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Análisis

Después de los urbanistas, ¿qué?

En la ciudad moderna y contemporánea se han ido produciendo una serie de fenómenos sociales, económicos, ambientales, simbólicos y culturales que están socavando las disciplinas tradicionales del urbanismo por su incapacidad para dar respuestas a estos nuevos retos

Después de los urbanistas, ¿qué?

«Tenemos que ser dueños de nuestras palabras para ser dueños de nuestras ciudades», Luis García Montero.

En los últimos cuarenta o cincuenta años, el urbanismo, que había sido uno de los grandes relatos de la modernidad, comenzó a entrar en crisis. En la década de los 60 y 70 del siglo XX surgen voces críticas contra la cultura urbanística moderna dominada por la fe en la planificación y en el culto a las grandes figuras de la arquitectura como Le Corbusier, cuya obra para la activista urbana Jane Jacobs en su imprescindible Muerte y Vida de las Grandes Ciudades (1961), era el producto de un ego insaciable. Este ensayo, junto con La Ciudad no es un Árbol (1965) del arquitecto Christopher Alexander, se pueden considerar los hitos que certificaron el principio del fin del fracaso del urbanismo moderno como cultura teórica y práctica para construir un entorno urbano acorde con las necesidades y deseos de los ciudadanos, una crítica que se hacía extensiva también a las políticas públicas de vivienda, que en Europa constituía una de las carencias urbanas más graves tras la II Guerra Mundial. En este sentido, Dejan Sudjic en su reciente El Lenguaje de las Ciudades (2017) afirma que en los años 60 del siglo XX «las utopías de la planificación moderna no consiguieron sobrevivir a las promesas que hicieron».

Este artículo recupera el título de un texto esencial que Robert Goodman publicó en 1971, en el que partiendo de la pregunta ¿cuál es el papel que juega el urbanismo y los urbanistas en relación a los ciudadanos en la construcción de la ciudad contemporánea? se rebelaba contra el urbanismo tecnocrático que había fracasado en la planificación y construcción de los barrios populares en ciudades norteamericanas. Defendía que no se podía actuar en la ciudad armado con un bagaje teórico alejado de la experiencia real de la gente que la habita y en consecuencia se posiciona por un urbanismo participativo dirigido hacia un ideal de autonomía de los ciudadanos con relación a los expertos.

El mismo año que Goodman publica «Después de los Urbanistas ¿Qué?» aparece el libro «Vivienda. Todo el poder para los usuarios» de John F.C.Turner en donde se analizaban proyectos, realizaciones y experiencias de vivienda en países latinoamericanos, llegando a la conclusión que las políticas públicas de vivienda habían fracasado, y en consecuencia era necesario plantear otras alternativas en las que los usuarios deberían tener un papel central en la planificación, construcción ,gestión y mantenimiento de las viviendas .

Ciudades Radicales. Un viaje por la nueva arquitectura latinoamericana (2015) de Justin McGuirk constituye una continuación contemporánea de los argumentos de Turner. «La favela, sostiene, no es el problema, es la solución», afirmación perturbadora que se funda en la experiencia del autor en suburbios populares en grandes ciudades de América Latina, Rio, Caracas, Lima o Tijuana, en donde, ante la ineficacia de políticas públicas de vivienda, se está produciendo un cambio de orientación urbanística y arquitectónica dirigida hacia la regeneración participada de los suburbios con acciones de mejora urbanística , arquitectónica y socialque incluyen programas de autoconstrucción. El autor señala otro efecto que se está produciendo en Latinoamérica: es la transformación de la figura del «arquitecto elitista» en la del «arquitecto activista social».

La obra de McGuirk nos ayuda a no olvidarnos que una ciudad no es solo espacio material, paisaje físico, eso es con lo que se quedan los turistas, una ciudad es en esencia un espacio y una experiencia sociales, «¿Qué es la ciudad sino la gente?» sostiene Suketu Mehta en La Vida secreta de las Ciudades (2017), ensayo lleno de agudas reflexiones y de amor a las ciudades desde la mirada de un inmigrante. Mehta es también autor de Ciudad Total. Bombay perdida y encontrada (2015) obra que contiene tanto un documento sobre la ciudad natal de su autor, de veintitrés millones de habitantes en 2015, como un relato de sus vivencias al volver a ella «para recuperar una adolescencia interrumpida» después de emigrar con su familia a los Estados Unidos. En uno de los suburbios más pobres y degradados de Bombay el autor pregunta a una mujer « no preferiría vivir en un apartamento decente (que se habían construido en la zona para realojamiento) en lugar del suburbio en que vivía ahora con las alcantarillas al aire libre y sin agua corriente», le responde que prefiere seguir viviendo en su chabola porque en las nuevas «se está demasiado aislado. Una persona podría morir detrás de las puertas cerradas de un piso y nadie se enteraría. Aquí en cambio hay mucha gente». Mehta concluye que «nos inclinamos a ver un suburbio como una excrecencia, una comunidad de gente que vive en perpetua miseria. Lo que olvidamos es que fuera de los alrededores inhóspitos, la gente ha formado una comunidad y está apegada a su geografía espacial, a las redes sociales que ha construido por sí misma, al pueblo que ha recreado en medio de la ciudad como puede sentir un parisino hacia su barrio?»

La ciudad dual

Desde su emergencia en el siglo XIX , la ciudad moderna se ha visto desde una mirada dual: como lugar de perdición, de infierno humano, atentado contra la naturaleza...; o como espacio de oportunidad, lugar de paisajes nuevos, símbolo del progreso... En la actualidad estos discursos contradictorios siguen teniendo vigencia aunque con diferente sentido.

