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Eduardo Infante: «No guardo lealtad a un estilo determinado»

Pintura y dibujo, creación y experimentación desde la más absoluta libertad generando lábiles fronteras

Finalizada tu etapa formativa, junto a Aurelio Ayela, David Delgado y Ester Ferrándiz, fundáis el Equipo Gloria en 1997. ¿Qué os guió a su formación y cuál era su filosofía?

Al volver de Alcoy, donde los cuatro habíamos estudiado, decidimos poner en práctica lo que durante los años de formación habíamos ido esbozando. Ya habíamos expuesto juntos antes y éramos muy fans unos de otros, teníamos una actitud gamberra pero muy sofisticada, todo nos gustaba entonces menos lo que considerábamos la solemnidad rancia de la cultura oficial. Eran los noventa, no había internet, no corría la información, no teníamos ni idea de que otra gente en el mundo estuviera haciendo algo ni remotamente parecido a lo que nos proponíamos. The Royal Art Lodge, Superflat etc. tenían idearios parecidos. Nosotros entre todos teníamos unos grandes conocimientos de la Historia del Arte pero que llegaban hasta el arte de los primeros ochenta y luego ya el contacto contemporáneo era con lo local o lo súper mediático.

¿Sigue latente el grupo o se disolvió?

Éramos muy jóvenes y el grupo se disolvió relativamente pronto tras varias exposiciones. Recuerdo con mucho orgullo Por qué lo llaman arte cuando quieren decir Walter. Aquello fue un exceso, un delirio de macro instalación con cerca de mil dibujos en el Centro 14. Uno de los tag-lines de la expo era El dibujo es pintura sin maquillaje. En el intento de reinventar la pólvora, aprendimos muchísimas cosas juntos, yo creo que la influencia de aquellos años, "lo gloriesco" perdura en nosotros.

Tu obra se caracteriza por sostener una doble mirada. Los opuestos, la dicotomía, los límites, la deconstrucción, la paradoja. Cómo en toda exploración, ¿cuál consideras que ha sido tu conquista o no ha habido?

He estado más pendiente siempre de la obra que tenía delante que de «hacer arte» y muchísimo menos de hacer «que parezca arte». No sé si esto es una conquista, pero es un mérito propio que no me da pudor reconocer. Considero la pintura una creación colectiva, damos y recibimos continuamente lenguaje, he intentado siempre que mi trabajo no fuera algo cerrado, no guardo lealtad a un estilo determinado. Para mí, la coherencia es una asunto de cohesión interna no un rasgo epidérmico. Cuando el estilo cristaliza creo que se parece mucho a un trastorno de la personalidad.

En el aspecto formal, afirmas pertenecer a una generación que ha interiorizado completamente oriente como algo no ajeno y que se alimenta, sin distanciamiento irónico, de alta y baja cultura. En concreto, y por tus constantes referencias al cómic, ¿haces referencia al manga, más actual, o a una corriente más tradicional como el ukiyo-e?

La gran presencia de la televisión en nuestra infancia marca una diferencia generacional importante así como el contacto con las series de dibujos japonesas de los que fuimos niños entre las décadas de los setenta y ochenta con respecto a las generaciones anteriores. Todos quedamos fascinados por esa iconografía del manga. Mazinger Z era el tema habitual no ya mío, sino de todo el colegio durante las sesiones de «dibujo libre», simplemente no he hecho nada para librarme de esa influencia. Guardo mucha lealtad a los «yo mismo» que he sido y eso incluye al niño que fui. El cómic fue mi primer amor y sigo siendo un ávido lector. Con respecto a la pintura oriental es imposible entender el arte contemporáneo sin la enorme influencia que tuvo en la eclosión de las primeras vanguardias, la enorme influencia de la estampa japonesa en los impresionistas y postimpresionistas y sobre todo y lo más importante: la pintura oriental no hace la más mínima diferencia entre lo que en occidente llamamos dibujo y pintura. Esta concepción de la pintura es lo que más me ha influido del arte oriental.

Tu obra es una explosión muy emotiva de historias íntimas contadas a pedazos. ¿Pareciera que el arte contemporáneo sólo se puede entender desde la fragmentación?

Creo que todos los momentos de transición históricos tienen ese mismo sabor, esa misma sensación de rotura, de decadencia, de fin de la historia. La fragmentación postmoderna la percibimos como algo horizontal, estanco, precisamente porque estamos en medio de ese bosque. El arte contemporáneo ha renunciado al juicio de la historia, pero la historia sigue y juzgará sin duda, cribará, destruirá y hará su síntesis de lo que es el arte de nuestro tiempo. Yo si pudiera elegir, personalmente querría de mi obra para el futuro, que pudiera seguir siendo disfrutable, por delante de que fuera «representativa de su época», un piadoso eufemismo para lo disecado y amojamado, para lo rancio.

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