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High Art

Los libros más recientes de Alberto Chessa y Pablo López Carballo demuestran que la cultura sigue siendo un ingrediente imprescindible en la receta lírica

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Desde que el mundo es ídem, la cultura ha formado parte del ADN de la poesía, acaso porque uno no es solo lo que ha vivido, sino también lo que ha visto, leído o soñado. Por otro lado, reconozcamos que darle con el verso en las narices a cualquier tipo de inspiración que llame a la puerta es un lujo que el gremio literario en general -y el poético en particular-no puede permitirse. Sin embargo, la sobreabundancia de un condimento hace que todo sepa a lo mismo. Y el cóctel del sesentayochismo mezcló indiscriminadamente la exhibición erudita con el exhibicionismo. No obstante, ese culturalismo frío, que pronto acabaría reducido a su caricatura -el venecianismo del que hicieron chanza los miembros del Equipo Claraboya-, revelaba el deseo de escapar de la mediocridad ambiental por la puerta del arte. Para regocijo de algunos valedores de las herencias generacionales, que decretan que los nietos se parecen más a sus abuelos que los hijos a sus padres, en los últimos años se aprecia el retorno de los formantes culturales al discurso lírico. Con todo, tengo la impresión de que el culturalismo caliente de los nuevos autores no pretende destilar los saberes atesorados en Wikipedia. Por el contrario, el oropel estético regresa como un eco del ruido actual; un ruido al que contribuyen la publicidad, las redes sociales, las series de Netflix y las demás adicciones que se proyectan en la pantalla global del siglo XXI. El registro cultural que manejan los poetas del tercer milenio no es una sustancia que se inyecta en el texto para mejorar su rendimiento artístico, sino una marca icónica incorporada a la identidad contemporánea.

Este excurso viene a propósito de dos libros excelentes que exigen del lector una complicidad no cimentada en la educación sentimental, sino en el guiño cultural: La impedimenta (Madrid, Huerga y Fierro, 2017), de Alberto Chessa, y La dictadura de la perspectiva (Gijón, Trea, 2017), de Pablo López Carballo. El socorrido diccionario de la RAE define impedimenta como «bagaje que suele llevar la tropa, e impide la celeridad de las marchas y operaciones». Ese exceso de equipaje no afecta a la fluidez de un poemario que complementa otros trabajos recientes del autor, como el ensayo Alfabeto Angelopoulos (2015) o la muy recomendable traducción al español de la novela Sweeny Todd. El collar de perlas (2017). En su tercera salida poética, Chessa alcanza una lograda fusión entre la pátina espectacular de nuestro tiempo y el desencanto de un sujeto reflexivo y reflejo. La búsqueda del nombre propio en la Red de Redes («Egosurfing»), el descubrimiento de la estatuaria griega («Dondequiera que viaje la Hélade me hiere»), la reescritura del tema del doble («Schadenfreude»), los misterios gozosos de la física cuántica («Hoy hablaremos del bosón de Higgs») o la desacralización del arte sacro («Kirieleisón») configuran un abigarrado retablo que se presta al juego irónico, pero que a menudo conduce a un corolario amargo. Dos composiciones sintetizan el espíritu del conjunto: «El rapto de Europa», que agota las parábolas que intentan dar cuenta de la Europa de las dos velocidades («Que a esta Europa [...] se le están cayendo todas las metáforas»), y «La mirada de Ulises», una écfrasis intermedial de la película homónima de Theo Angelopoulos que es a la vez un breve historia de la cultura occidental y un viaje a través de las cicatrices colectivas. Para Chessa, la cultura es un espejo (casi siempre convexo) donde asoman las facciones desfiguradas de un mismo rostro.

Frente al acarreo de materiales de Chessa, el origen de La dictadura de la perspectiva, de Pablo López Carballo, es esencialmente pictórico. El volumen se abre con un espléndido pórtico dedicado a Uccello, aquel artista del Quattrocento que inspiró una de las Vidas improbables de Schwob y que desentrañó el enigma matemático de la perspectiva: «Paolo Uccello murió, como pocos mueren, / por mirar demasiado». Dispuesto a seguir la estela magisterial de Pablo Pájaros, el autor plantea una sucesión de espejismos y trampantojos en los que la rugosidad del mundo exterior se opone a la exactitud geométrica del espacio artístico. Las écfrasis de Brueghel, Masolino o Millet contrastan el universo enmarcado del museo con el campo abierto de una mirada que se dispara hacia el exterior o se abandona a la libre especulación. Tirando del hilo, asistimos al mismo tiempo a la construcción del lienzo y a su making of. ¿Y qué labor desempeña la poesía en todo esto? «En el fondo, la poesía perdura / por un continuo malentendido», escribe López Carballo. Y aunque estemos tentados de darle la razón, bienvenidos sean malentendidos (culturales) como los que proponen estos libros.

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