los jubilados siguen allí y todavía no entienden qué pasa, esperando su turno para pagar. El otro grupo confirma por radio: ya han identificado al encargado y la caja está bloqueada. Ya tienen nada que prevenir. «Ok, puede contestar. Quédense dentro de la oficina y estén tranquilos, no les va a pasar nada».

«Está cerrado, márchense». El jefe se dirige a los clientes, que se cruzan al salir con los tres agentes de uniforme que van a realizar el registro. Llevan porra, pistola y esposas, pero no está previsto que tengan que utilizar ninguna de ellas. «El juego ilegal es un ilícito administrativo, está fuera del Código Penal. A no ser que alguien dé problemas, saldremos de allí sólo con material y sin detenidos. Se trata de impedir en lo posible que puedan seguir trabajando mientras se estudia la sanción», explica el responsable de la operación.

Uno de los policías entra en la oficina, saca la bandeja de la caja registradora y la coloca sobre un mostrador. Es una «barra de pega» que sirve para justificar la licencia. Sobre ella, unas estanterías con algunas botellas de alcohol. Colgada a su altura se ve la licencia de bar-cafetería del Ayuntamiento, concedida en enero de este mismo año. «Colocad las bandejas ahí y contad los billetes, con él delante si quiere», ordena el inspector a dos de los policías. Pacientemente van separando los billetes y las monedas -el local marca la apuesta mínima en dos euros- haciendo fajos por tipo y color.

El responsable del local, de unos cuarenta años y nacionalidad británica, resopla y presta menos atención a la contabilidad de la que le han permitido. No hace ninguna pregunta. «¿Si sabía que esto era ilegal? Bueno, pensé que estaba en una especie de zona gris de la ley española», declara el británico. Contesta con irritación. Su compañero sigue dentro de la cabina de apuestas, donde una puerta trasera con cinco cerrojos sugiere que el propietario no cuenta con nadie para proteger su caja. Las persianas blindadas, la puerta con código de seguridad y las cámaras que graban todo el local confirman que el negocio sumergido no tiene aseguradoras. El segundo empleado no abre la boca. No habla español y además es su primer día. Ni él ni su compañero tienen contrato.

Es bastante habitual que la policía implique a varios organismos tras estas redadas. A Hacienda dará traslado del juego. Gobernación valorará la incompatibilidad de licencia de cafetería con la actividad desempeñada realmente. Trabajo estudiará cómo sancionar el empleo en negro de los encargados.

Los agentes actúan con memoria muscular mientras el tercer compañero desmantela el interior de la oficina. Desmonta la torre del ordenador, la máquina de marcar talones, una estantería con las 130 apuestas que se han recogido en que va de jornada, boletos en blanco y un monitor. La escena es de concentración y silencio, roto sólo por el entusiasmo con que hablan en el canal de apuestas. «Apague eso, por favor».

En el Maggie May's no han quitado la televisión, pero la escena es la misma: tres agentes sentados en una mesa escribiendo acta detallada del material con el que se corrían las apuestas en un pequeño mostrador al lado de la barra. A su lado, retenido como testigo, un inglés en la treintena que se declara empleado del negocio y que es capaz de presentar un contrato de trabajo de camarero. En este bar cutre decorado con fotos de caballos y motivos hípicos, las medidas de seguridad son inexistentes. Al contrario que en el Winning Post, en el «sports bar más antiguo de Benidorm», como reza la fachada de este establecimiento de la calle Lepanto, se parecen temer más a la inspección de Trabajo que a los atracadores. «Que nos asalten es un riesgo que estoy asumiendo, supongo», comenta al respecto el británico, tenso pero sin perder el sarcasmo.

En los montones de dinero del Maggie May's van ganando las libras. La licencia de actividad del sitio, también de cafetería, es del año 2013. Si el alta supuso un cambio de dueño, el nuevo titular no se molestó en cambiar el nombre de este local en el que, cuatro años antes, una inspección por ruido terminó con la incautación de varias bolsas de cocaína listas para su venta al menudeo, 100.000 euros en efectivo y otras mercancías para contrabando, como tabaco o drogas farmacéuticas, según la hemeroteca. A la pregunta de si el bar había sido intervenido en alguna ocasión, responde un breve «posiblemente». Lleva un año allí.

