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Los rompecabezas de Auster

El novelista regresa a la ficción con la monumental cuádruple biografía de un solo personaje, a caballo entre las décadas de 1950 y 1970

Archibald Ferguson hizo el amor por primera vez el 22 de noviembre de 1963, pocas horas después de que Kennedy cayese abatido en Dallas. Fue una casualidad, claro, porque la cita del joven amante, tenía 16 años, con su novia Amy estaba programada para aprovechar que ese viernes arrancaba un fin de semana en el que los padres de ella se ausentarían de su domicilio neoyorquino. Pero, en todo caso, el destino quiso que Archie y Amy añadieran la confusión de su torpe, dolorosa y emocionante primera entrega al estremecimiento que se acababa de adueñar de su país.

También es posible, lo es al menos en 4 3 2 1, la última novela de Paul Auster, que Ferguson nunca entrase en el cuerpo de Amy ni viera desplomarse a Kennedy con la cabeza destrozada. Sencillamente, porque tres años antes, en el verano de 1960, la rama de un roble le aplastó el cráneo durante una tormenta. Y cabe incluso que a Ferguson le llegase su primera experiencia sexual de la mano de un chico tres años mayor que él a quien habría conocido en un cine neoyorquino en 1962, cuando le dio por frecuentar a solas una sala especializada en cine europeo. Sin descartar, por último, que no tengamos una idea muy clara de cuándo ni dónde perdió Ferguson la virginidad, aunque debió de ser ese mismo año o al siguiente y, con seguridad, su amante era una judía sudafricana recién llegada al instituto de Nueva Jersey donde el joven estudiaba el penúltimo curso de secundaria.

Ninguna de las posibilidades enunciadas es más probable que las demás porque todas son rigurosamente ciertas en las páginas de 4 3 2 1. Tras siete años sin publicar una novela, la última fue el Sunset Park ambientado en la crisis financiera de 2008, el premio Príncipe de Asturias de 2006 comparece de nuevo con una ficción y lo hace con la más extensa que nunca haya publicado. Nada menos que 950 páginas, sí, producto de tres años de intenso trabajo cuyo resultado ha sido aclamado por algunos críticos estadounidenses como la mejor de sus obras, eludido por otros con generalidades laudatorias pescadas en resúmenes editoriales y, en general, abordado con cierta suspicacia por un público y una crítica que recelan de esa extensión sin precedentes en la carrera de un Auster que lleva más de una década confesando su temor a que su imaginación esté seca. No obstante, el autor de Tombuctú tiene un bien merecido prestigio y 4 3 2 1 se ha encaramado de inmediato a las listas de ventas españolas.

Para que sepan a qué atenerse, en 4 3 2 1 Auster narra la infancia, adolescencia y primera juventud de Ferguson, un judío nacido en Newark (Nueva Jersey) el 3 de marzo de 1947. Es decir, un mes después que Auster y en la misma localidad. Con el natalicio se pone fin a las 30 primeras páginas del volumen, el capítulo 1.0, en el que, además de incluirse, en las primeras líneas, el mejor chiste de la novela, se reconstruyen los caminos seguidos por un puñado de hombres y mujeres hasta convertirse en abuelos y padres del recién nacido. A partir de aquí, la narración se divide en cuatro, las cuatro vidas de Ferguson, que serán narradas en paralelo, pero siempre en capítulos independientes y numerados de modo inequívoco (1.1, 1.2, 1.3, 1.4). De manera que el lector puede seguir el orden propuesto para el rompecabezas, y avanzar de cuatro en fondo, o dar los saltos pertinentes e ir atacando cada biografía por separado. Este último procedimiento, que, aclarémoslo, no es sugerido ni por el autor ni por la editorial, le permitirá seguir sin interrupciones las peripecias de cada Ferguson y le ahorrará considerables dosis de niebla o la necesidad de tomar notas que le sirvan de miguitas en el bosque. Sin embargo, le alejará de la intención primigenia de Auster, que como bien imaginan los austerianos, consiste en resaltar cómo algunas decisiones y hechos fortuitos pueden hacer que los mismos personajes, partiendo de los mismos escenarios, se vean llevados por caminos muy diferentes.

Ferguson siempre tiene la misma madre y el mismo padre, siempre es hijo único y, en general, siempre orbitan a su alrededor los mismos familiares. Pero ahí se acaban las coincidencias, porque la suerte y localización de esos personajes cambia, de modo que, por ejemplo, su padre puede ser más rico, más pobre o incluso desvanecerse y él mismo puede vivir en Nueva Jersey o en Nueva York. El resultado serán perfiles muy diferentes, aunque todos marcados en mayor o menor medida por el deporte, los libros, el cine y la música. Unos perfiles que van desde el bohemio homosexual emigrado a París al periodista comprometido en el intenso activismo de la década de 1960 o el escritor persistente que se forja línea a línea con incierto desenlace. Este último permite a Auster deslizar lecciones de aprendizaje literario y revelar influencias. En particular, el cuarteto Dostoievski, Thoreau, Beckett, John Cage, de cuyo Silencio retiene la frase «el mundo es prolífico: puede ocurrir cualquier cosa».

Partiendo de este planteamiento, Auster acumula en una sola novela, que en realidad son cuatro, gran parte de las inquietudes que ya vertebraban su obra en los lejanos tiempos de la Trilogía de Nueva York (1985-86): desde la relación (mala o ausente) con el padre hasta la vinculación entre mente y mundo o la consagración de Manhattan como personaje. Sin olvidar su penetrante concepción del discurrir del tiempo, las «cajas chinas» y, por supuesto, ese «azar» (restrictiva traducción del inglés chance) que en los años 90 se convirtió en etiqueta sobre la que manifestó profundo hastío. Y, englobándolo todo, la constatación de que cada persona son muchas a la vez y se revelan con mayor o menor intensidad al albur de sus circunstancias vitales. Tan sólo está menos presente en 4 3 2 1 la condición errante o enclaustrada de tantos de sus personajes anteriores, vinculada a una imaginación desbordante con la que concatena las situaciones más dispares y provoca las consecuencias más insospechadas.

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