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Los tuiteros anónimos

Dos alicantinos y un valenciano con miles de seguidores hablan de la élite satírica que mueve Twitter

Unos pocos cientos mueven a miles. Twitter es un reflejo de la sociedad. HÉCTOR FUENTES

Es miércoles por la noche. Roberto, un empleado de banca de 29 años de la ciudad de Valencia, llega a su piso y se sienta en su mesa con el portátil. Twitter salta automático y le ofrece, como la vitrina donde reposa el traje de un superhéroe, empezar a repartir justicia nocturna mediante un alter ego anónimo y poderoso. Se enfunda la careta de Bien, un avatar que representa a Ángel Acebes sonriendo con cara de pánfilo. Lee su time line, una cronología de las publicaciones que han hecho a lo largo del día las apenas 495 personas a las que sigue, consulta los temas más comentados del día y resuelve: «Han denunciado a un tuitero que no ha escrito que admira a Manuela Carmena». Cerca de 60.000 personas reciben el mensaje en su time line, más de 300 difunden el comentario en sus respectivas cuentas, otras tantas lo destacan como favorito. Su alcance se multiplica. Risas, y críticas. Nuevos seguidores que se abonan a este usuario llamado @traedruffles, otros tantos que se van. Movimiento que genera opinión. E influencia. En Twitter, «un patio de colegio con sus grupos, sus peleas, sus amores y sus odios», como explica el usuario alicantino @SuperFalete, que se hable de ti aunque sea mal cuenta para ser importante tanto como en el mundo real.

Roberto asegura que cada día se le cuelgan y descuelgan cientos de personas. «Puedo hacer un tuit y perder 300 seguidores de golpe. No escribo para gustar», explica. Lo que se propone con su perfil anónimo es «que nos demos cuenta de que la sociedad, incluyéndome yo, está "dospunterizada", que la gente está más pendiente de parecer feliz que de serlo», explica por teléfono este joven que se ha hecho un hueco entre los tuiteros de élite con sus ataques crueles a la juventud nini, choni, perroflauta y nacida en la digitalidad que mora en las redes sociales. Muchos dicen que se repite, otros lo cuentan entre los tuiteros más importantes no ya de la Comunidad Valenciana, sino de todo el país.

«Twitter es como un sándwich, si le quitas los bordes, pierde bastante». Esta sentencia del usuario Gato Charlie describe a la perfección por qué este medio de comunicación donde cada uno elige a quién quiere leer, tiene alrededor de cinco millones de usuarios en España, pero realmente sólo cuentan unos pocos miles. Entre la élite de deportistas, artistas, políticos y periodistas de renombre que mueven masas promoviendo hashtags -etiquetas sobre un tema concreto-, causas o ideas, y el discurso políticamente correcto y previsible que garantiza prosperidad y tranquilidad en la red social a la inmensa mayoría de cuentas personales y profesionales que la habitan, hay un maquis de enmascarados que se ha ganado la devoción de la masa, el respeto de los tuitstars con foto real y el pavor de la clase política, especialmente de los grupos de derecha: los tuiteros anónimos. Una élite culta, formada, descreída, sensible y cabreada que domina el arte de empaquetar bolas de demolición en mensajes de 30 palabras. «Ganaron como siempre, perdieron como nunca», escribía el pasado domingo Ángel, un alicantino de 34 años que pilota el perfil @LarrySion, con 21.000 followers atentos a a su frenética actividad de sátira política y social.

«Esto lo mueven un grupo de no más de 500 personas, yo soy un miembro medio-bajo dentro de él por mis seguidores. Si diez de ellos se ponen de acuerdo en que hoy se habla de esto en Twitter, hoy se habla de esto», cuenta por Skype desde el extranjero, donde trabaja como informático. Ha sido uno de los tuiteros que ha participado por invitación a mover la campaña de apoyo vía Twitter a la candidatura de Manuela Carmena.

Para este grupo de creadores anónimos, lo que en muchos casos empezó como una broma -«me abrí un perfil porque me aburría una tarde de verano», cuenta Ángel / «entré para escaquearme en una cena de Nochebuena», explicaba Super Falete en una entrevista anterior»-, hoy se ha convertido en una afición muy seria: la influencia en la opinión pública en redes sociales de un tuitstar anónimo es, según las herramientas de análisis de impacto y alcance en redes sociales Klout o Twtrland, comparable a la de los grandes profesionales de la comunicación y a otros líderes de opinión y su actividad les brinda además ofertas de trabajo -«hay mucho tuitero en el mundo de las agencias y del humor profesional», cuenta Ángel-. Y Hasta retribuciones económicas por promocionar artículos o causas -«me lo han ofrecido, pero no he ganado dinero con mi cuenta, salvo en una ocasión y no era para mí», explica el alicantino que da vida a Super Falete.

