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¿Sueñan los espectadores con ovejas eléctricas?

Más de treinta años después de Blade Runner, se estrena la esperada continuación de la película

Escribe Paul Auster en su última novela, 4321, que la crítica de cine tiene menos que ver con emitir juicios sobre las películas que en captar la experiencia de verlas. Hay películas que le acompañan a uno a lo largo de una vida. En mi caso, Blade Runner ha sido una de ellas. No la vi en su estreno en 1982. La película fue, por cierto, un fracaso de taquilla y crítica. Una crítica tan prestigiosa como Pauline Kael se ensañó con el film de Ridley Scott, al igual que hiciera con otros títulos, hoy míticos en la cinefilia, como 2001, una odisea del espacio. Sin embargo pocos años después de su estreno, tras editarse en vídeo, se convirtió en una película de culto. Fue entonces cuando comenzó a fascinarme la película, no me cansaba de verla en mi cinta de VHS. Me pregunto que pudo motivar mi temprana admiración por Blade Runner. Tal vez el impacto emocional que supuso en la vida de un adolescente descubrir la angustia ante la muerte experimentada por unos replicantes, esclavos del trabajo y del tiempo, que son perseguidos por un solitario policía, quien, inesperadamente, se enamora de una replicante a la que también debe «retirar». Los replicantes no aceptan su destino, se rebelan ante la inminente muerte programada. La paradoja que envuelve Blade Runner, y que la hace tan original, es que los replicantes se muestran más humanos que los seres de carne y hueso, que diría Unamuno. «Más humanos que los humanos», reza el lema de la Tyrell Corporation. Y es que los replicantes parecen personajes unamunianos que afrontan trágicamente la muerte. Son ellos los que nos enseñan a morir y, también, a vivir.

Pero junto a esa narrativa existencialista, lo que más me impresionó fue la hipnótica atmósfera visual y musical en la que te sumerges desde la secuencia inicial. Mi devoción definitiva llegó en septiembre de 1992, cuando asistí en Nueva York, siendo todavía un adolescente, al reestreno de la película en la versión del director ( Director´s cut). Años más tarde, estando ya en la universidad, un amigo y yo elegimos Blade Runner para inaugurar la temporada del cineclub que dirigíamos en un colegio mayor.

Después vinieron otros reestrenos, versiones y ediciones de coleccionista que suscitaron nuevas hipótesis interpretativas sobre el significado de la película. Fundamentalmente, hubo tres cambios sustanciales respecto al montaje inicial que le impusieron a Ridley Scott en su estreno: la eliminación de la voz en off de Deckard, que contribuyó a realzar el valor visual de la película; la supresión de un forzado final feliz, que permitía al espectador completar la trama a partir de su propia interpretación; y la introducción de ciertos elementos visuales, como el recuerdo (¿implantado?) del unicornio mientras Deckard se sienta junto al piano así como el unicornio de papiroflexia que supuestamente deja Gaff en el apartamento del detective.

Se ha dicho en alguna ocasión que Blade Runner fue el resultado de la feliz coincidencia de diversos factores inesperados. Inicialmente fue Martin Scorsese quien se planteó adaptar la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Ridley Scott se adhirió al proyecto tras abandonar la producción de Dune, que pasaría también por las manos de David Cronenberg hasta que finalmente fue dirigida por David Lynch. Para el papel protagonista se barajaron muchos actores: desde Robert Mitchum a Tommy Lee Jones, pasando por Dustin Hoffman (¿), quien afortunadamente lo rechazó. Las siete versiones del guión de Blade Runner que escribió Hampton Fancher fueron muy discutidas por Scott, hasta el punto de que el cineasta contrató a otro guionista, David Peoples, para otorgar un cariz más humano a los replicantes. Como en Casablanca, cuyo protagonista comparte nombre con el de Blade Runner, ninguno de los actores sabía el desenlace de la historia. El título original pensado inicial fue Dangerous days pero, después, Ridley Scott encontró el de Blade Runner, que era el título de una novela de William Borroughs, y que nada tenía que ver con la película.

Muchos espectadores nos sentimos muy nerviosos cuando nos enteramos de que Ridely Scott y Hampton Fancher estaban preparando una secuela: Blade Runner 2049. Aunque algunos nos quedamos más tranquilos al saber que el director sería Denis Villeneuve. Y, especialmente, tras ver La llegada (2016), una de las mejores películas de ciencia-ficción de los últimos años. Además, Villenueve prepara ahora una nueva adaptación de Dune. Harrison Ford y Ridley Scott siempre discreparon sobre la identidad de Rick Deckard: mientras que el actor creía que su personaje era humano, el cineasta pensaba que el protagonista era un replicante más. Ante ese antagonismo hermenéutico, Villenueve se inclina ahora por explorar la perspectiva escéptica, dejando al espectador que extraiga sus propias conclusiones. Si uno se fija en ciertos detalles de la secuencia final de Blade Runner 2049, reconocerá que la conclusión no es tan clara como parece.

Blade Runner 2049 logra recrear la atmósfera decadente, incluso más oscura y sombría que la original. El espectador reconocerá numerosas referencias a la película de Ridley Scott, como algunos de los personajes, escenarios, música o diálogos. Pero, al mismo tiempo, Villenueve se atreve a explorar otros aspectos del universo de los blade runners y replicantes. Aunque a veces uno tiene la sensación de que podía haber reducido metraje en alguna de las secuencias, la película atrapa al espectador.

Uno de los aspectos más originales de Blade Runner 2049 me parece la reflexión que introduce implícitamente sobre el cine. No sólo dialoga con el film de Scott sino también con otros clásicos del cine: K, su protagonista, coincide con Ciudadano Kane en la búsqueda de un recuerdo esencial (Rosebud) que desvele el enigma existencial de la identidad; y también con Vértigo en el anhelo necrófilo de recuperar el amor perdido. Pero más allá de estas referencias, lo que está sugiriendo Blade Runner 2049 es que el cineasta es un fabricante de recuerdos que los implanta en la mente del espectador. Nuestro lugar en la sala oscura es el del replicante, amante de hologramas, al que se le implantan voluntariamente recuerdos para después fusionarlos con la realidad. Si todo recuerdo tiene algo de invención, el cine provoca una extrañeza mayor al reconocernos más en la ficción deseada que en la realidad cotidiana. En la frágil y evanescente pantalla de la conciencia, vivimos con recuerdos inventados por otros y compartidos con el resto de replicantes. ¿O es que acaso no soñamos los espectadores con ovejas eléctricas?

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