Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Memoria y supervivencia de las imágenes

Un lúcido ensayo sobre la construcción de la mente por las imágenes, desde el teatro renacentista de la memoria al diván

El escritor Corrado Bologna.

En tiempos propicios para sacralizar a la memoria como arcano político y despreciarla como facultad intelectual no extraña que se omitan sus estrechas afinidades con la imaginación. El romanista turinés Corrado Bologna nos recuerda en este libro que la cultura moderna empezó a configurarse en torno a los esfuerzos por ordenar el caos de la experiencia y construir una interioridad articulando memoria e imagen. Los proyectos renacentistas para una arquitectura de la mente análoga a la del mundo hicieron de las imágenes, los phantasmata, y la destreza para conectarlas, la clave de sus edificios. Sus tentativas para recortar la figura definitiva de un sujeto de conocimiento en el cruce de correspondencias entre interioridad y exterioridad, tomaron su centro en una memoria más inclinada a la orientación en el espacio que al control del tiempo. La espacialización mnémica se correspondía con una arquitectura de la mente objetivada como gabinete, estudio, galería o biblioteca, que aspiraba a exhibir la estructura entera del mundo y, con ella, la del propio espíritu.

Estos modelos metafóricos cristalizaron en espacios físicos como iglesias o palacios, de Fontaine bleau a Florencia, inspirados en la imagen rectora del teatro. Bologna persigue la génesis e influencia de esa imagen de imágenes, que Giulio Camillo (1480-1544) teorizó en su Idea del teatro. Camillo aspiraba a crear una máquina orgánica de memoria y creatividad, una mens fenestrata, dispuesta de acuerdo con un orden de conexiones entre imágenes y palabras que extremaba las posibilidades de la inventio y la dispositio retóricas. Su obra despertó el interés de quienes como el rey Francisco I, Torcuato Tasso, Tiziano, Hurtado de Mendoza o Ariosto buscaban modelos eficientes para una representación exacta del cosmos de su tiempo, desde las presencias reales de la Antigüedad. La investigación de Bologna se desarrolla en dos tramas distantes pero convergentes. Por un lado, la influencia de Camillo en el manierismo, en el reformismo religioso italo-francés y sobre todo en Ignacio de Loyola, cuyos Ejercicios espirituales habrían aprovechado la «ortopedia de la imaginación» del italiano, para, trocando su teatro neoplatónico, místico y cabalístico, por otro católico y material, acuñar una «lengua fantasmática», cuyas precisas imágenes se fundaban en la analogía entre la corporeidad del ejercitante y la de Cristo. La otra trama rastrea las huellas del teatro renacentista en la obra del inclasificable pensador judío Aby Warburg (1866-1929) y su excepcional biblioteca, decisiva para el estudio de las formas simbólicas.

El trenzado entre psicoanálisis, ciencia de la cultura e historia del arte en los proyectos de Warburg, sobre todo en su Atlas Mnemosyne -una memoria iconográfica de la cultura europea- ilustra los motivos de la supervivencia de ese teatro del imaginario clásico en la edificación posmoderna de la subjetividad. Casi todos tienen que ver con la necesidad, acuciante desde Nietzsche, de repensar las formas en que el arte pueda reocupar el «espacio intermedio», fundador de civilización, entre el yo y el mundo, o entre la contemplación serena de éste y el abandono irracional a su inmediatez. Las conexiones que establece Bologna entre esas líneas de pensamiento y los esfuerzos por reconstruir una memoria común mediante la tópica literaria (Curtius), la antropología (Ernesto de Martino), o la poética metafísica (Emilio Gadda) convierten a su libro en un lúcido ensayo acerca de la crisis metamórfica de las ciencias humanas, y el modo en que éstas, como el arte, puedan servir a una terapia de la imaginación colectiva. De ahí su énfasis, desde el prólogo, en las conexiones entre el teatro de la memoria, al que sus contemporáneos atribuían la virtud de hacer «ver, tras complexa consideratione, con los propios ojos lo que está sumergido en las profundidades de la mente humana» y la consulta psicoanalítica: «ese lugar designado en el siglo XX para favorecer la concentración en imágenes mnemónicas e introducir a través de las palabras las imágenes borradas que bloquean en el alma la memoria y la fantasía». Tomás de Aquino lo dejó claro mucho antes: « Nihil potest homo intelligere sine phantasmate».

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats