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Retratos urbanos

El ingeniero que lucha contra los fuegos

Ha vivido las peores catástrofes forestales, las llamas más fieras y ha ayudado a personas perdidas en laberintos de hierro.

El ingeniero que lucha contra los fuegos PEPE SOTO

Jamás pisó colegio público alguno. «Mi padre no quería llevarme a ningún lugar en el que me obligaran a cantar el Cara al sol». Hijo de un constructor republicano, Vicent Baeza Cardona compartió aula con otros chavales de Sant Joan en la guardería de Doña Carmen, que se encontraba encima del Bar Pepe, frente a la iglesia.

Todavía con pantalón corto fue alumno de la Academia Centro de Estudios, situada en el número 11 de la calle García Morato, en Alicante, que regentaban dos profesores represaliados por ser republicanos: Antonio Gomis y Francisco Ochando, siempre vigilados por los guardianes del régimen franquista. La enseñanza libre le hacía superar cada primavera exámenes en el instituto.

Estudiante de matrículas en cada curso, aprendió las mejores lecciones en el instituto Jorge Juan. «La obsesión de mi padre es que tanto mi hermano como yo tuviéramos carrera universitaria, porque, como él nos decía, lo que tienes en la cabeza sólo pueden quitártelo con la muerte, porque el dinero metido en una maleta te lo pueden quitar fácilmente».

Su padre dejó de cavar la tierra y se hizo constructor. Quería ser arquitecto, pero después de noches en vela optó por matricularse en la Escuela de Ingeniería de Caminos, Puertos y Canales de Madrid. Era 1970. Tras aprobar primero de carrera, Vicent recibe sus primeros suspensos, que va acumulando cada curso con cierta destreza. Vicent ya era novio de Conxi, una catalana cuyo padre tenía negocios de frutos de la tierra en la comarca de l'Alacantí.

Los negocios de los Baeza se vinieron abajo tras el varapalo del impago de una construcción por valor de 120 millones de las antiguas pesetas. La economía familiar se desmorona. Y Vicent, que llegó a plantearse dejar los estudios para echar sus manos en la obra, trasladó su matrícula a Barcelona, donde vivía Conxi. Pero sus futuros suegros optaron por trasladar su residencia a Sant Joan. Así que se quedó más solo que la una.

Pronto, en 1978, se casa con Conxi en Sant Joan, pese a que todavía le quedaban 22 asignaturas para finalizar la carrera, de las que 21 las aprobó en la convocatoria de septiembre. Con una papeleta y el proyecto fin de carrera pendientes, el Ejército del Aire tocó la espalda de Vicent para recordarle que debía incorporarse con máxima urgencia. Su destino era Morón de la Frontera, pero después de media botella de coñac con un cabo primero a punto de la jubilación en Sevilla se granjeó una litera en la base militar de Aitana, muy cerquita de casa.

17 meses y tres o cuatro días después y tras soportar 27 días aislado por la nieve, Vicent, ya huérfano, no tuvo más remedio que lidiar con la liquidación de la empresa familiar, mientras que daba clases particulares.

Con la carrera terminada, trabajo en el puerto de Alicante, impartió matemáticas en la Escuela de Comercio y realizó algunos cálculos de estructuras.

A mediados de 1982, Carlos Picó, un veterano comunista, le pide ayuda para elaborar el programa electoral. Y acepta. Pero, días más tarde, recibe una oferta tentadora: encabezar la lista del PSPV-PSOE en Sant Joan, en principio como independiente. Dice sí. Su partido logra mayoría absoluta y es elegido alcalde, ya como militante socialista. Corta experiencia: cuatro años, una legislatura. Echó la toalla harto de luchas internas y volvió a sus clases, a sobar la regla de cálculos y trabajó en una fábrica de asfalto.

En 1988 cambió su vida tras conseguir, mediante oposición, la plaza de técnico superior del servicio de Extinción de Incendios, convocada por la Diputación Provincial.

De él dependen más de medio millar de bomberos a cuyo centro de emergencias cada año arriban más de 13.000 llamadas de mayor o menor gravedad. «Tenemos gente muy preparada y dos excelentes equipos, uno de rescate en altura y otro de excarcelación de personas atrapadas».

También fue director general de Interior dos años, con Joan Lerma y con Eduardo Zaplana como presidentes del Consell.

«Me encanta mi trabajo, porque soy un técnico de calle, no de despacho», asegura este ingeniero que lucha contra el fuego y que aún sueña con dedicarse algún día a vigilar la figura del litoral o esa línea que divide la tierra del mar.

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