Hace cuatro años que las industrias ideológicas y comerciales comprobaron que la casa del pajarito era en realidad un avispero donde la disidencia política y cultural empezaba encontrarse cómoda, a identificarse entre sí y a recolectar mucho respaldo social. Los cantantes de Operación Triunfo, primeras víctimas célebres de la furia tuitera, recibieron una verdadera paliza dialéctica tras opinar frívolamente sobre las revueltas árabes, que quedarían además pegadas a la identidad colectiva de la red como preludio del 15 M y los días más icónicos de la corta historia de la red social en España. Muchas de las cuentas estelares se crearon ese año. «Todos venimos un poco de ahí. Nos dimos cuenta de que esto servía para algo, cómo en Twitter podías seguir lo que pasaba en Sol, las cargas policiales, lo que no salía en los medios. Después de aquello, me hice este perfil y me enganché», explica Ángel.

Ese verano, el actor Fernando Tejero copió y pegó, sin citar la autoría, un chiste genial que había publicado un tal Larry Sion, que no llegaba a medio millar de seguidores. «Me pasaba el día entero leyendo tuits. Hasta comiendo lo tenía abierto. Vi el chiste, que ni siquiera era mio, lo escuché por ahí. Pero Tejero lo copió tal cual sin citar», recuerda el informático. En Twitter, donde cualquier mindundi tiene derecho a lanzar un guante en público a una celebridad -que elige si recogerlo o ignorarlo-; donde el plagio es una de las prácticas más penalizadas y donde un desconocido puede llegar lejos con talento y esfuerzo gracias a la fe en la meritocracia que exuda el sistema, pocas cosas generan más expectación que ver o participar en un linchamiento a un famoso si encima hay una buena razón de por medio. «Los amiguetes empezaron a dar caña y se convirtió dos días en trending topic, fue muy gordo. Pasé de 200 a 800 seguidores», rememora. Pero de la bronca por la autoría del tuit «Tiene pastillas para la envidia?- Sí - Diossss, que cabrón.», ambos, actor y tuitero, salieron reforzados.

Ángel cuenta con el gesto de quien dice una verdad innegable que la multiplicación de los followers le subía muchísimo el ego al principio, y que la búsqueda de la estructura perfecta de un tuit podía «llevar el día entero» pero que se ha ido tranquilizando hasta dedicarle «una hora al día para leer un poco y comentar» la actualidad de la jornada. Su constancia en estos cuatro años, con una media de medio centenar de aportaciones diarias, y un estilo próximo a los cánones del género pero con personalidad, le han valido el paso a la élite. «Esto es como una pandilla hecha con todos los graciosos de la pandilla del país. Hacemos quedadas de tuiteros, en Madrid, donde tienen todos su peñita. Quedamos gente como @arcitecta, @elhumanoide... Al final es como un grupo de colegas, acabamos hablando casi más por detrás, por mensaje, que por delante. Es que acabas conociendo al otro perfectamente sólo de leerle. Uno escribe como es, y habla de lo que tiene dentro. Es imposible otra cosa», explica el impulsor de Larry Sion. No cree estar formando parte de algo histórico, pero desde luego «se está generando mucha atención».

Quienes están convirtiendo el tuit en un patrón de comunicación que influencia en espacios que no están sometidos a los límites de la red microblogging -desde en la publicidad exterior de una aerolínea que dice «Viajar es de sabios, hacerlo por 29 euros es de listos», hasta las propias conversaciones escritas y habladas del día a día empiezan a tener un carácter tuitero- son personas del «mismo corte de edad», entre 25 y 40 años, con «formación universitaria» y «más o menos la misma ideología política», según Ángel.

Entre las listas de megaestrellas de Twitter, en las que nunca faltan el sevillano @norcoreano -«Desalojar la casa de Gran Hermano VIP lanzando un libro dentro»-; el gallego @elbaronrojo -«el pacto entre PP y PSOE sería positivo: cuando multiplicas dos negativos da positivo siempre»- o el veterano @masaenfurecida -«Antes de traer a España una enfermedad incurable hemos tenido la elegancia de expulsar al extranjero a nuestros jóvenes mejor formados»; siempre se cuenta también con Super Falete, autor de joyas como «-Vaya mascota fea tienen los de Madrid 2020 - No, esa es la alcaldesa» y propietario de una cuenta ya clásica con más de 100.000 seguidores. El tuitero alicantino está de acuerdo con que Twitter está partido «como la sociedad» en dos mitades. «Conozco a tuiteros de derechas muy ingeniosos, pero en general el humor se inclina más a la izquierda. Supongo que es porque se critica al que gobierna y ahora lo hace el PP», cuenta por correo electrónico.

