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Cruce de cartas

Adriano Duque recoge la correspondencia de Aquilino Duque y María Paz Moreno y Claudia Simon, la de Gil-Albert

El escritor alicantino Juan Gil-Albert.

El problema de la publicación de la correspondencia de un autor es saber distinguir la tusa del grano, algo que no siempre se logra. Aquilino Duque Gimeno (n. 1931) publica en Cartas a un joven poeta solo la correspondencia recibida, que data entre 1952, la época de la revista Algibe, y 2005. Muy numerosas son las cartas de Aleixandre, José Luis Cano, María Zambrano, Jorge Guillén, Alberti, con quien Duque coincidió en Roma, y Valente, aunque falta Octavio Paz. El primero le alienta en su quehacer de «verso dócil» y «rimas traviesas», le advierte del desprestigio del Premio Nacional, alaba a León Felipe y anticipa el fin de la poesía social; el segundo airea algunos episodios de la censura; la tercera reconoce ser discípula de Ortega y defiende a Rafael Martínez Nadal al hilo de un libro sobre Lorca enturbiado por una fútil polémica y su «viejo amigo» Guillén encomia La operación Marabú (1966) y El consulado del Más Allá (1966), mientras que la quilla de las cartas de Valente es su definición del concepto de lenguaje poético.

Duque, lector de Espronceda, Bécquer y Rubén Darío, autores imitados por Duque en su juventud, y devoto de El obispo leproso de Miró, es un poeta de firmeza expresiva y de profunda veta crítica, marcada por la nostalgia y por la rima sin retórica. Por medio de sus textos publicados en la revista Platero, el autor sevillano entabla amistad con los poetas del grupo Cántico. Este libro supone un retrato del propio Duque, cada firmante de la correspondencia no solo nos ofrece una versión de Duque, sino también de una amistad. Viajes, premios ganados y perdidos, apuntes mundanos, felicitaciones y dimes y diretes completan un epistolario que sabe a poco, porque la tusa no deja ver el corazón de la mazorca.

Por su parte, Gil-Albert, de trémulo esteticismo al decir de Mainer, trajo de su exilio de ocho años en México una maleta repleta de recortes, fotografías y cartas. La edición, a cargo de la sobrina nieta del poeta Claudia Simón y de María Paz Moreno, da a conocer una selección de 150 cartas recibidas (en el archivo hay más de 2.000) entre 1944 y 1988 firmadas por 22 autores, como Ramón Gaya, Salvador Moreno (las más numerosas), Octavio Paz, Rafael Dieste y Rosa Chacel entre otros. Moreno ya publicó parte de la correspondencia inédita en un congreso de hispanistas en un texto, que tiene concomitancias con la introducción. En las cartas leemos cómo, al autor de Crónica general, José Domingo le llama «moralista a la francesa» y cómo le ayuda Gil de Biedma no solo como mediador editorial, sino como corrector, además del interés de Martín Gaite por «la magia de los encuentros, el minucioso y atento recorrido de los caminos que nos llevan a entrar en órbitas emocionales nuevas».

De igual modo, destacan las confidencias de Concha de Albornoz respecto a Guillermo Sánchez y su valoración respecto a Luis Cernuda («difícil y raro como de costumbre») y Sábato («me parece muy bueno»); los elogios de Aleixandre y Jorge Guillén; el análisis de Rosa Chacel y el «marcado pesimismo» de Serrano Poncela. Si según las editoras estas cartas «contribuyen a ilustrar en mayor detalle el entorno personal del escritor», cada carta es un atisbo del autor que fue Gil-Albert y esta selección compone un puzle, otra cuestión es que el lector logre completarlo.

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