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La década de los jóvenes

Alguien dijo, cuando le preguntaron si cualquier tiempo pasado fue mejor, que no, que cualquier tiempo pasado fue anterior

La década de los jóvenes

El libro aparece muy oportunamente al cumplirse los cincuenta años de las revueltas estudiantiles parisinas en las que unos jóvenes, entre los que destacaba Daniel Cohn-Bendit, comenzaron una escalada de reivindicaciones que puso en serios apuros al gobierno Pompidou. El texto de Moreno Sáez y Martínez Leal nos cuenta, en la forma amena y científica que caracteriza la obra de estos dos profesores alicantinos, la historia política, económica y cultural de una década, conocida como prodigiosa en otros lares, y que en el País Valenciano y más concretamente en la provincia alicantina, tuvo unas características propias. Unas características que los que ya peinamos canas sabemos bien y que los más jóvenes, los que llegaron después, tienen derecho a conocer.

Si bien es cierto que, tras los difíciles años de la década de los cincuenta, a una España empobrecida y lastrada por la represión franquista le costaba salir del aislamiento, la siguiente década supuso una apertura, como señalan los autores, debida a las grandes transformaciones estructurales a nivel económico (el desarrollismo de López Rodó y la emigración a Alemania) que dio lugar a la España del seiscientos) y que afectó muy especialmente a nuestra provincia con el impacto del boom turístico y del invento de Benidorm por su alcalde Pedro Zaragoza.

Cambios en Alicante

Alicante, especialmente tras la llegada a nuestra provincia de más de treinta mil Pieds Noirs provenientes de una Argelia francesa que acababa de conseguir su independencia tras más de ciento treinta años de colonialismo, cambió radicalmente sus estructuras paisajísticas y, de ser una capital anclada en el pasado se convirtió, casi por arte de magia, en una ciudad moderna, llena de edificios que rompían la estética a la que nos habíamos acostumbrado, especialmente en las zonas costeras, y se pobló de establecimientos a la europea, milk bar, discotecas y nuevas formas de negocios que abrieron un nuevo camino a un movimiento juvenil, potente y vigoroso, que comenzaba a abandonar la suave música italiana de los festivales de San Remo para abrirse a los cantantes que todos los meses copaban la revista Salut les copains que, claro está, comenzó a llegar a nuestros quioscos.

Bien pronto supimos como Johnny Halliday y su novia Sylvie Vartan copaba las listas de éxitos francesas hasta el punto que Gilbert Becaud hablaba de su noviazgo en una de sus canciones, Dis Mariette. Y que Hugues Aufray se atrevía a descifrar las canciones de Bob Dylan, al que ninguno de nosotros conocíamos por no saber inglés. Que algunas tiendas de discos, como Miriam, recibían novedades de las que sonaban en el Totem whisky o en el Whisky a chorro, dos de nuestras discotecas favoritas, como el primer EP de un grupo distinto, The Beatles. Los cuatro de Liverpool eran una revolución no tan solo musical con la que los jóvenes creímos que podíamos cambiarlo todo y que arrinconaron en nuestras discotecas a Cliff Richard o al Dúo Dinámico y poblaron de pelos nuestras cabezas.

Tiempo de cambios

Era la década del asesinato de los Kennedy, de Martin Luther King o del Che Guevara; del fusteriano Nosaltres els valencians; de las primeras cartas de ajuste en una televisión recién estrenada; de la masacre de estudiantes mexicanos en la plaza de las Tres Culturas; del nacimiento revolucionario de las FM; de la revuelta estudiantil de Berkeley con el f lower power y de la primavera fallida de Praga; de la muerte de Marilyn; del Spain is different; de la llegada a la Luna: «es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad»; del pick-up a pilas; del conflicto de Vietnam; de la emigración a Alemania con la maleta atada con una cuerda; de la minifalda de Mary Quant, que tantas cosas liberó, con Wilhelm Reich y la píldora anti baby a la cabeza; del free cinema y de la nouvelle vague en salas de Arte y Ensayo; de los posters del Guernika en las paredes; de Cien años de soledad o El final de la utopía bajo el brazo mientras paseábamos por la Explanada con la vana pretensión de ligar...: ¿estudias o trabajas?; del Muro de Berlín: «Todos somos berlineses»; de Film Ideal y de Cahiers de cinema; de la Iglesia dirigida por Juan XXIII; de James Bond y Ursula Andress combatiendo al malvado doctor No; de la expulsión de García Calvo, Aranguren y Tierno Galván en sus quehaceres universitarios; de Triunfo, Destino, La Codorniz o Cuadernos; y de, en fin, de los XXV años de paz...

