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Espigar la belleza del mundo

Espigar la belleza del mundo

«Es lo insignificante, lo fugaz, lo espontáneo, lo pasajero lo que revela la vida y tiene excitación y belleza», Jonas Mekas

En 2002 Agnès Varda filmó Los espigadoras y la espigadora, un experimento cinematográfico cuyo objetivo era rodar con una sola cámara digital un diario autobiográfico. Lo que se propuso Varda es hacer un retrato de las desigualdades existentes en la sociedad francesa, donde muchos ciudadanos invisibles viven exclusivamente de lo que los demás no quieren y dejan en el campo o tiran a la basura. Dos años después, Varda rodó otro documental para rastrear las huellas de estos espigadores. Los espigadores se dedicaban a recoger los restos de la cosecha; hoy en día recogen todo lo que nuestra sociedad consumista abandona. La cineasta se convierte en la espigadora de esas realidades invisibles. Espigar para filmar lo que nadie mira. Esa atención íntima hacia lo que nos rodea y la reacción intelectual y afectiva que provoca en la observadora es también la perspectiva desde la que Thoreau concibió su diario: «Mi diario es el de alguien que, de no llevarlo, derramaría todo y lo echaría a perder; espigas recogidas del campo que cosecho con mis actos. No debo vivir para él, sino en él».

Espigar el mundo supone, pues, restituir el sentido de lo aparentemente insignificante, de aquello que pasa desapercibido a la mirada. Por eso la tarea del cineasta es la de espigar lo invisible, rescatando la belleza más próxima e inmediata. Jonas Mekas rindió homenaje a Thoreau en un diario fílmico que tituló Walden (1969). Como Thoreau en su diario, Mekas filma el viento, la lluvia o la llegada de la primavera tras una nevada. En una de sus secuencias, vemos a una joven paseando por el campo y acariciando las flores mientras el sol del atardecer ilumina su rostro. Dos años antes del documental de Varda, Jonas Mekas presentó En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza, diario autobiográfico rodado a lo largo de treinta años sin más propósito que el de captar la inmediatez de la vida. «La auténtica cosecha de la vida cotidiana -escribió Thoreau- es tan intangible e indescriptible como los matices de la mañana o la noche». El cine, para Mekas, es el «arte anti-verbal, anti-idea» que «ha llegado a tiempo para salvar nuestro irracional, anticonceptual sentido inmediato» y revelar así la vida inefable. Mekas filma el esplendor del instante, lo que Whitman denominó «lo concreto y sus heroísmos». Al igual que su admirado filósofo, Mekas cree que el paraíso se halla a la vuelta de la esquina pues es nuestra mirada la que lleva dentro de sí las «imágenes del paraíso».

José Luis Guerín es otro de los directores que ha recurrido a otras formas cinematográficas como el diario, la carta o el ensayo fílmico. De hecho, Guerín y Mekas fueron los corresponsales en el proyecto de las cartas cinematográficas que vimos hace unos años en Las Cigarreras. Guerín filmó en Guest (2010), un diario de los viajes que realizó mientras promocionaba su anterior película, En la ciudad de Silvia, en diferentes lugares del mundo. Guest está concebido también como una forma de espigar el mundo que nos rodea, como un «cuaderno de registros» de lo que el cineasta observa a su alrededor.

Además de los directores que han empleado el diario como forma de expresión cinematográfica, otros cineastas han seguido la inspiración de Thoreau para perseguir el espíritu de lo salvaje en la naturaleza. Uno de ellos es Werner Herzog, fascinado por los exploradores de lo salvaje como Aguirre o la cólera de Dios (1972) y Fitzcarraldo (1982).

Pero quizás sea el documental Grizzly Man (2005) donde Herzog se halla más próximo a la filosofía de Thoreau. Herzog reconstruye la vida y muerte del extravagante ecologista Timothy Treadwell, que vivió entre osos Grizzly durante trece años sin utilizar ningún tipo de armas y grabó los cinco últimos años que estuvo allí. En Octubre de 2003 los restos de Treadwell, junto con los de su novia Amie, fueron encontrados cerca del Parque Nacional de Katmai en Alaska. Un oso les había atacado y devorado. El director realiza un montaje entre las muchísimas horas de filmación que grabó Tim durante los últimos años de su vida. A través de las imágenes de Tim, Herzog reflexiona sobre nuestra relación con la naturaleza y sobre la propia capacidad del cine para captar los breves destellos de belleza. El amor a la naturaleza y el rechazo a la civilización era lo que movía a este excéntrico observador de osos, que sólo de este modo se sentía libre y feliz. Herzog ve en él un ejemplar contemporáneo de la tradición que va de Rousseau al Walden de Thoreau. Algunas veces Tim deja sola la cámara filmando, como en una escena que capta el ruido del viento que mece la vegetación en un día nublado. Para Herzog estas escenas logran transmitir una extraña sensación de soledad y melancolía: «los momentos aparentemente vacíos poseían una extraña belleza secreta; a veces, las imágenes cobraban vida por sí solas y se volvían misteriosamente geniales».

Pero no podemos terminar este breve recorrido por los espigadores de la belleza y lo salvaje sin mencionar a Terrence Malick, quien fue alumno del filósofo Stanley Cavell, uno de los mayores conocedores de la obra de Thoreau y quien probablemente le transmitió esa visión poética de los bosques que aparece en algunas de sus películas. También habría que destacar Hacia las rutas salvajes (Sean Penn, 2007) que cuenta la historia real de un joven que abandonó su prometedora vida que le esperaba, tras haber estudiado con éxito en la universidad y huyó a Alaska cansado de la sociedad. La película, que se basa en el libro homónimo del periodista Jon Krakacuer, reconstruye los pasos de un joven idealista a partir del diario que dejó escrito, donde consignó la huella profunda que le dejó Thoreau. Idealistas también eran los alumnos del profesor Keating que formaban El club de los poetas muertos y que, cada vez que iniciaban su reunión, recitaban a Thoreau: «Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente?»

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