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A cuatro patas

La historia de Cien

Era un perro de raza cruce y mediano tamaño. No se movía. Estaba quieto. Paralizado. Llevaba horas enroscado sobre sí mismo bajo una señal de tráfico que limitaba la velocidad a cien.

Ante los ojos de muchos de los que debieron pasar por allí, podría, fácilmente, haber parecido más un saco de huesos abandonados que, lo que realmente era, un pobre perro abandonado. Pero, claro, nadie se fijó en él.

Supongo que, cuando sus dueños decidieron dejarlo en aquel maldito lugar, debieron pensar que, seguramente, algún coche pararía a ayudarle. Que, quizás, a diferencia de ellos, alguien se apiadaría de él. Pero, nadie lo hizo. Nadie paró.

Puedo imaginarme mil razones, por supuesto injustificables todas ellas, pero lo que no puedo llegar a pensar es que lo abandonaran sabiendo la realidad de lo que suele ocurrir en todos esos casos. Siempre es igual: «Sacan a tirones el perro del vehículo. El animal está asustado. No conoce el lugar. Esconde su rabo entre sus patas mientras los coches, al pasar, levantan un aire infernal. Mil olores desconocidos le emborrachan. Se encuentra desubicado, perdido, mareado.

Gira su cabeza a su alrededor intentando descubrir dónde está. De pronto oye un ruido fuerte, es el acelerón del coche en el que llegó, el de sus dueños que se marchan a toda velocidad.

Gira la cabeza hacia el mismo, pero sólo ve la matrícula alejándose de él para siempre. Instintivamente sale corriendo tras el coche. Le sigue, le persigue, pero cada vez está más lejos.

Entonces, en un último intento desesperado para no perderlo, se cruza por los carriles de la calzada intentando acortar distancias.

Huele el peligro. Siente el olor de los coches que se cruzan delante de él, pero su instinto de unión a sus dueños, el amor y la lealtad que siente por ellos, es infinitamente mayor que el valor que da a su vida.

La carrera desesperada continúa ya sin destino. Un coche intenta esquivarle. Otro frena. Otro acaba con su vida».

Fin de la historia. Triste destino para miles de animales en nuestro país.

Menos mal que, algunas veces, muy pocas, sucede el milagro. Entonces, el miedo les paraliza las patas y, como si fuera una cadena invisible, les ata al lugar donde vieron por última vez a sus dueños. Sólo eso les salva.

Y ese, como les contaba, es el caso del perro que hoy les presento. Al final, quiso el azar o, esa habilidad innata que tenemos algunas personas para que, estemos donde estemos, veamos siempre al perro abandonado, la que facilitó que alguien lo viera y me llevará hasta él.

Es curioso. Cuando te encuentras a un perro o a un gato así, puedes saber perfectamente el sitio exacto en el que se rompió su vida. El lugar preciso donde fue abandonado por su familia.

Allí estaba él, bajo aquella señal de tráfico. Helado y frío, pese al calor.

No quiero pensar cuánto tiempo pudo pasar así. Hay cosas que es mejor no imaginar.

Lo cogí en brazos y se acurrucó sobre mí. Le miré, le sonreí y le pregunté cómo estaba. Él me lo agradeció moviéndome el rabo.

Entonces levanté la mirada y vi aquella señal de tráfico que limitaba la velocidad a «Cien», aquella que, de alguna forma, contribuyó a salvarle la vida. Y, de nuevo, le pregunté a aquel perro: «¿Cómo estás? ¿Cómo te encuentras, «Cien»?

No me miró siquiera pero, al menos, desde ese momento, ya tenía de nuevo nombre: «Cien».

«Cien» vive en una jaula del albergue de animales abandonados esperando una nueva familia que lo quiera para siempre.

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