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Animales plastificados

La mayoría de delitos con animales nacen de la incultura de quienes creen que para vender uno basta con que te paguen por ello

Animales plastificados

Supongo que, en mi caso, aspirar a que en mi vida haya dos días iguales, entra más en el capítulo de las utopías que de la realidad. Aquella mañana del mes de agosto comenzaba como cualquier otra hasta que, sobre las nueve de la mañana, recibía una llamada de la Guardia Civil:

-Llevamos tiempo realizando una investigación y hoy, por fin, el juzgado nos autoriza a intervenir. Vente que vamos a retirar a unos animales.

-¿Cuántos son? ¿Qué tipos o especies? ¿Son agresivos?

Como esas, otras muchas preguntas quedaron sin respuestas. No lo sabían.

La actuación estaba dentro de la operación Grecko contra el tráfico ilegal de especies. El Seprona había detectado meses antes la venta por internet de algunos animales salvajes y exóticos. El comercio de los mismos se realizaba sin control alguno sanitario y sin papeles ni documentos que acreditaran la legalidad de los mismos. Por otro lado, se había comprobado que muchos de ellos carecían de CITES, por lo que estábamos ante un posible caso de contrabando y tráfico ilegal de especies.

La verdad es que no había mucho tiempo para reflexiones. No tenía gran información al respecto pero sí sabía una cosa que, para mí, al menos, es esencial, operaciones como ésta son las que dan sentido y dimensión a todo el proyecto del Arca de Noé. Las autoridades podrán intentar aniquilarnos al retirar cualquier ayuda al centro, podrán poner cuantos impedimentos quieran pero, desgraciadamente, mientras el tráfico ilegal de especies siga campando a sus anchas por las webs y redes sociales dedicadas al comercio clandestino de animales, siempre tendrá que existir un centro de rescate, recuperación o, como quieran llamarlo, que pueda ayudar a los mismos.

Mientras todos esos pensamientos se agolpaban en mi mente, otra parte de mí, mucho más práctica, estaba ya pensando en cuantos trasportines cabrían en el maletero del coche y si cogía unos guantes u otros.

Y, antes de que me diera cuenta, ya iba yo camino de aquella vivienda desde la que los animales salían a diario con destino a toda España. La Guardia Civil me esperaba en una gasolinera y, desde allí y, tras ellos, fui hasta el lugar desde el que se vendían los animales.

Una especie de viejo garaje oscuro, convertido en casa y, absolutamente desordenado en su interior, era el lugar de destino. Dentro una pareja joven nos esperaba.

Me sorprendió. Me parecieron personas más o menos normales. Entonces me di cuenta, una vez más que, la mayoría de delitos que se comenten con animales, nacen de la incultura e ignorancia de aquellos que creen que para vender un animal sólo es necesario que a uno le paguen por ellos... En fin.

Y comenzó la inspección. Ver las condiciones de vida de aquellas personas y las condiciones de vida de aquellos animales pondría los pelos de punta a cualquiera. Una cama, cuatro enseres y, entre ellos, multitud de cajas de plástico agujereadas para que entrara el aire y, en su interior, decenas de animales salvajes enclaustrados de por vida. ¡Terrible! Por favor, no compren animales salvajes ni exóticos, no se imaginan como los mantienen aquellos que trafican con ellos hasta que llegan a sus casas.

Pero lo peor vino después, cuando empezamos a comprobar los animales que había y a separar aquellos que legalmente podíamos llevarnos de allí y aquellos que no. Para mí, ese siempre es uno de los momentos más duros y difíciles, porque la ley, con sus diferentes figuras de protección, establece una distancia insalvable entre aquellos a los que puedes ayudar y aquellos a los que no.

Y, así, empezó el recuento por parte del Seprona:

-La anaconda es Cites, está en peligro de extinción, nos la llevamos. La falsa coral no podemos retirarla, la tiene legalmente. Los erizos africanos no puede tenerlos, nos llevamos a los, nada más y nada menos, diez que tiene. Las lechuzas albinas las tiene legalmente, no podemos hacer nada. Los halcones americanos nos los llevamos?

Empecé, poco a poco, a recoger aquellos animales con todas las dificultades que ello entraña. Y, una vez cargados y cumplimentados todos los permisos y papeles reglamentarios, emprendí camino al Arca, no sin antes rogarles aquellas personas, que me dejaran llevarme al resto, que me cedieran a esos otros animales que, legalmente, no podíamos llevarnos. No hubo forma. Una rotunda negativa fue toda su respuesta.

Así que, durante el camino de vuelta, me acompañó ese regusto amargo que deja saber que, sí, que has podido ayudar a algunos pero que, desgraciadamente, otros han quedado allí para siempre.

Pensando en todo ello, llegué al centro de rescate y acomodé a cada uno en su sitio, improvisando recintos nuevos y adaptando los disponibles para el nuevo uso.

Y, ya ven, desde entonces han pasado varias semanas y aún sigo pensando en aquella casa a la que, por cierto, volví a las pocas horas de aquel rescate para intentar convencerles de nuevo para que me cedieran los animales, pero ya nadie me abrió la puerta. Me contaron los vecinos que los vieron marcharse de allí a toda prisa.

Ahora se enfrentan a sanciones de más de cincuenta mil euros por contrabando de animales y tráfico ilegal de especies. Está bien, pero, sinceramente, no me consuela porque sé que, allá donde estén, en su equipaje, llevan a decenas de animales encerrados en cajas, plastificados de por vida.

Nota: En el Arca de Noé rescatamos aquellos animales salvajes que necesitan ayuda. Más información en: www.fundacionraulmerida.es o www.animalesarcadenoe.com

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