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El fondo del corredor

Qué mueve a los atletas populares de la provincia en pleno auge social del running

Andrés, semiprofesional: 3 min/km Carlos Rodríguez/Antonio Amorós

El vehículo de Henry

Henry comienza el sprint en la intersección de las calles Miraflor y Cid Real. Ve dos pasos de cebra perpendiculares para cruzar de acera a unos diez metros de donde ha decidido apretar el ritmo para ir poniendo punto y final a su entrenamiento de 40 minutos. Evalúa el escenario y elige el segundo paso; el primero le obliga a girar la cabeza para ver si vienen coches y a cargar el peso del cuerpo ligeramente hacia la izquierda, la otra opción le permite vigilar el tráfico sin mover el cuello y encarar el repecho sin viraje. Lo que sería una decisión inconsciente para cualquier otro corredor; es una maniobra estratégica, un destello técnico para este runner de nacionalidad española y francesa de 48 años, delineante y funcionario de la Diputación. Operado de médula espinal, tiene reconocida una discapacidad física del 37%. Fue atropellado por un camión cuando tenía 20 años. «Tenía la médula seccionada en tres cuartas partes. El pronóstico era que o me quedaba en el quirófano o en silla de ruedas», cuenta en un tramo llano, aprovechando las exhalaciones para meter las palabras. Lleva unas buenas zapatillas -las compró hace poco por 140 euros-, la equipación del Urban Running Club, el grupo de corredores con los que sale cuando no entrena solo y un reloj con GPS que le traza la ruta y mide el ritmo por kilómetro. Ni móvil, ni apps, ni auriculares. «Me gusta sentirme. Si me pongo música me distraigo».

Henry tiene muchas sensaciones que paladear en los ocho kilómetros que hace de media cada vez que sale solo por el barrio alicantino de San Blas o por la avenida de la Universidad: cómo sus nuevas plantillas distribuyen la fuerza de la pisada, cómo gracias a ellas la sobrecarga que le producía en el gemelo el impacto del suelo contra su pie cavo ha desaparecido. La resistencia que sus buenas piernas -«es lo que mejor tengo»- han adquirido durante los siete meses que lleva corriendo. Cómo la inercia hacia adelante que impone la curvatura de su espalda le resulta cada día más sencilla de compensar. El «¡chist!» con el que calla el lloriqueo de unos músculos que un día parecía que no iban a volver a hablar. «Correr me ha hecho más fuerte, más feliz. Me puedo superar día a día, cosa que con el pádel no pasaba», explica durante el paseo rápido con que normaliza la respiración tras el esfuerzo.

Entre las secuelas de la operación se encontró con que había perdido un 60% de fuerza física -«me dejé el pádel porque no tengo apenas dorsales ni tríceps; no podía machacar», con un tipo de sufrimiento desconocido -«el dolor neuronal va por otro lado, te quema por dentro; sin medicación, hasta el roce del viento sería insoportable»- y con problemas de movilidad suficientes como para renunciar a cualquier deporte -«aprendí a andar de nuevo con 22 años, en la arena de la playa de San Juan»-. «Por la forma de la columna, el cuello está totalmente rígido y hacia adelante, y el centro de gravedad también», describe. Cuando habla de su cuerpo lo hace con precisión, sin tamiz emocional, como si se bajara de él para mostrar mejor sus condicionantes de diseño, para que el oyente comprenda las exigencias técnicas y morales que requiere pilotarlo. «Al correr noto la respiración, el entorno, los músculos. Sé cómo tengo que escucharlos. Si se quejan en plan "tío te estás cansando, ¿no ves que un sofá es mejor que esto?", me río de ellos. Corro para no encogerme; si paro, pierdo enseguida la musculatura, la sensibilidad, la fuerza... Y esto trabaja mucho la cabeza; si la nutres, hace que lo demás funcione. Esta es la herencia que le quiero dar a mi hijo». Ser discapacitado -«minusválido se decía antes»- no es tener un vehículo poco competitivo, sino creer que no se puede ganar nada con él, parece decir Henry. El jueves saldrá a correr con su club, a su ritmo, con la Media Maratón de Santa Pola en la cabeza.

