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Domador, rejoneador y porrazos de cine

José Garvi Ballesteros creció en cuadras de Albacete hasta los 7 años. Su padre, tratante y domador de caballos, trasladó su residencia a Alicante y la familia se instaló en la barriada de El Pla

Domador, rejoneador y porrazos de cine

Montaba caballos y yeguas antes de andar, con el chupete entre sus labios. José Garvi Ballesteros creció en cuadras de Albacete hasta los 7 años. Su padre, tratante y domador de caballos, trasladó su residencia a Alicante y la familia se instaló en la barriada de El Pla.

Estamos en 1973. Al muchacho lo matricularon en el colegio público Azorín, en el Barrio Obrero, pero su futuro estaba muy pegado al de su progenitor. «Era muy mal estudiante y pensaba más en los caballos que en la escuela», dice. A los 14 años huyó de las aulas y de los pupitres y se puso a trabajar, con caballos, claro.

Pronto aprendió la bonanza de una vida resignada a malolientes cuadras junto a potros, potrancas, mulas o yeguas de mayor o menor pureza. Un accidente laboral dejó a su padre impedido de un brazo y el chaval tuvo que vérselas con las bestias mientras que el viejo Garvi se encargaba de las cuentas y de las pocas rentas.

José seguía con pasión el oficio y quería adentrarse en la tauromaquia como rejoneador: al caballo lo conocía; sólo le faltaba saber algo más de los astados. A los 19 años perdió a su padre mientras realizaba el servicio militar en el campamento de Viator (Almería). Y no tuvo más remedio que regresar a Alicante con la cartilla sellada para atender el tinglado equino que a la familia se le vino encima.

La familia Garvi tenía un picadero en Villafranqueza -justo en el solar que ahora alberga el karting- con 15 caballos. Su madre falleció sólo dos años más tarde que su marido. José se quedó en la finca con sus dos hermanas mayores.

Entre doma y trato de ganado, el chaval debutó como rejoneador en la plaza manchega de Madrigueras con novillos menudos, pero veloces. Se hizo un hueco en los carteles, casi siempre en sustituciones de otros compañeros o para cumplimentar tardes taurinas en cosos de las provincias de Madrid, Albacete, Ciudad Real o Cuenca, entre otras. Quince años de rejoneador con muchos porrazos y poco dinero: «Vivía de la doma de animales y de su venta, lo otro apenas me daba un duro y lo poco que entraba tenía que dárselo a la cuadrilla», asegura Garvi, que estuvo 15 años metido de plaza en plaza y que demasiadas veces tuvo que desmontar, poner el pie sobre el albero y matar a un animal que huía del viento del galope del trotón. Dejó la función vespertina frente a los cornudos después de cientos de corridas y ninguna cornada. Su mujer hacía las veces de mozo de espadas.

Ileso de la fiesta nacional, José Garvi seguía, como siempre, jugando con caballos. Incluso había preparado algún animal para festejos. Un buen día la industria del cine entró en su cuadra en busca de jinetes hábiles para doblar a actores. Allí estaba él, dispuesto a saltar de jacas o de jamelgos, y aparecer en la gran pantalla, aunque con careta. Ha trabajado en decenas de producciones, casi todas western y de acción, aunque recuerda con nostalgia su participación en «Asterix y Obelix en los Juegos Olímpicos», rodada en Ciudad de la Luz, junto a Gérard Depardieu, Claudia Cardinale, Michael Schumacher o Benoit Poelvoorde, con quien entabló amistad. Ahí aparece nuestro héroe montado en un cuadriga. También ha trabajado en «Manolete» y en varias series para la televisión, como «Jaime I» o «Los cuernos de Fierabrás», interpretada por Juan Luis Galiardo, que narra la vida de un boticario borrachín que apenas se sostiene sobre la mula. Caía José. Toda la vida de porrazos.

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