Este tiempo pilló a los alicantinos, a muchos de nosotros, empeñados en ganar la flor natural a base de cursis poemas auspiciados, todavía, por la Secretaría General del Movimiento mientras, paradójicamente, en París los estudiantes se bregaban con los flics tratando de descubrir la arena de la playa que había bajo los adoquines de sus calles al grito colectivo de «Prohibido prohibir». Alicante era una ciudad en la que los estudios superiores quedaban reducidos a la Escuela de Magisterio o a la de Comercio y en la que las universidades más próximas quedaban a trasmano en Murcia y València. Aunque, todo hay que decirlo, algunas entidades e instituciones, pocas pero significativas, iban abriendo brecha.

Pérdida de influencia

Claro está que la provincia alicantina no era solamente la capital pero allí sí que se jugaba la parte más importante de una partida marcada por el despoblamiento del interior hacia la costa y las ciudades más pobladas, como Alicante, Elche y Alcoy. Benidorm, de pronto, se convirtió en el soñado paraíso donde, a golpe de seiscientos o de auto stop podías soñar con una España que poco a poco (y las suecas y los suecos algo tuvieron que ver) daba pasos de gigante hacia una reafirmación de nuestra personalidad y un enfrentamiento, al menos ideológico, con un Régimen autoritario que iba perdiendo influencia entre los más jóvenes. Las ciudades zapateras del valle del Vinalopó y el textil de Alcoy contemplaron los primeros conflictos laborales en los que los incipientes y clandestinos sindicatos forzaban a la patronal a unas mejoras de los trabajadores que fueran, al menos, proporcionales al aumento de sus beneficios.

Dictadura, desarrollismo y cultura. La provincia de Alicante en los sesenta nos recuerda, paso a paso, en sus últimas doscientas páginas cómo fue aquella cultura en el Alicante de los sesenta. Nos habla de Teatro (La Cazuela alcoyana, la Carátula ilicitana, el grupo Coturno de Elda o el Alba 70 de Luis de Castro, entre otros empeños reseñables). Del cine, del amateur y del otro; con sus cine clubs en los que tanto aprendimos (el de Elche, promovido por Acción Católica y limitado a matrimonios pero en los que no se descartaba permitir la entrada a «alguna persona formada aunque sea soltero». O el cine club de la Congregación Mariana en Alicante y algunos similares, todos relacionados con la Iglesia y que solían finalizar con la celebración de la Santa Misa, no fuera que películas como El séptimo sello pudieran causar estragos en la templanza cristiana de sus asiduos. También, en el caso de los cine clubs, los autores relatan como algunas instituciones religiosas acogieron los primeros grupos progresistas, como el Hemeroscopium dianense, que hicieron de sus proyecciones y sesiones una forma de educación contra la dictadura franquista y contra el empeño en cerrar los caminos al pensamiento. Siempre recuerdo aquel chiste del Perich que, tras cruzar la frontera de Perpignan, como tantas veces hicimos algunos para ver cine, La batalla de Argel o la sueca Soy curiosa (Amarillo/Azul), y ante la pregunta de si tenía algo que declarar, decía que no, que todo lo llevaba en su cabeza? aunque se quedaran con el libro de Ruedo Ibérico o con el último número de Lui. En Alicante alcanzaron un enorme éxito de gente joven las sesiones itinerantes del Cine Club Chaplín, donde tanto vimos con Antonio Dopazo.

Tiempo de cantautores

La Música, lógicamente, no podía faltar en este capítulo ya que por esos años proliferaron innumerables agrupaciones musicales por toda la provincia: la Coral Crevillentina, la Coral Polifónica Alcoyana, la Coral Ilicitana o el Orfeón Alicante, entre muchos importantes. La Orquesta Sinfónica de Alcoy y el Ayuntamiento alicantino, que cada dos años organizaba el premio Internacional de Música Óscar Esplá y que hoy, ¡ay!, ya no existe? Cantautores como el valenciano Paco Ibáñez, «A cabalgar, hasta enterrarlos en el mar?», como Adolfo Celdrán, Francesc Moisés o La Pedrada, que trataban de concienciar con sus letras para que «las gentes piensen sobre realidades que están viviendo todos los días y sobre las que normalmente no piensan».

Y en el libro se habla, claro, de Literatura. De Enrique Cerdán Tato, de Carmen García Bellver, Gonzalo Fortea, Rafael Azuar, de Ernesto Contreras, de Carlos Sahagún. Y de Manuel Molina, Joaquín Fuster o Miguel Signes. Época de Juegos Florales donde la mujer, limitada a resaltar su belleza, escuchaba las loas de unos vates obligados a ponerse chaqueta y corbata en el mejor de los casos. Aunque poetas rompedores también hubo, como el grupo Forn de Vidre, de vida efímera (Enrique Giménez, José Ramón Giner y Mario Martínez). Más tarde llegaron los componentes del Grupo Lasser, con sus sesiones poéticas en una entonces abierta Radio Popular donde, a través de Jaime Lorenzo, podías escuchar a los Fronterizos y a los Chalchaleros.