Ella corre conmigo

Andrés para un momento porque se le ha metido una china en la colorida zapatilla minimalista que usa. Lleva tierra en los calcetines: blancos, de media caña, de deporte de los de toda la vida. Un reloj con cronómetro y una camiseta de tirantes con el patrocinio de Puertas Joaquín. El mejor atleta de fondo de la provincia y primera figura de la Comunidad Valenciana es la pesadilla de la mercadotecnia running que surte de medias de precisión, gadgets para el rendimiento y ropa sexy y transpirable al fenómeno de los corredores populares. «Las zapatillas, porque me las regalan los de New Balance, pero los cortavientos y eso... Paso del tema. En invierno salgo a correr en tirantes también» cuenta, sin apartar la mosca que juguetea con su cara brillante de sudor.

Andrés Micó no decepciona las expectativas que crea el tono casi legendario que usan los atletas urbanos para hablar de él en las tiendas especializadas de Alicante, en los grupitos de aficionados que charlan tras hacer unos kilómetros, en los corrillos ante las clasificaciones de cualquier carrera popular de fin de semana. El pastor que corre, el runner agreste que planta cara a los africanos en los últimos kilómetros de las maratones, el atleta que renuncia a la gloria deportiva por la compañía de sus vacas, es idéntico al joven de 32 años que está haciendo series en el empedrado del castillo de Villena.

«Soy mejor con las vacas que corriendo. Y si tengo que elegir, me quedo con la granja. Me he criado ahí, lo llevo en la sangre y ahí está mi futuro. Esto... -se calla para esquivar una rama baja de pino mientras trota por la senda de Las Cruces, junto a la fortaleza- esto, la vida del atleta, son diez, doce, quince años, pero no va a durar». Es el argumento que aún tratan de digerir los entrenadores de atletismo que se han acercado a él para sacarle del campo, para estabular su ritmo semiprofesional -ganó la maratón de Valencia de 2009 con un tiempo de 2 horas 26 minutos- con gimnasio, dietas y rutinas de campeón olímpico. «Yo soy antidisciplina total. Hago lo que quiero y no me manda nadie. Como lo que me da la gana y los entrenamientos me los preparo yo». Acaba de fichar por el club Bikila de Madrid, pero lo que le interesa de verdad es Productos Lácteos Micó, «una explotación familiar con 250 cabezas» que lleva su familia desde 1989.

El sonido de sus pisadas en la tierra suena como una escobilla sobre una batería. Su cuerpo, largo y nudoso como un sarmiento, encaja perfectamente con el arquetipo del corredor de resistencia. «Se me dan bien los circuitos duros, media maratón o maratón, nunca he sido de velocidad. Siempre he dicho que soy un afortunado por que puedo hacer lo que más me gusta sin dedicarle mucho tiempo». Una hora por la mañana, otro rato por la tarde.

Se está recuperando de una operación y su rendimiento es ahora del 80%. «No me puedo quejar porque llevo prácticamente todo el verano ganando todas las carreras sin secuelas ni molestias». El vaquero de Villena entrena el modo carrera cada fin de semana -«siempre nos pagan algo para que vayamos y demos espectáculo, para ir en cabeza con los africanos. Saco unos 5.000 euros al año», cuenta- y espera este año bajar su marca de media maratón a 1 hora y 3 minutos y a 2 horas 15 minutos la de 42 kilómetros.

Las razones para correr de Andrés Micó han crecido con él. Primero fue por competir en una carrera de verdad contra otro compañero del instituto por una chica. Luego descubrió el placer de competir -«cuando vas a ganar, disfrutas sólo cuando llegas»- y de recibir el reconocimiento del público -«notas que la gente te apoya. A veces me da vergüenza que, en cuanto me bajo del coche, el speaker de la carrera ya está diciendo mi nombre»-. Pero hace diez años, correr adquirió un significado mucho más profundo para él. «Perdí a mi novia. Íbamos a casarnos», cuenta el atleta de vuelta en el barrio del castillo.

«Estuve un mes en el que salía a correr con rabia, no con ganas de competir. Intentaba desconectar, pero no desconectaba. Estaba a todas horas pensando. Hay gente que ha pasado por lo mismo y lo ha pasado fatal. Yo, gracias al atletismo superé la pérdida de un ser querido. Gracias al atletismo aquí estoy», cuenta en un resuello. Todavía es una imagen vívida «para ir más rápido o para superar rivales o dificultades».