Edward Glaeser en El Triunfo de las Ciudades (2011) exhibe una defensa de la gran ciudad desde posiciones neoliberales y tecnocráticas, escenario al que ha devenido la idea decimonónica de progreso. Para Glaeser, hay una alta correlación entre urbanización y prosperidad, a mayor porcentaje de población urbana en un país «mayor rendimiento per cápita». Pero añade, que para que la ciudad sea un espacio de producción de riqueza y un buen lugar para vivir «hay que dar rienda suelta a los promotores inmobiliarios como única forma de ofrecer viviendas baratas de forma masiva», además de eliminar los controles ambientales que «incrementan los costes, retrasan los nuevos proyectos, y, en última instancia, los encarecen todavía más».

En las antípodas del libro de Glaeser se sitúa La Destrucción de la Ciudad, premio de ensayo 2017 de la editorial Catarata, del que es autor el sociólogo Juanma Agulles, en el que desgrana un diagnóstico pesimista de la urbanización y sus causas en el mundo contemporáneo. Para Agulles, que destaca el carácter paradójico y contradictorio de la ciudad, «la ciudad desencanta a quien la habita y en ello tal vez radica su mayor atractivo», la urbanización, como modo de producción del espacio y como cultura y modo de vida, ha destruido «lo urbano», entendido como todo aquello que hace posible habitar la ciudad , desde una espacio físico a una forma social, que contribuyen conjuntamente a la apropiación por los ciudadanos de sus condiciones de existencia, desde lo material a lo imaginario.

Este dualismo urbano contemporáneo aparece también ligado a autores que nos muestran el lado oscuro de ciudades de las que estamos habituados a mirar solo su lado brillante. Ese es el caso de Nueva York: Historia de dos Ciudades (2013) una antología de textos que van desde la ficción al ensayo que se desarrollan en un espacio común: el Nueva York de las clases populares, de los parados, desahuciados, etc, en fin, un paseo por la pobreza de una gran ciudad, que como escribe A. Muñoz Molina en el prólogo, nos revela «la ciudad del dinero y la pobreza, la ciudad deslumbrante y ficticia de los espejismos y la Nueva York áspera de la realidad: con frecuencia hostil y, sin embargo, con momentos y lugares de arrebatadora belleza».

Si en la obra anterior uno de los fenómenos urbanos más recurrentes que se contemplan es el de la «gentrificación», sustitución, a menudo social y humanamente traumática, de residentes en viviendas de alquiler por otros de renta más alta, otro de los problemas sociales asociados a las grandes ciudades, en especial tras la crisis económica, es el de los desahucios, aunque en realidad gentrificación y desahucios suelen presentarse asociados. Desahuciados. Pobreza y Lucro en la ciudad del siglo XXI (2017) de la que es autor Matthew Desmond, expone los resultados de un proyecto de investigación en sociología urbana, muy alejado de la frialdad de los textos académicos, desarrollado en la ciudad americana de Milwaukee, expuesto a través de dos lecturas: un relato de personajes golpeados por la pobreza y situaciones reales en torno a diferentes casos de desahucios, y un contenido de información crítica acerca de los sistemas de ayudas locales y federales a la vivienda. El contexto social que se describe en el libro tiene una tasa de pobreza de población afroamericana superior al 40%, y uno de cada dos de ellos está en paro. Junto a ellos proliferan las pequeñas empresas que hacen negocio con las ayudas sociales y federales. Una de las conclusiones del estudio es que son más eficientes las ayudas a las familias en forma de bonos de vivienda que los programas de construcción de viviendas subvencionadas o públicas: «No podemos escapar de esta situación con más cemento», afirma su autor.

El dualismo urbano también se encuentra en el mito contemporáneo de la «ciudad creativa» de la que Richard Florida profesor de la Universidad de Toronto es su profeta ( Ciudades Creativas, 2009). En el número del pasado noviembre de Le Monde Diplomatique aparece un extenso informe sobre la actualidad de una de esas «ciudades creativas»: Seattle, la ciudad americana de la costa oeste que ha resurgido de la crisis económica y laboral producida por los problemas de la empresa aeronáutica Boeing situada en la zona, al implantar en la ciudad sus cuarteles generales empresas como Microsoft, Amazon y Starbucks.

Es cierto, que las políticas urbanas puestas en práctica en Seattle, fieles a la trilogía de atributos exigidos según Florida para el despegue de una «ciudad creativa»: «Tolerancia, Talento y Tecnología», han traído empleo, prosperidad y calidad de vida, pero no para todos los ciudadanos. Los efectos de esas políticas son especialmente sensibles en el sector de la vivienda, que ha sufrido un notable incremento de los precios provocando una expulsión hacia la periferia de población trabajadora no cualificada, al mismo tiempo que en la comisión creada para desarrollar el nuevo plan de urbanismo hay 18 miembros que representan los intereses de los promotores y solo uno a las asociaciones de barrio. El artículo citado concluyeasí: «El progresismo según el modelo de Seattle, que promueve la diversidad pero favorece un círculo cerrado de creativos, que abandona la industria para girarse hacia una sociedad de titulados universitarios, que predica el desarrollo verde mientras que la economía local depende de la explotación intensiva de la madera y los suelos se asemeja a una incongruencia».

El «mantra» de las tres «T» de Florida son condiciones necesarias pero no suficientes para la transformación de una ciudad contemporánea. Se trata de argumentos instrumentales que deben situarse en segunda lugar con respecto a otros tres atributos prioritarios de una política urbana para todos los ciudadanos: Igualdad, Solidaridad y Responsabilidad Democrática.

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