Época de recordar, aunque en núcleos muy reducidos, a los olvidados Joan Valls o Juan Gil-Albert. Tiempo, también, del Instituto de Estudios Alicantinos, empeñado, afortunadamente, en estudiar la obra de Gabriel Miró, Azorín, Arniches o la del «prohibido y disputado» Miguel Hernández. De certámenes literarios como el Premio de novela Gabriel Miró, ganado en su primera edición por un desconocido Jesús Fernández Santos, nada menos. Los Premios de cuentos Gabriel Miró o Ciudad de Villajoyosa, que todavía perduran. O el Premio de Literatura Azorín, dotado en su primera edición de 1964 con cien mil pesetas, y que se llevó Vicente Ramos con su Historia de la literatura alicantina, dando origen a una enorme polémica entre los escritores alicantinos, ya que muchos se inclinaban porque el premio debería ir a Josévicente Mateo, figura del progresista Club de Amigos de la UNESCO.

Artistas alicantinos

En cuanto a las Artes Plásticas, en las salas de las Cajas de Ahorro (Sureste y Provincial) se celebraban los éxitos de los artistas alicantinos en el «exilio» madrileño: Eusebio Sempere, Arcadi Blasco o Juana Francés. Ernesto Contreras, siempre al pie del cañón cultural, jugó un papel fundamental en la crítica de la plástica de aquella década, tal y como recordaba el pintor alcoyano Toni Miró: «a les comarques del Sud es imposible recordar la década dels seixanta i dels setanta sense que tot seguit penses -et vinga a la memoria- l'amic i mestre Ernest Contreras, des de totes les vessants de la cultura i molt especialmente de la plástica, tots nosaltres som deutors?» El diario INFORMACIÓN, siempre presente en la vida cultural escrita de nuestra provincia, junto a LA VERDAD y al efímero PRIMERA PÁGINA, comenzó una serie de artículos sobre artistas alicantinos (Manuel Baeza, Adrián Carrillo, Pérez Pizarro, Gastón Castelló, José Gutiérrez, Xavier Soler, González Santana o José Pérezgil) escritos por el propio Contreras, Bernat Capó, o Ramón Marco, y donde se discutía sobre el papel del arte y el compromiso del artista, como los que intentaron el ilicitano Grup d'Elx, el Grupo Palera, Integració o Alcoiart.

Una antológica de Emilio Varela, componente de aquel famoso grupo de los años veinte que conformaron lo que se ha venido en llamar la Edad de Plata de la Cultura alicantina, permitió al público conocer su trayectoria vital y artística. Pintores de la provincia pero también foráneos relacionados con Alicante, como Pancho Cossío, Genaro Lahuerta, Eberhard Schlotter, Pablo Lau o Benjamín Palencia, exponían junto a jóvenes que comenzaban a despuntar en el panorama artístico (Azorín, Agulló, Climent Mora, Piqueras, Adriano, Sixto, Castejón, Castillejos, Mario Candela, José Antonio Cía, Vicente Rodes, Segundo García, Polín Laporta, Xavier Lorenzo o Eduardo Lastres, entre otros y otras).

Nace el Centro de Estudios Universitarios

Enrique Llobregat, director del Museo Arqueológico, destacaba por su sapiencia, bonhomía y progresía. Y la Caja de Ahorros del Sureste, que extendía sus instalaciones culturales a toda la provincia alicantina, creadora de una ambiciosa red de bibliotecas que daría lugar al nacimiento, ya en la década de los setenta, de un Aula de Cultura dirigida por un Carlos Mateo incansable y que se supo rodear de un espléndido equipo de colaboradores. En 1968, la provincia de Alicante vio nacer un retoño largamente esperado, el Centro de Estudios Universitarios (CEU) que comenzó sus actividades académicas y culturales en las instalaciones del antiguo aeródromo de Rabassa.

Estas instituciones, entidades y personas marcaron la tendencia cultural de aquella década alicantina. Maravillosos sesenta en mi opinión, a pesar de la falta de libertades y a pesar de que, tras los años transcurridos, muchos de aquellos días de viejo color, con el paso del tiempo, han ido difuminando gran parte de su fulgor. Pero las vivencias y la memoria siguen estando ahí porque con el fin de aquella década prodigiosa comenzaba, también, el ocaso de una dictadura franquista con la que tanto tiempo, demasiado, compartimos. Y de todo eso, y mucho más, va el libro de Moreno Sáez y Martínez Leal

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