Como la que vio el día que se consagró en la Maratón de Valencia, cuatro años después de que falleciera su prometida. «Antes de salir ya me estaba acordando de ella. Pensé "hoy me toca ganar a mí", y parecía que me lo estaba diciendo ella, que estaba corriendo a mi lado. Fue toda la carrera así. Cuando llegué al kilómetro 28, me quedé yo solo, los africanos se quedaban todos atrás. Yo alucinaba, pensaba "esto no me está pasando a mí". Yo iba a ganar el autonómico, pero la carrera entera... Eso no».

Micó corre ahora porque es parte de él. «Esto siempre construye. Tiene algo que engancha y aunque lo pases mal para terminar una prueba y digas "este fin de semana ya no corro", al final vuelves a salir. Tiene algo de que te lo pasas bien, aún pasándolo mal. Eso, los corredores, lo llevamos dentro».

Bowie entre palmeras

Hay un punto en el paseo marítimo de la playa de Muchavista en el que, si se sale a tirar kilómetros muy temprano, se ve cómo el amanecer coloca el sol entre las palmeras y «se puede ver detrás el Cabo y el mar». «Es una imagen preciosa», cuenta Estrella con la respiración un poco rota por la charla. Esa imagen, junto con el teclado que acelera Modern Love de David Bowie y las huellas en la arena dura de la orilla dibujando el ritmo de la canción, basta para que esta gaditana de 48 años salte de la cama deseando ponerse las zapatillas.

Esta corredora de la Playa de San Juan se ha enamorado como una adolescente en los doce meses que lleva practicando el deporte más antiguo del mundo. No puede explicarlo -«no me propongo ningún reto / no sigo ningún ritual / no estoy superando ningún problema / no sé describir cómo es la recompensa»-, pero admite casi con dificultad, como si se diera cuanta sobre la marcha, que es adicta a esto del running. Una ruptura sentimental, la búsqueda de una vía de escape, la estabilidad laboral y la mayor independencia de su hija contribuyeron a que se dieran las circunstancias para que descubriera una nueva afición que se le da muy bien. «Yo corro porque me gusta, te sientes bien cuando acabas, no me he puesto mala en un año, no sufro, me lo paso bien, sin más».

Antes era de las que pensaban «está grillao» cuando veía a un corredor respirando como si se resistiera a un exorcismo a las tres de la tarde en la playa. Ahora, cuando viaja una vez al mes para coordinar los procesos de selección de personal que gestiona para una empresa, «me llevo las cosas de correr». Ha descubierto el sentido del turismo deportivo y, gracias a las redes sociales, que puede quedar con corredores de todo el país como embajadora que es de los Beer Runners de Alicante, un grupo de atletas populares que se premian con una o dos cervezas después de haber hecho un entreno en grupo.«Si sales sola por ciudades que no conoces te cambia todo. Abres más los ojos, te fijas más en los detalles, te cambian las expectativas». Y entiende a los locos. «Cuando te enganchas a correr fuera, te da igual que haga viento, calor o que llueva».

Empujada por la curiosidad de ver de cerca la liturgia festiva de las carreras populares, pensando en que sólo le esperaba una caña con su grupo de amigos después de la línea de meta, Estrella corrió arropada y sin presión su primera carrera colectiva el pasado 26 de octubre en la Sanitas Marca Running Series de Alicante. Quedó segunda de la categoría veteranas B en 10 km, con un ritmo de 4,55 minutos el kilómetro. «No podía imaginármelo, pero bueno con la edad, corremos pocas, la competencia es menor, y no estaba sola. El fervor de la gente te lleva».

Patri, proceso inicial

Patri tardó tres minutos en decir «me quiero morir» el día que salió a correr con un grupo de amigos por primera vez este verano. «Yo nadaba, pero no he sido muy deportista, no he sido de mucha constancia en el deporte. Ese día me estaba encontrando peor de lo que estaba antes de empezar, y encima la gente hablaba de que se iba hacer la media de no se qué, los 10 kilómetros de no sé dónde. Me sentía una loser total y encima parecía que tenía que tener un objetivo», cuenta riéndose esta psicóloga y visitadora médica ilicitana de 33 años.

