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La despolitización del campus. La UA: de espacio de lucha a centro de formación

El giro hacia una universidad sin partidos, moderada y más atenta al empleo que al debate

ANTONIO AMORÓS

«Están tan alienados que ni se plantean luchar por sus derechos». Irene tiene 22 años y una idea muy clara de por qué hay sólo cien alumnos, siendo generosos, secundando la concentración ante el rectorado de la Universidad de Alicante. En cuarto de Derecho, poco le afecta ya si Manuel Palomar y su equipo implantan o no el programa 3+2 -una nueva versión de la estrategia Bolonia decretada por el exministro Wert que reduce el grado en un año y potencia el máster con un segundo curso-, pero cree que debe estar en la movilización, por los que se quedan y los que van a entrar nuevos en la UA. En la puerta del edificio, dos vicerrectores y una guardia pretoriana de siete empleados de Prosegur aportan los argumentos verbales y no verbales para disuadir a los estudiantes que siguen reclamando su derecho a ver al rector y a hacer un piquete dentro. Les estaban esperando con una nueva herramienta para disolver problemas: el reglamento para regular paros estudiantiles aprobado en junio por el consejo de alumnos. Nadie en esa asamblea ha apoyado esta protesta para la que se necesitaría al menos el 50% de apoyos para ser considerada una huelga legítima. Conscientes de su minoría en el consejo, y aburridos de repetir que no reconocen a este órgano estudiantil y que no les representa, van cayendo a pares en el césped de al lado. Se acerca la hora de comer. Los compañeros que salen de clase les miran un momento y vuelven a sus pensamientos sin mostrar pasión en el rostro. Los que han ido a clase cogen el TRAM, el autobús, la bicicleta o el coche del párking. Son muchos los que no han estado siguiendo la huelga. «Veo bien que se hagan reivindicaciones, porque muchos nos beneficiamos de lo que consiguen, pero tampoco me parece que no dejen pasar a la gente a las aulas o que las interrumpan», comenta un chico, quizá diciendo en voz alta por primera vez lo que piensa de este asunto. Si Irene está en lo cierto, debe haber cerca de 30.000 alumnos alienados, sin autoconciencia y sin capacidad de lucha en la universidad de Alicante.

Aunque se hayan arrogado un seguimiento del 80%, la jornada de huelga convocada por el Frente Estudiantil Universitario (FEU), protagonista también de las sonadas protestas contra los integrantes del Círculo de Montevideo en el Paraninfo de la UA hace dos semanas, ha sido mínimo. Las aulas, cafeterías, bibliotecas y laboratorios han mantenido el ritmo afanoso de todos los días este jueves de octubre.

Con la primera mitad de la jornada resuelta, los más motivados tienen ahora todas sus energías puestas en la manifestación de la tarde, por la ciudad. Los cabecillas calculan el impacto de estos movimientos en las elecciones claustrales de diciembre. Otra minoría, alrededor del 15% del censo de estudiantes que se molestó en ir a las votaciones de noviembre de 2013, se informa para decidir a quién apoyará esta vez. Y la aplastante mayoría del estudiantado pasa de todo lo que no tenga que ver directamente con asignaturas, clases, trabajos, cursos, formación extracurricular, pago de tasas y actividades complementarias. «La gente ya no quiere asignar tiempo a cosas que no son formativas, eso está en el ámbito de un ágora, de un ateneo. La universidad debe ser un centro de formación», declara apasionadamente Pedro García, representante de alumnos de Económicas por EstUA, la asociación que casi duplica en votos al FEU y controla el consejo de alumnos. Parece que la universidad de la postcrisis no tiene tiempo para ser crítica porque necesita ser competitiva.

Los ocho años de desgaste del estado del bienestar español han erosionado los pilares de la universidad pública y colocado dos condicionantes a su entrada y salida lo bastante potentes como para estar alterando su interior, caracterizado tradicionalmente por albergar uno de los principales espacios de debate y contestación de la sociedad.

Acceder a la universidad no es igual de fácil desde que se aplica el programa Bolonia: las matrículas son hasta un 30% más caras y se han endurecido los requisitos para obtener becas, lo que ha expulsado a los estudiantes más vulnerables económicamente. Desde el Vicerrectorado de Alumnos se señala un descenso de 1.900 estudiantes este curso, una cifra «similar a la del año pasado», según la responsable de este área, Nuria Grane.

