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Belleza y confusión

Nikita Mikhalkov (Moscú, 1945), actor y realizador perteneciente a una familia rusa de artistas, hermano del notable cineasta Andrei Conchalovsky ( Siberiada), se consagró mundialmente cuando, en 1987, su película Ojos negros se paseó por los festivales europeos y de Estados Unidos cosechando nominaciones y premios sin cuento. La historia de un embustero soñador ( Marcelo Mastroiani) protagonizando una versión libérrima de La dama del perrito de Chejov, ganó, también, el favor del público más selecto, dispuesto a degustar un exquisito plato de cine poético e inteligente, con una magnifica fotografía y una espléndida recreación de época. Años después, en 1994, el aldabonazo de Mikhalkov en las pantallas supuso un órdago de mayor alcance, si cabe. Su película Quemados por el sol obtuvo el Oscar al mejor filme extranjero y el Gran premio del Jurado en Cannes. Y Mikhalkov se convirtió, a partir de ese momento, según cuentan, en un realizador megalómano, en una amigo de Putin, con una inmenso poder en la cinematografía rusa, que llegó a soñar, incluso, con la presidencia de su país y que fue capaz de filmar una obra tan desmesurada y controvertida como El barbero de Siberia (1989).

Los 152 minutos de Quemados por el sol se pueden ver hoy en la red, previo pago, en Filmin, esa estupenda despensa de cine en conserva. Y si el cinéfilo lo es de un modo empedernido, adicto a la belleza y al espectáculo sin tregua, puede ver de un tirón o con pausa para comer, echar un trago o una cabezadita, la continuación de esta historia en dos secuelas: Exodo (2010), 146 minutos, y Ciudadela (2011), 155 minutos. Las dos películas de mayor presupuesto en la historia del cine ruso.

Quemados por el sol es un homenaje al universo rural y provinciano de Chejov, incluso con un personaje -Vsevolod- inspirado casi directamente en Tío Vania. Narra la vida idílica de una familia de músicos, en una «dacha» del campo, durante el verano de 1936, en la que el comandante bolchevique Kostov, desposado con la bella Marusia, y prendado de su hija, la precoz Nadia, impone con su carisma de héroe de la guerra civil y amigo de Stalin, el ritmo de la vida hogareña. Todo es paz y tranquilidad, bucólica armonía en la «dacha» de Kostov, ajena a las brutales purgas políticas que se están llevando a cabo más allá de los bosques tranquilos y los frescos regatos. La llegada inesperada de un antiguo novio de Marusia, convertido en agente de la NKVD, rompe la felicidad y provoca la tragedia familiar, incluida la existencia del fiel y satisfecho comunista, comandante Kostov. El hermoso cuadro costumbrista trazado por Mikhalkov se convierte, de pronto, en una dura crítica contra el estalinismo, en un filme espléndido, para gozar de la capacidad lírica del realizador y reflexionar sobre la complejidad de la Historia. Una obra completa, redonda, que no necesitaba de secuela alguna.

Seis años después, Mikhalkov, abordó la mastodóntica continuación de aquellos que se «quemaron por el sol de la revolución» con Exodo y Ciudadela. ¿Un ataque de megalomanía? Es probable, porque Mikhalkov, como una suerte de dios, se dedicó a resucitar personajes y a cambiar sus destinos ya consumados, a mayor gloria de la belleza y el espectáculo bélico, de la brutalidad de la guerra entre rusos y alemanes, para dibujar el heroísmo y la miseria que encierra toda contienda. Una concesión al arte por el arte. Pero un homenaje, también, no sabemos hasta qué punto consciente, a la Confusión, así, con mayúsculas. Porque Exodo y Ciudadela, resucitado y reivindicado del Gulaj el comandante Kostov, en su auténtica odisea buscando a su amada hija Nadia, se torna una justificación de las atrocidades del estalinismo durante la Segunda Guerra Mundial, en el duro trayecto del ejército ruso hacia Berlín. Y el espectador, confundido entre la belleza y la cambiante carga ideológica, se queda perplejo en el sillón ante el impune descaro del artista genial y manipulador. Como le ha ocurrido a este cronista que, a pesar de su desazón, piensa que ha valido la pena dejarse una noche en blanco frente a esta ópera magna. Y que Mikhalkov, no importa bajo que bandera se cobije, hace cine como pocos. Es uno de los grandes. Conviene revisarlo.

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