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A cuatro patas

Adán y Eva eran dos chimpancés

Los chimpancés son tan humanos que, a menudo, me pregunto cómo podemos ser tan deshumanos con ellos

Adán y Eva eran dos chimpancés

Hace algunos años, en Estados Unidos, se desarrolló una experiencia basada en introducir chimpancés en familias humanas sin hijos. Se trataba de ver la integración de los animales en las mismas. Sin embargo, lo más importante no era eso. Lo fundamental era que todas esas familias se comunicarían con los animales en el lenguaje de los signos.

¡Dicho y hecho! Los chimpancés fueron distribuidos entre todas ellas.

Una de las familias elegidas fueron los Temerlin, un matrimonio formado por dos doctores en psicología que trabajaban como profesores de la universidad de Oklahoma. La chimpancé asignada a ellos fue Lucy.

Cuando Lucy llegó a casa de los Temerlin era una pequeña bola de pelo de la que tan sólo resaltaban sus largos brazos y su hinchada barriga. Tenía que ser alimentada con biberón y necesitaba, prácticamente, los mismos cuidados que cualquier bebé humano.

¡Imagínense! Llevaba pañales y, según recoge uno de los informes realizados por los profesores, era incapaz de dormirse en su cuna si, previamente, no le frotaban la espalda y le acariciaban las palmas durante un buen rato.

El caso es que, Lucy, poco a poco, fue despertando al mundo y, como el experimento avanzaba con notable éxito, decidieron pasar a la segunda fase del mismo. Consistía ésta en enseñarle el lenguaje A.S.L -American Sign Language- que es el que se utiliza en Estados Unidos para la comunicación entre personas sordas de nacimiento.

Realmente, ésta era la fase más importante de todo el proceso. En el caso de Lucy, todos los días los profesores la enseñaban a comunicarse con ellos a través de dicho lenguaje y, la verdad, los avances no se hicieron esperar.

Primero aprendió a manejar signos sencillos. Más tarde a decir palabras? Y, antes de lo que hubieran podido imaginarse, Lucy ya estaba construyendo frases y lo más importante, transmitiendo sensaciones y sentimientos. Por ejemplo, si Lucy jugando tiraba un jarrón, enseguida miraba a los Temerlin y, cabizbaja, en el lenguaje de signos, decía: «Lucy mala, Lucy castigo» y luego se marchaba a su habitación.

Los resultados superaban todas las expectativas, pero sin embargo, empezaron los problemas. Cambió el gobierno y el dinero asignado para dicho proyecto se agotó. Los profesores fueron trasladados y los chimpancés enviados cada uno a un centro distinto del país. Lucy fue ingresada en un zoológico con otros chimpancés. Por primera vez en su vida se encontró rodeada de animales como ella, pero con lo que nada tenía en común.

Los cuidadores del zoo escribieron en el diario del centro: -El animal está aterrado. Tiembla continuamente. Permanece durante horas de espalda al resto de chimpancés. Constatamos que presenta un comportamiento repetitivo y continuado. Se golpea una y otra vez el pecho, mientras levanta al aire sus brazos-.

Así, hasta que un día ocurrió algo sorprendente. Una pareja de visitantes paró justo ante la jaula de Lucy. De pronto, uno de los dos palideció. No podía creerlo. Sin pensarlo dos veces, echó a correr en busca de los responsables del parque. El otro le siguió. Cuando estuvo ante el director, a través de su compañero que le tradujo, le dijo que él era sordo de nacimiento y que aquel chimpancé de aquella jaula, hablaba. En el lenguaje de los signos repetía una y otra vez: «Lucy buena, Lucy no castigo. ¡Ayuda!».

El libro «Primos Hermanos» de Roger Fouts recoge como acabó la historia. El caso de Lucy conmocionó a la opinión pública. Ella fue sacada de su encierro y trasladada a una reserva africana donde intentaron enseñarle a vivir en libertad.

Nunca aprendió del todo. Su perdición siempre fueron las personas. En cuanto veía a alguna se acercaba a ésta en busca de cariño.

Un día Lucy apareció muerta. Tenía un tiro en la cabeza y le faltaban las dos manos. Unos cazadores furtivos la habían matado. Si lo recuerdan, por aquel entonces las manos de estos animales se usaban como ceniceros en algunos de los hogares más chic del mundo. En fin...

Por eso, el otro día, al conocer la historia de Adán y Eva, recordé la de Lucy. Porque, al fin y al cabo, los tres son víctimas de la sinrazón humana, animales maltratados por el hombre que, sin duda, muchas veces, es el más animal de todos.

Descansen en paz Adán y Eva.

Nota: En el Arca de Noé rescatamos aquellos animales salvajes que necesitan ayuda. Más información en: www.fundacionraulmerida.es o www.animalesarcadenoe.com

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