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Cuentos del indignado burgués

Prendió la llama de la jindama

Ha costado llegar hasta aquí, pero ya les tenemos donde queríamos: instalados en la pendiente del susto continuo por la posibilidad de perder sus haciendas, si no sus muelles vidas

Ha costado llegar hasta aquí, pero ya les tenemos donde queríamos: instalados en la pendiente del susto continuo por la posibilidad de perder sus haciendas, si no sus muelles vidas. Lo que era un runrún se ha convertido en grito, lo que primero fue movimiento asambleario y ruido de fondo que no les preocupaba, va camino ahora de comerse sus canonjías, el reparto de poder y los pesebres, como en la época de Cánovas y Sagasta que tan bien retratara Galdós. Y encima tienen la posibilidad de dar con sus huesos en la cárcel, si la cosa les van mal dadas, o con sus bienes embargados y en parte expropiados si tienen un poco más de suerte. No les llega la camisa al cuello.

Asustados conozco de muchos tipos, pero el acojone es general y no hace distinciones. Hay una palabra, admitida por el Diccionario de la RAE y proveniente del caló, que define como nada ese miedo: la Jindama, un pavor casi líquido que te paraliza, el que tenía Curro Romero ante ciertos toros o Rafael de Paula. No era cobardía, era jindama. Y la mecha del canguelo está prendiendo la llama de la jindama, avivada por las encuestas del CIS, por los jueces justicieros y por la sociedad que se ha cansado de mirar para otro lado mientras la esquilman. Alguien tiene que pagar la fiesta y seguramente no serán los más juerguistas, pero al que le pillen lo crujen. De repente muchos de los que se creían a salvo, bien situados en tierra, se encuentran con que el tsunami es más fuerte y las olas amenazan con llevárselos por delante, porque espigones, malecones y barreras de protección van cayendo como fruta madura y la marea avanza.

Empezó la cosa por unos pocos pillados en los renuncios de la corrupción. No pasará nada -pensaron el partido- no permitirá a los jueces seguir con las pesquisas, esto quedará en nada, ya escampará. Pero no, era demasiado el escándalo como para que la cosa se tapase debajo de las alfombras del poder. Luego fueron los saqueadores de las cajas de ahorro, incluidos los que callaban a cambio de viajecitos y del prestigio de ser consejeros. Siguió la cosa por los sindicatos y por la patronal, donde algunos hicieron de su capa un sayo aprovechando dineros abundantes y chorizadas con los cursos de formación -que, ahora que me acuerdo, tengo un artículo pendiente sobre el modus operandi de algunos para edificar imperios al socaire de los cursitos. Se van a divertir, pero será otro día. Van cayendo como moscas y quien no vea venir la cuchilla y no se aparte de su trayectoria -si aún está a tiempo- es más que posible que se encuentre un buen día con el cuello cercenado. Y ya me contarán de qué sirve un tipo sin cabeza más que para medrar en un partido político, con lo desprestigiado que está eso.

Ahora, con la encuesta del CIS, queda claro que lo que considerábamos como inmutable está en cuestión y, aunque es simplemente un indicio de lo que piensa hoy el personal, y no dentro de seis meses o de un año cuando tengamos que votar -¡qué largo se me está haciendo!- sí se puede decir que va a cambiar el paisaje, destruido por seísmos incontrolados. Pocos se pueden sentir a salvo, porque van a surgir Podemos como setas en otoños lluviosos en los sitios más insospechados: en los sindicatos, en las comunidades de vecinos, en las asociaciones empresariales, en los clubs de tenis? Se acabó el statu quo, finalizan las épocas del poder que se retroalimenta y que corta de raíz las alternativas, sucediéndose a sí mismo. Si Podemos ha podido acabar con el bipartidismo instalado férreamente por la rutina y el clientelismo, si se ha acabado toda esa monserga del voto útil, pensarán, cualquiera puede asaltar el Cielo, en metáfora ocurrente de Pablo Iglesias II. ¡Temblad, hembras, llega Super Bwana!

Da que pensar del hartazgo general el que Podemos se haya convertido en real alternativa de poder, sin programa más allá del «buenismo», sin líderes carismáticos fuera de unos tertulianos simpáticos, educados y con una buena estrategia de comunicación, sin estructura de partido y con unos meses apenas de vida. Los partidos clásicos no saben cómo meterles mano, mientras ellos recogen en su cesta de simpatizantes al profesor universitario, al funcionario al que le han dejado un sueldo de miseria, al fresador en paro o al jubilado cabreado por las preferentes, por no hablar de los jóvenes, entre los que arrasa.

No sé qué pasará en el futuro, estoy en trámites para sacarme el carnet de Manipulador de Bolas de Cristal, pero si alguien de la «casta», de cualquier casta, se siente a salvo es porque es tonto del culo.

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