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1968, el año de la utopía

Los acontecimientos globales de 1968 transmiten un significado de rebeldía y rechazo de toda forma de autoridad

Herbert Marcuse. Eros y Civilización.Texto en el que Marcuse da la vuelta a las tesis de Freud en El Malestar en la Cultura, manteniendo que el arte y el placer como actividades emancipadoras podrían transformar las relaciones de los seres humanos con el trabajo y con la naturaleza.

Hay momentos en la historia en los que el futuro ilumina el presente como un faro que alienta, dirige y renueva la esperanza de amplios sectores de la humanidad. Esta metáfora podría ilustrar el clima y las energías utópicas que se desplegaron en torno a unos acontecimientos que tuvieron lugar hace ahora cincuenta años, cuando «sin razón inmediatamente explicable coinciden hechos, movimientos y personalidades inesperadas y separadas en el espacio»,como ha escrito un testigo de ellos, el mexicano Carlos Fuentes ( Los 68. Paris, Praga, México)

La esperanza en un futuro de emancipación se extiende aquel año desde los movimientos pro-derechos civiles en los Estados Unidos alentados por el I Have a Dream (1963), grito de Martin L. King (asesinado en abril de ese año), al coraje de los jóvenes checos plantándose delante de los tanques del Pacto de Varsovia que habían invadido un país en el que su máximo dirigente, Alexander Dubcek, había manifestado unos meses antes : «Nuestro programa se basa en la convicción de que el hombre y el género humano son capaces de aprender no sólo acerca del mundo, sino también de cambiarlo», o por las movilizaciones de los estudiantes parisinos en las jornadas de mayo bajo lemas como: «Seamos realistas, pidamos lo imposible» , que hubieran subscrito también sus colegas de los campus norteamericanos, alemanes o mexicanos.

En Francia, la revuelta del 68, a diferencia de lo que ocurrió en otros lugares, no se puede explicar por la presencia de factores que actuasen como catalizadores. Ese país atravesaba una época de prosperidad económica sin presencia de tensiones laborales, y las que existían en la Universidad no parecían tener trascendencia más allá de los límites de los campus, nada de eso puede erigirse como causa para desencadenar una situación que hizo tambalearse al gobierno del General De Gaulle, mientras durante semanas se extendió entre los jóvenes un sentimiento de que «todo es posible».

Este artículo pretende exponer algunas de las claves teóricas, y sus antecedentes, que inspiraron a aquellos jóvenes rebeldes, terminando con una reflexión sobre su significado posterior. Se ha intentado sintetizar el ideario esencial del Mayo del 68 en cinco puntos: Utopía, Represión, Rebeldía, Vida Cotidiana, y Situacionismo.

Utopía

En 1967, el filósofo Herbert Marcuse (1898-1979), que había sido uno de los principales componentes de la Escuela de Frankfurt, cuyos miembros habían emigrado a los Estados Unidos huyendo de los nazis, impartió una conferencia en la Universidad Libre de Berlín que fue publicada con el título «El Final de la Utopía», convirtiéndose en unos de los textos de referencia de los estudiantes en rebeldía. En España se editó en 1968, traducida por Manuel Sacristán ( 1925-1985) filósofo de gran prestigio que impulsó la traducción y difusión de textos de Marx y Engels en la última etapa franquista.

El título del ensayo de Marcuse refleja, en palabras de Fernández Buey (1943-2012), «el comienzo de las posibilidades de realización de aquello que la utopía socialista anticipaba (€) que la sociedad estaba madura para la eliminación de la pobreza, para la eliminación del trabajado alienado, para la superación de la sociedad represiva» (Utopías e ilusiones materiales). En El Final de la Utopía Marcuse sostenía que en el mundo se abrían nuevas posibilidades objetivas y subjetivas para la construcción de una sociedad más humana.

Las objetivas remitían al nivel del desarrollo de la ciencia y la técnica, que aun reconociendo que con ellas «podemos convertir el mundo en un infierno», también «podemos transformarlo en todo lo contrario». La visión de la ciencia y la tecnología y su papel en la liberación de la humanidad es uno de los contenidos del El Hombre Unidimensional que apareció en Francia en mayo de 1968, vendiéndose a un ritmo de mil al día, en donde Marcuse ponía de relieve «la contradicción entre las fuerzas productivas crecientes y su organización esclavizadora». Pero fueron las condiciones subjetivas, consideradas heréticas por los marxistas ortodoxos, una de las aportaciones más originales de Marcuse a la crítica de la sociedad y la vida cotidiana; para este filósofo, que algunos nombraron Padre de la Nueva Izquierda, a la conocida tesis marxista de que la historia es la de la lucha de clases, habría que añadirle también que «la historia del hombre es la historia de su represión».