Algo la mantuvo interesada en esta nueva actividad que probó para dejarse «llevar» durante una época «emocionalmente chunga en la que me sentía un poco vacía conmigo misma». Y volvió a salir, esta vez sola y con música. «Todo el mundo decía que te motivas más, así que al principio me poníauna canción que me gustaba mucho. Luego me di cuenta que me emocionaba y salía como si estuviera en el maratón de Nueva York, me dolía la rodilla y llevaba la respiración muy alta». La asfixia que produce cabalgar a lomos de un temazo cuando apenas se sabe trotar y los dolores que aparecían como compañeros de carrera volvieron a frenar a esta joven que vive con un pie en la playa de San Juan y otro en la ciudad de las palmeras, donde ya es una corredora formal del cauce del Vinalopó. «Pensaba que la gente me miraría como pensando "pobrecita ésta cómo va", pero al contrario; lo que me gusta es el ambientazo, nunca había visto que la gente se saludara al cruzarse».

Para continuar su proceso, compensó la escasa preparación física con que afrontaba esta nueva actividad con el potente diálogo interior de quienes se entienden con la psique. «El quid fue dejar de meterme caña, decirme "Patri, que no pasa nada, que si te paras, te paras". Luego ya ves que estás 15 minutos corriendo y que no te sientes tan mal. Cuando estás empezando creo que debes ser un poco más amable contigo mismo. Corre, disfrútalo, y si tardas, pues tardas». Empezó a salir dos veces por semana y la magia del principio que mencionan todos los corredores -«ver cómo vas superando barreras y superándote con mucha facilidad»- empezó a hacer efecto. «Ahora, ver que de no aguantar 10 minutos me estoy una hora sin parar, pues me encanta».

Se arranca y avisa de que no podrá hablar mucho mientras se le mide el ritmo, así cuenta su historia después de certificar una marcha de 7 minutos por kilómetro. «Ya no llevo música. Me he dado cuenta de que lo me gusta es escucharme yo. La pisada, la respiración; si vas cómodo, si vas un poco petada, lo oyes. Si es una sensación nueva, también... Creo que durante todo el día, con el trabajo, eso no lo haces, estar física y mentalmente. Aparte de que es muy bueno y muy sano, eso es lo que me gusta de correr, que soy yo».

A domar montañas

El frontal de Jose no es el más potente de entre los que llevan sus compañeros pero tiene lúmenes suficientes para alumbrar un descenso rápido por la ladera de la Serra Grossa. Lleva además una chaqueta técnica, unas zapatillas medias de trail, mallas para correr y un pulsómetro que pita si la frecuencia cardiaca sobrepasa en algún momento las 150 pulsaciones por minuto. «Este es el arma que todo runner debería tener», cuenta ensalivando los sensores para que otro corredor descubra la diferencia de correr a pelo y hacerlo pudiendo medir con números el esfuerzo. Este preparador físico y profesor de Infantil de 39 años ha descubierto hace meses la carrera por montaña, el trail running, pero cuando se compró ese pulsómetro para medir su elevada capacidad aeróbica en asfalto, en la etiqueta del precio ponía 35.000 pesetas. «Correr está de moda y todos nos subimos al barco del running; la gente se engancha porque ve mejoría en su salud y por la satisfacción que siente después del esfuerzo... Pero se hacen muchas barbaridades. No se puede hacer una media maratón sin prepararse, no se pueden hacer entrenamientos sin sentido sólo por seguir al amigo que está más en forma. Hay mucho desconocimiento y no todo vale. Estar asesorado por un médico deportivo, un fisio, o internet debería ser parte del proceso», asegura Jose. Le llaman «Profe».

En su especialidad, la doma de miles de metros de sendas, cortafuegos, laderas e incluso riscos «el esfuerzo físico se cuadruplica» y en su caso, también la inversión de tiempo y dinero. Organiza su ocio en función de los entrenamientos -descansa los sábados- y gasta al año unos 1.300 euros en «calzado, ropa, complementos alimenticios, inscripciones en carreras y fisioterapeutas». Todo por una competición, la que libra contra sí mismo.

«Yo corro contra mí. Es un deporte individual en el que el esfuerzo te lo gestionas tú. Salgo lento, adelanto si puedo pero no es lo que me interesa. Yo busco acabar las carreras de una manera normal», cuenta Jose. La motivación de fondo de este experto corredor es buscar el balance extremo, dotarse de recursos para correr 42 kilómetros de piedras sin que su corazón se altere y gozar del espectáculo. «Es el respeto a la montaña, correr por la peña Migjorn rodeado de árboles. Ver un mar de nubes a tus pies en el Puig Campana».

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