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Aurelio Ayela: «Captar lo esencial es complicado»

Tiene como propósito revisar la exacerbada confusión entre realidad y signo, evidenciar e intentar resolver su conflicto de sustitución

Aurelio Ayela: «Captar lo esencial es complicado»

Revelas que te mueves entre el tajantismo existencial de Porky, («Esto es todo amigos») y el optimismo trascendente de Super Ratón («No se vayan todavía, aún hay más»). Ello denota que lo pop (popular) es de una gran influencia. ¿Crees que la cultura de masas ha dejado de ser denostada para reconocer que todos estamos bajo su poderosa influencia?

Ha ido desapareciendo la concepción clasista y estanca del hecho cultural. Continúa lo elitista pero solo en el sentido de que la oferta cultural es tan grande y heterogénea que hay de todo para todos, e incluso lo más específico y raro se ha vuelto muy accesible a través de unas redes sociales hiperactivas en las que los gustos más excéntricos se aglutinan en comunidad y se difunden muy rápidamente. Las frases de Super Ratón y Porky me sirven para expresar muy gráficamente mis contradicciones de tipo trascendente restándoles dramatismo. Gracias a ese metalenguaje todo el mundo me entiende mejor pues la forma elegida deja claro además el tono de mi afirmación.

Los títulos de tus obras, sobre todo, nos dan la pista. Te mueves entre el humor negro, la ironía, los juegos verbales, los guiños eruditos. Da la sensación de que te imbuye la diversión, huyes sobre todo de lo que parece convencional o estar bajo control.

La libertad siempre nos parece un concepto positivo pero lo cierto es que asumir permanentemente ese nivel de responsabilidad sobre nuestras decisiones resulta agotador y paradójicamente una tiranía. Me parece necesario forjar tu propia ley pero al mismo tiempo testar a menudo su vigencia con pequeños ensayos conscientes y medidos de auto-traición que revelen si se trata en realidad de una mera postura contingente o algo central y perdurable. Los guardianes de lo importante normalmente no entienden la seriedad del juego y del humor. A menudo los considera mecanismos escapistas pueriles o frívolos. La diversión está culpabilizada dentro de la cultura del sacrificio, es un vestigio de nuestra herencia judeocristiana el considerarla incompatible con la profundidad de espíritu y de valores. Reiniciar el juego interpretativo y actualizar los significados supone vigilar tanto a los «ambiguadores» como a los carceleros del lenguaje.

Tus trabajos pictóricos se encuentran en un territorio híbrido entre el dibujo y la pintura sobre papel. Este país no valora suficientemente la obra plástica en papel, considerado como una técnica menor. Sin embargo el papel ofrece al artista unos márgenes de libertad que rara vez encuentra en otros soportes. Tú además reivindicas el dibujo, no como parte del proceso que conducirá a una obra mayor, sino como obra artística con identidad propia.

Es un criterio bastante trasnochado atribuir valor a la obra de arte según cuál sea su soporte. Aunque es precisamente esa tradición cultural de valorar especialmente la obra pictórica sobre lienzo lo que te libera de la sensación de «responsabilidad histórica» sobre cualquier otro soporte menos «noble», al menos en occidente. A estas alturas actúo con la misma frescura y rigor delante de un lienzo que de una tapa de yogur. Nunca me paro a pensar si estoy dibujando o pintando o haciendo escultura. El proceso de trabajo me lleva a veces más cerca de la idea purista de una disciplina o de la heterodoxia más disruptiva. Sencillamente no sigo un programa hasta que me doy cuenta de que en el rastreo de posibilidad estoy aplicando algún tipo de metodología no cifrada de antemano.

Sobre todo en tus instalaciones, vemos que te sirves de elementos comunes, reciclados, sencillos. Potenciando lo simple, la esencia, huyendo de lo convencional, lo superfluo. Parece de una improvisación muy controlada, una austeridad sofisticada.

Captar lo esencial es complicado, supongo que sucede por eliminación más que por certeza. Trato de identificarlo dentro de lo banal para no perderme en el fango cultural de «lo importante», «lo útil» o «lo necesario». Paradójicamente es en esa impureza de los signos donde un gesto rápido, sencillo y enérgico, agita lo suficiente la tensa superficie del reduccionismo que llamamos «realidad» para dejar ver lo que está más allá del lenguaje y del pensamiento. Paradójicamente, esa llamada a la entropía se produce desde una acción muy precisa, que de un modo ideal debería actuar con la violencia necesaria de una fuerza telúrica, que reconfigura el mundo desde un movimiento no normalizado por el hombre.

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