Represión

Sigmund Freud (1856-1939) publicó en 1930 El Malestar en la Cultura, un ensayo en el que el inventor del psicoanálisis desarrolla un diagnóstico muy pesimista sobre la civilización y el progreso técnico, sosteniendo que la felicidad y el placer sexual están subordinados al trabajo y a la represión social: para el mantenimiento de los fines de la civilización el principio de realidad se impone sobre el principio del placer.

Marcuse en Eros y Civilización: un análisis filosófico de Freud da la vuelta a la tesis central del texto freudiano: «Tomó la proyección pesimista de Freud de lo que la civilización entrañaba y la empleó para imaginar precisamente la posibilidad con la que Freud no contaba» en palabras de Stuart Jeffries en Gran Hotel Abismo un reciente estudio crítico de la Escuela de Frankfurt que contiene un amplio análisis de la trayectoria personal de este filósofo y de su obra. En Eros y Civilización" Marcuse defendía que el arte y el placer como actividades emancipadoras podrían transformar las relaciones de los seres humanos con el trabajo y con la naturaleza. Eros y Civilización fue publicado en Estados Unidos en 1953, en Francia en 1963 y en España en 1968.

En El Final de la Utopía Marcuse rinde un homenaje a Charles Fourier (1772-1837) destacando su vigencia, «no es casual», escribe, «que la obra de Fourier vuelva ser actual para los intelectuales de la vanguardia de izquierdas». Fourier sostenía que las innovaciones técnicas de la Revolución Industrial no solo no han aportado felicidad a la humanidad sino que «han ensanchado el abismo existente entre la capacidad potencial de la sociedad para apaciguar los deseos y las renuncias instintivas impuestas por la civilización, que han recortado el placer y propagado las represiones». Fourier, que había sido descalificado por Engels como «socialista utópico», trabajó toda su vida por implantar un ideal de sociedad en la que se fundiese amor y trabajo, en la que se terminase con la explotación de la naturaleza y se pusiese fin a las terribles condiciones de vida en las grandes ciudades industriales de su época.

Rebeldia

El Hombre Rebelde, ensayo de Albert Camus (1913-1960) publicado en 1951, nos aporta claves esenciales para entender la mentalidad y el espíritu de rebeldía imperante en los protagonistas de los acontecimientos de 1968. Comienza con esta afirmación rotunda: el rebelde «es un hombre que dice no», pero añade, que «negar no es renunciar» porque la verdadera rebeldía no es pasiva, implica una acción. «El movimiento de rebeldía no es un movimiento egoísta», sostiene Camus, la rebeldía es solidaria y generosa, y utópica en la medida que invoca pasar de «lo deseado» a «lo deseable», o lo que es lo mismo: afirmar «quiero que eso sea».

El libro «levantó ampollas» entre la izquierda francesa de la época, entonces mayoritariamente fiel a la corrección política soviética. La publicación de El Hombre Rebelde supuso la ruptura total entre Camus y Sartre. El Hombre Rebelde es un ensayo que transmite el mismo aire de libertad y espíritu crítico que exhibieron los protagonistas no solo de las jornadas de París, sino en diferentes lugares de Europa y América. Esta cita lo atestigua:

«No es justo identificar los fines del fascismo con los del comunismo ruso (€) El primero no soñó nunca con liberar a los hombres, sino solamente a algunos de ellos subyugando a los otros. El segundo, en su principio más profundo, aspira a liberar a todos los hombres esclavizándolos provisionalmente. Hay que reconocerle la grandeza de la intención. Pero es justo, por el contrario, identificar sus medios con el cinismo político que ambos han tomado de la misma fuente: el nihilismo moral».

Crítica de la vida cotidiana

«Cambiar la vida. Transformar la sociedad» se leía en una pintada de la Ciudad Universitaria de París durante los acontecimientos de mayo de 1968. Al conocido lema de Marx «Transformar el Mundo», anteponen el de Rimbaud: «Cambiar la Vida». «Lo cotidiano» constituirá una temática dominante para los jóvenes rebeldes que tuvo un efecto de contagio durante aquellas semanas del mes de mayo en París: «La vida cotidiana, redescubierta de pronto, se convertía en el centro de todas las conquistas posibles. Personas que había trabajado siempre en las oficinas ahora ocupadas declaraban que ya no podían vivir como antes, ni siquiera -un poco mejor- que antes... se paseaba, se soñaba, se aprendía a vivir. Los deseos empezaban a hacerse poco a poco realidad». (Los Situacionistas, M.Perniola)

Henri Lefevbre (1901-1991) publicó Crítica de la Vida Cotidiana en dos volúmenes,el primero apareció en 1946 y el segundo en 1961. Con Lefevbre, más que la explotación económica, la alienación de la vida cotidiana saltó al primer plano de la crítica de la sociedad. Una vida cotidiana que definía así: «Lo que subsiste cuando a lo vivido se le han sustraído todas las actividades especializadas».

