No lo he podido evitar. Desde niña tengo debilidad por los diccionarios. Así que he adelantado un poco mi regalo de cumpleaños y he corrido a la librería a adquirir la 23ª edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Se anunciaba que iba a ser la edición menos sexista y que, gracias al impulso de la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, incluiría la voz «feminicidio». Y así ha sido, aunque lo hayan despachado con esta corta acepción: «Asesinato de una mujer por razón de su sexo». También se ha incluido, aunque con similares limitaciones, una nueva acepción a la voz «género», significándolo como «grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico». Poco les hubiera costado añadir lo que ya figura en el Diccionario Panhispánico de Dudas: «Categoría sociocultural que implica diferencias o desigualdades de índole social, económica, política, laboral, etc.». Pero bueno, dada la beligerancia al respecto expresada por algunos miembros de la Academia, no ha sido una sorpresa.

Pero hay cosas que se resisten al cambio. Y aunque en el preámbulo a esta edición del tricentenario se advierta que «existe la ingenua pretensión de que el diccionario pueda utilizarse para alterar la realidad», lo cierto es que en algunos casos podría decirse que es el diccionario (quienes lo hacen) el que pretende que dicha realidad no se altere. Yo utilizo mucho la comparación entre las voces «hombre» y «mujer». Y aunque es cierto que en algún aspecto se han modificado, me sigue fascinando el diferente tratamiento de sus acepciones. Desde Aristóteles, la racionalidad ha sido una característica asociada a los hombres pero no a las mujeres. Y sobre ello se han construido numerosas exclusiones y discriminaciones para nosotras. Pues bien, la primera acepción de «hombre» es «ser animado racional, varón o mujer», mientras que la primera de «mujer» es «persona del sexo femenino» ¿Hace falta que siga? Han eliminado la referencia al valor y a la firmeza como «cualidades varoniles por excelencia», pero se sigue manteniendo la referencia a «cualidades consideradas masculinas por excelencia» y «cualidades consideradas femeninas por excelencia». Me pregunto cuáles serán esas cualidades tan diferentes?Y respecto de las formas complejas, el «hombre público» es «el que tiene presencia e influjo en la vida social» mientras que la «mujer pública» es «prostituta», recogiéndose con este significado hasta cinco formas complejas más. Así que cuando me dicen (creo que en otro sentido) que soy una mujer pública no puedo evitar acordarme de la Academia y de su composición abrumadoramente mayoritaria de varones (personas del sexo masculino), que no de hombres racionales. Porque, racionalmente, estas resistencias no se explican.