Le cuesta contestar también a las preguntas que le hace el policía. «Qué mala memoria tienes», le espeta sonriendo el agente. Se relaja. Les ofrece una bebida que los agentes rechazan mientras siguen contando. Hay una tensión en el local que no deja de ser amable.

«Banco del Ulster, Northern Bank, Royal Bank of Scotland, Bank of England... 1.099 libras de diferentes bancos y 786 euros», resume el agente encargado de la operación en el Maggie May's. En Benidorm, los ingleses cambian sus libras por más dinero del que obtienen en las oficinas de su país, por lo que cualquier tipo de libra esterlina puede servir como segunda moneda en la ciudad. «Puedes comprar coches, muebles y hasta pagar en algunos sitios con libras», explica el portavoz de la colonia británica. En el primer local, la caja se ha intervenido con 4.280 euros y 1.210 libras.

A las seis y media, los agentes cargan los coches con el material incautado y dejan una copia del acta a los responsables de ambos locales. Un camarero en una pizzería vecina mira disimuladamente. La encargada de la bocatería frente al Maggie May's también observa. Dicen que no sabían que en el local se apostara de forma fraudulenta. Sin embargo, la encargada de un pub próximo lo desmiente. «Lo de las apuestas lo sabe todo el mundo».

«Mañana volverán a abrir. Puede que incluso esta tarde», ríen los policías. Se felicitan por el trabajo y se ponen como objetivo mejorar el inglés. No es ironía.

Un paseo por el rincón de Loix una semana más tarde es como volver al jueves 22 antes de las cinco de la tarde. La Breeder's Cup sigue emocionado y los clientes del Winning Post piden sus bebidas y sus boletos en el local de apuestas, en pleno funcionamiento.

¿Por qué un local que acumula varias intervenciones sigue operando con tranquilidad días después de una redada?

La respuesta es desagradable. La ley del juego favorece actitudes como las de las industrias contaminantes: para los infractores es más rentable pagar multas que legalizar la actividad.

Un analista de una conocida cadena de juegos de azar lo explica: «Una casa de apuestas legal puede mover un millón de euros en un evento como un partido o una carrera, pero la rentabilidad que obtiene no pasa del 7% de ese volumen. Los impuestos y los gastos fijos se lo comen todo», explica. «Estos negocios ilegales pueden quedarse hasta el 30% de lo que manejen: se ahorran el 55% de impuestos que marca Hacienda y copian las cuotas -el pago que calculan los analistas de las casas de apuestas por acertar resultados-. Sólo les hace falta un ordenador con internet y una caja fuerte. El único riesgo es la multa», relata el experto.

Así, en 2015, la Generalitat ha impuesto sanciones por juego ilegal por valor de 166.253 euros mientras investiga otros 11 expedientes, por lo que la cantidad incrementará a final de año. Este montante engloba todas las irregularidades porn juego del territorio autonómico, incluidas prácticas como el trile o las timbas de póquer.

Las multas por actividades de este tipo oscilan entre los 150.000 euros de sanción máxima hasta los 6.000 con que se penaliza una timba. Según fuentes de la Conselleria de Hacienda, organismo del que depende la Dirección General de Tributos y Juego, los procedimientos pueden tardar hasta dos años en resolverse. Cuando los policías intervinieron el Winning Post, la caja sumaba más de 5.000 euros. Aún faltaban por disputarse varias carreras de la jornada. Los níumeros salen.

Hoy termina el gran mes de los caballos en el Reino Unido, pero los locales siguen cogiendo apuestas mientras esperan, sin mucho temor, la multa de Hacienda. A fin de cuentas, todos los días hay galgos, fútbol y rugby, y turistas con ganas de apostar en esta ciudad que vive bajo sus propias normas.

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