El paso después de terminar los estudios tampoco es sencillo: el paro, que ha eliminado del sistema laboral a los trabajadores sin cualificación y sometido con subempleos a los titulados, acecha con una tasa de desempleo juvenil del 45% sólo en la provincia. «Hasta los alumnos más institucionalizados son conscientes de que se han encarecido las matrículas, han bajado las becas y el empleo es muy escaso» reflexiona el profesor de Análisis Económico Aplicado Carlos Gómez Gil.

La escena completa muestra a los prepúberes que vivieron desde 2008 la preocupación por los despidos masivos, la precarización de la enseñanza y la educación en los años siguientes, el paro y la corrupción y el conato revolucionario del 15M entrando de lleno en la universidad. El abismo de precariedad que marcó su adolescencia sigue ahí cuando llega su ahora de volar por libre.

«Sienten rabia e indignación y algunos no saben cómo canalizarla», reflexiona el profesor. Esta es la razón del que condujo a los universitarios más revoltosos a proferir un «gazpacho» de reivindicaciones contra Felipe González, Carlos Slim y el resto de participantes de la conferencia, según el profesor. Aquel día se oyeron gritos contra los GAL, las desapariciones de estudiantes mexicanos, el tasazo de Wert y la ley del aborto de Gallardón. Pero Gómez Gil cree que la universidad debe ser un espacio de contestación y de crítica y que por tanto al FEU cabe reprocharle que cantara mal, pero no que equivocara el escenario.

Otros profesores ven tras la protesta el estertor del estudiantado rebelde. En realidad, son cada vez menos los alumnos que se atreven a ser etiquetados de «antisistema» o a salirse de la moderación. «A finales de los años 60, en los 70 y 80, las clases medias entran en masa a la universidad. La universidad de ahora es un poco más homogénea en perfiles, ha dejado a gente fuera y los que están dentro son gente que sabe que los estudios superiores son unos requisitos mínimos para tener unas garantías de promoción social. Los universitarios de ahora son jóvenes que tienen unos perfiles muy particulares, y después de ver cosas como la del Círculo de Montevideo, lo que se ve es que no hay una reivindicación transversal amplia que les movilice, sino reclamaciones especializadas que centrifugan las demás». La reflexión del catedrático de Sociología Antonio Alaminos dibuja a un universitario preocupado por sus opciones de éxito social e interesado débilmente en asuntos políticos. «Quien tiene problemas para pagar los estudios o está fuera o está tratando de mantenerse dentro», señala el catedrático.

Pese a que hay dificultades que afectan a todos los estudiantes por igual, la defensa de estos intereses queda entorpecida cuando se añaden banderas y eslóganes que no están directamente relacionados con la protesta estudiantil. Para Alaminos, la irrupción de banderas esteladas en protestas contra el 3+2 es un ejemplo de esta mezcla que impide la acción conjunta.

Así, hay unanimidad en rechazar todo contenido político que no esté vinculado con la vida en el campus. Como ocurre con la religión, cada vez más estudiantes parecen reclamar que la ideología se profese en privado y lejos de las zonas comunes.

Parece difícil imaginar que las avenidas y los céspedes en los que comenzaron a debatir figuras locales del bipartidismo como Leire Pajín, Eduardo Zaplana, Herick Campos, Sonia Castedo o Carlos Mazón hayan visto desaparecer sus estructuras universitarias del campus en apenas cinco años.

Campus Jove, la histórica filial del PSOE en la UA, está en coma. «Yo entré en enero de este año con la intención de revitalizar la asociación. En las últimas elecciones se presentaron dos personas y creo que por mantener la presencia», declara Julián Rodríguez, estudiante de Ciencias del Deporte de 20 años y nuevo presidente de la agrupación. La forja de juventudes del PP vive mejores tiempos que la de su rival, pero está lejos de ser un actor principal en política universitaria.La Asociación Valenciana de Estudiantes Universitarios (AVEU) es el grupo con menos representación en el claustro y el consejo de alumnos.

Hoy en día, el control de esta asamblea, órgano con hilo directo con la junta directiva de la universidad a través de su presidente y una considerable capacidad económica, se lo disputan el FEU y el grupo de estudiantes moderados Estudiantes de la Universidad de Alicante (EstUA), apoyados por dos asociaciones de intereses sectoriales, Alternativa Universitaria, con un bastión en Derecho, y Agrupación Politécnica, que da voz a las ingenierías y a las enseñanzas científicas. Todos ellos silencian por principio el proselitismo político de sus miembros si militan en alguna organización.