Detrás de su alter ego sólo deja ver a un hombre de entre 30 y 40 años de edad, abogado, nacido en la provincia de alicante y feliz de vivir en uno de sus municipios. Ni un dato más, porque «el anonimato es necesario» ya que decir quién es «podría interferir, siempre negativamente, en mi trabajo», explica.

De Twitter se lo sabe ya todo y se porta como un sabio cansado pero amable que se relaciona más con los de su especie pero sin rechazar a nadie que llame a su puerta. «He dicho varias veces que tener muchos followers es como ser millonario en el Monopoly; no tiene mayor importancia porque la vida es mucho más que esto. Para mi es fundamentalmente un juego que sirve para estar informado indirectamente. La clave es no creerte mucho lo que ves y contrastar mucho los datos que te llegan, por otros medios», asegura este profesional del Derecho que ha comentado en varias ocasiones noticias publicadas en este diario, pese a que el regionalismo -«la dinámica de Twitter te hace escribir sobre temas más generales»- resta repercusión en la red social.

Tener el superpoder de hacer llegar una ocurrencia que salta en la cabeza como un banner en mitad del desayuno a decenas de miles de personas, da sensación de «influencia» y «responsabilidad». Cuando sentencias rápidas tipo «El Nobel de la Paz que mantiene abierto Guantánamo pero cierra Megaupload. El que tira cadáveres al océano e implanta la censura universal» reverberan más de 1.500 veces entre los usuarios suscritos y genera una oleada de mensajes a favor, el creador de este personaje se para y piensa que «hay quien valora mi opinión más de lo que debería». «Estoy seguro de que si se lo dijera en la calle no me haría ni caso, pero se lo ha dicho un gordo con capa y le parece una opinión infalible», reflexiona, casi tuiteando.

Super Falete es un antihéroe preocupado por el mundo en el que vive, que escupe tuits políticos pero también chistes inocentes empujado por una mezcla de «indignación» e «hiperactividad mental». Le duele «la pobreza y la desigualdad» y utiliza el humor, como la mayoría de miembros de esta escuela anónima, «como mecanismo de defensa» en la vida real y por tanto también en internet. «La mayoría de tuiteros que he conocido son todavía mejores de lo que pueden parecer por aquí», asegura. Tras haber visto desde «la foto de la hija de dos usuarios que se conocieron en la red» hasta «rumores, cotilleos y envidias» que representan la peor parte de la plataforma, asegura que podría borrar su cuenta y desaparecer sin más. «Mantendré el contacto con algunas personas y será suficiente», declara.

En el fondo, y aunque muchas cosas del mundo exterior giren ya en torno a la plataforma que dominan, los tuiteros sólo quieren divertirse, leer y ser leídos. Hasta perfiles más crepusculares y malsanos, como el del también alicantino @200bares -que escribe piezas como «La felicidad me parece bien, pero sólo como último recurso» o «-El problema es que cuando soy yo mismo pasan cosas horribles -Me haces daño -¿Ves?»-, tienen sus límites y mantienen una ética para publicar.

Por ejemplo Bien, que no reniega del clasismo y el machismo que rezuman muchos de sus aportes a la red, se reprime de practicar humor negro en todas sus variantes pese a que cree que «sería lo coherente» en una cuenta «agria» como la suya. El valenciano coloca la barrera para hacer chistes en «enfermedades graves» como el cáncer, en «casos de violencia de género» o en el fomento del odio. Al fin y al cabo, la experiencia reciente prueba que en Twitter interpretar a un personaje no está exento de consecuencias penales. «Yo puedo estar satisfecho en mi vida personal y profesional, pero en mi cuenta no lo voy a transmitir: Se trata de dar salida a una faceta de mi personalidad, que produce un humor rápido y que se burla», expone Bien sobre su avatar vengador, especializado en dinamitar desde lo «sexual hasta lo cotidiano».

Abre Facebook. Se topa con la gente. Destila la rabia que le produce lo que ve y lo concentra en una píldora breve y eficaz. A él le calma, a otros quizá les siente mal: «¡Subamos otra foto juntos cariño, no vaya a pensar esta gente que no somos felices!».

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