Para los marxistas ortodoxos la base económica de la sociedad determinaba mecánicamente la superestructura (cultura, ideología, arte€) que ordenaba el modo de vida; Lefevbre, militante del Partido Comunista durante más de treinta años, comparte esta tesis pero la considera incompleta, porque para él la sociedad solo estará madura cuando los ciudadanos rechacen el modo de vida dominante. No es extraño que Lefebvre se sintiese atraído por la ciudad como escenario de la vida cotidiana y del urbanismo como teoría y práctica de la ordenación de los espacios en donde aquella se desenvolvía. En 1968 publica uno de sus textos canónicos El Derecho a la Ciudad que sigue siendo un texto imprescindible para interpretar el fenómeno urbano. Fue publicado en España al año siguiente.

Situacionismo

«La inmensa mayoría de los trabajadores han perdido todo poder sobre el uso de sus vidas». Este texto está extraído de La Sociedad del Espectáculo del que es autor GuyDebord (1931-1994) y que fue publicado en 1967. Debord fue uno de los miembros más conocidos de la Internacional Situacionista fundada en 1957. El situacionismo es una teoría crítica de la sociedad en torno a la noción debordiana de «espectáculo» definido en la obra citada como «la forma más desarrollada de la sociedad basada en la producción de mercancías y en el fetichismo de la mercancía que dimana de ella».

Como ha escrito A.Jappe, biógrafo de Debord, «el contenido profundo de mayo del 68 estuvo más en sintonía con la Internacional Situacionista que con los Comités pro-Vietnam o con las reivindicaciones de la reforma universitaria» Los situacionistas constituían un pequeño grupo difícil de encuadrar en el marco convencional de un partido político, ni siquiera de un movimiento porque incluso rechazaban cualquier forma de organización; no tenían ninguna relación con el mundo académico ni con grupos de izquierda, en última instancia, se les podría considerar como una bohemia artística singular. La Internacional Situacionista tiene su origen en una vanguardia artística, el Letrismo, que proponía la superación del arte a través de la búsqueda experimental de una nueva manera de vivir. Si para Freud el arte es una expresión de deseos sublimados, en una sociedad liberada de represiones el arte será la libre expresión de los deseos. El arte para los situacionistas se dirigiría hacia la construcción de «situaciones», y el espacio idóneo para ello es la ciudad.

Los situacionistas tenían en la obra de Johan Huizinga (1872-1945) Homo Ludens (1938), uno de sus textos de referencia, en la que se analiza el carácter lúdico de toda cultura. Inspirándose en la visión lúdica de la vida y de la cultura de la obra de Huizinga, el urbanismo situacionista, partiendo de una crítica furibunda del funcionalismo, tenía por finalidad «construir ambientes e instaurar modos de vida (€) expresar sensaciones y suscitar otras nuevas», proponiendo una estrategia espacial arquitectónica y urbanística cuyo objetivo era eliminar distinciones entre lo público y lo privado, lo interior y lo exterior, el uso y la función, reemplazándolos por una superficie fluida, volátil, pública y sin límites, principios arquitectónicos y urbanísticos que el arquitecto holandés Constant Nieuwenhuys (1920-2005) desarrolló en su proyecto de ciudad ideal situacionista bautizada como Nueva Babilonia, situada en una sociedad en la que el desarrollo tecnológico permitiría la abolición del trabajo y la satisfacción de las necesidades básicas y materiales de sus ciudadanos.

Final o comienzo

A lo largo de los cincuenta años transcurridos desde 1968 se ha discutido mucho si los acontecimientos de mayo en París y en otros lugares fueron un final o el comienzo de algo nuevo. Hay respuestas para todos los gustos, y, seguro, que a lo largo de este año del cincuentenario el debate se animará. Lo que se puede afirmar es que Mayo del 68 certificó el final de la vieja y polvorienta utopía del «socialismo real» al mismo tiempo que el renacimiento de una nueva utopía positiva ligada a una alternativa socialista de nuevo cuño por la que la sociedad se liberaría del trabajo alienado y de las represiones que impedían satisfacer las «necesidades radicales».

Mayo del 68 nos dejó una herencia antiautoritaria contra cualquier forma de poder, como el que se ejerce contra las mujeres y el que explota la naturaleza; extendió la idea de que el cambio social se hace desde abajo, e introdujo una nueva práctica política al margen de los partidos políticos y los sindicatos, y situó a los jóvenes de agentes pasivos a nuevos sujetos sociales con papel protagonista en la sociedad. Pero, enlazando con el inicio de este artículo y su tesis central, el 68 nos trajo una renovación de la esperanza como horizonte de emancipación, la utopía cómo valor positivo , una tesis que había defendido años atrás Ernst Bloch (1885-1977) un heterodoxo filósofo marxista que en "El Principio Esperanza"(1959) se posicionaba por la reconciliación entre razón y esperanza, introduciendo la noción de "razón utópica" como una actitud moral que nos invita a mirar al mundo como algo incompleto, pleno de carencias y debilidades; una mirada que lleva implícita la necesidad de su transformación: mirar a la realidad no como es sino como debería de ser.

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