David Morcillo es militante del PSOE en Petrer, pero cuando cruza la verja del campus es sólo el presidente del consejo de alumnos. «La ideología se queda en la puerta. Ya no es como antes, a la gente cuesta identificarla con un partido porque hay mucho desencanto político. Yo no sé si uno de los nuestros es de Podemos o de Compromís, lo que quiero es a gente que sea lo mejor en lo suyo aunque no tenga el mismo carnet que yo. Es a lo que nos lleva la sociedad, a pactar. Nadie tiene la verdad absoluta y nadie cree que un sólo partido tenga todas las soluciones», declara Morcillo. Uno de estos «talentos» con los que ha pactado es el presidente de Nuevas Generaciones de San Vicente, Edgar Hidalgo, a la vez líder de AU en la universidad. Su alianza mantiene al FEU lejos de la presidencia; la autocensura política les garantiza el apoyo de la mayoría de estudiantes que, de izquierda o derecha, comparten un enfoque moderado y pragmático.

El FEU es un enjambre de siglas tras una pancarta. Independiente, aunque inspirado por la lucha estudiantil y obrera tradicional, se declara un movimiento «de clase» que no representa a ningún partido aunque sus miembros no esconden dónde militan cuando salen del campus. Así, el FEU está compuesto por veinteañeros del Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE), el Sindicato de Estudiantes de los Països Catalans (SEPC) y otros partidos -«tenemos gente hasta de Podemos», señala Jordi, un joven que se declara marxista-leninista-. Están muy cerca de la extrema izquierda -en el 2 del barómetro ideológico del CIS, según cuentan Jordi y un compañero sin partido. Nacionalistas y jóvenes anti globalización también simpatizan con el FEU. En Filosofía y Letras, donde la noche del miércoles trataron de pernoctar sin éxito para organizar la huelga, suman más apoyos que el resto de grupos juntos.

En un campus donde los profesores ven una mayoría de alumnos de centro-izquierda, el equivalente a un 4 en la escala del CIS -que sitúa el 0 en la extrema izquierda y el 10 en la extrema derecha- y a una gran minoría en el 6; la opción que se impone en las elecciones es una apuesta pragmática, tecnocrática y despolitizada sellada por EstUA, AU y AP. «Tenemos éxito porque en lugar de hablar, hacemos cosas. Aunque no demos créditos, la gente viene los cursos que organizamos para conocer profesiones, como la de auditor y a todas las actividades externas. El rectorado nos apoya y somos cooperativos al 100% con él. La gente no quiere aprender de política; lo que quieren es ser buenos profesionales», asegura García.

EstUA aprobó el reglamento de huelga. El FEU les llama fachas y ponen en cuestión que unas elecciones con «un 5% de participación», según sus miembros, basten para entregarles la presidencia del consejo.

Es interesante ver de qué están hechas las motivaciones en ambos grupos. Las acciones reivindicativas del FEU las mueve «el bien común» y el convencimiento de que «la política está en todo, aunque la gente no lo admita». En EstUA, su trabajo para adaptar los estudios a los perfiles que demanda el mercado de trabajo lo motiva «la competición, porque aunque la gente no la quiera ver, está en todas partes», según el representante de Económicas Edgar Martorell. Esta última visión se impone en las facultades.

¿Por qué los partidarios de hacer de la universidad un centro de formación adaptado al mercado y a la realidad económica del país triunfan sobre quienes la ven como un foro crítico y de lucha política? Alaminos tiene una idea. «Cuando la crisis empieza en 2007 parecía que iba a haber un movimiento de reivindicación de gente que cree que merece algo mejor y no lo está teniendo. Sin embargo, parece que el proceso de acomodación, de reducción de expectativas para sobrevivir, ha funcionado con más potencia».

La tesis de por qué el universitario elige cooperar y no enfrentarse con el sistema es que hacerlo implicaría revolución, y «si eres revolucionario, ya no eres clase media, por lo que debes acomodarte a lo que te da cierto estatus». La idea final de todo este proceso adaptativo es, para Alaminos, que los estudiantes, al igual que el resto de la sociedad, «quieren el juguete de siempre; el piso, el coche, las vacaciones y el apartamento. No renunciar a ello, nada de romperlo. No hay una aspiración fuera del sistema. La gente no está por la labor de destruir el capitalismo, está por la labor de disfrutar de él», resume Alaminos. Así, frente a la abolición de este modelo económico que apoya el FEU en minoría, la mayoría prefiere capacitarse al máximo, integrarse y, en todo caso, reformarlo desde dentro.

Irene termina su cigarro. Parece cansada y desanimada. Sus compañeros también. Poco a poco van desalojando la entrada del edificio. Los vicerrectores quedan para comer. Pasan más estudiantes. El campus sigue su marcha.

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