Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Verano y guerra

Hubo un tiempo en que las guerras eran cosa del verano. Durante la época invernal contiendas en plena efervescencia, proyectos bélicos sin cuento, se aplazaban y las tropas y sus generales regresaban al calor de sus hogares y castillos, sabedores de que el frío, las lluvias y el hambre que había provocado los desmanes del estío, mataban más que las flechas y las espadas. Con la llegada de la primavera, la cosa cambiaba y, nada más asomar las primeras golondrinas, los ardores guerreros despertaban y como el padre de familia que planea hoy sus vacaciones, los de la patria reanudaban las ofensivas, las razias, los asedios y todo el cúmulo de barbaridades al que nos hemos venido dedicando los humanos, desde que consideramos que las cavernas y las manadas de diplodocus de nuestros vecinos eran mejores que las nuestras. Que las guerras eran asunto veraniego lo sabían casi todos, hasta Napoleón y Hitler, aunque estos tuviesen una idea equivocada de la duración de las estaciones y llegasen a consolidar la estrategia fatal de continuar pegando tiros en invierno. Pero junio -¡ah, junio!- y julio, por ejemplo, fueron meses, hasta hace poco, ideales para ir a batirse el cobre en playas como Dunkerque (1940), Sicilia (1943) Omaha, Juno, Utah, Gold y Sword (1944), por aquello de que luchar contra el enemigo, los semejantes, fue siempre mejor, que hacerlo contra los elementos.

El estreno reciente de la última película de Christopher Nolan, Dunkerque, nos recuerda las tristes jornadas casi estivales -ocurrió en la primavera granada de 1940- que tuvieron lugar en Zuydcoote (Francia), donde un contingente de más de 400.000 soldados aliados, cayeron en una «bolsa» urdida por el ejército alemán con la única alternativa de ser masacrados por los tanques alemanes, que atacaban por tierra, esconderse en las arenas de las dunas, para evitar ser ametrallados por los stukas de la Luwtaffe, o tratar de escapar por las aguas del Canal de la Mancha, a nado. Es decir, hacia la nada. La evacuación de estos soldados fue épica y contó, no solo con la ayuda importantísima de la Royal Navy, sino con el apoyo de navíos mercantes y embarcaciones civiles que agrandaron la gesta de cuanto acabó llamándose la Operación Dinamo. Henry Verneuil, en 1964, ya nos contó en Fin de semana en Dunkerque, este tremendo suceso, intentando plasmar la paradoja cruel de ir a morir donde se iba a hacer turismo y, si se podía, a enamorarse, que era cosa también muy veraniega, tal y como trataban de demostrar Jean Paul Belmondo y Katherine Spaak. El filme de Verneuil, entre unas cosas y otras, a pesar de grandes escenas espectaculares, no contentó a nadie. El de Nolan, a juzgar por las primeras críticas, parece ser que ha dado en el clavo: es terrible, con visos de realidad impresionante, como lo fue en su momento Salvad al soldado Ryan, prefiriendo centrarse en la plástica de las imágenes, a complicarse en el apoyo de trascendentes diálogos que enreden las subtramas que, por tierra, mar y aire -nunca mejor dicho- dan un visión global de los hechos.

El cronista ya sabe dónde pasará una de estas noches de verano. Desde niño, siendo bastante cobardica, incapaz de matar a una mosca, se crió en el cine viendo películas bélicas como Fuego en la nieve ( W.A.Wellman) Guadalcanal ( L. Seiler), Arenas sangrientas ( A. Dwan) o Casco de acero ( S. Fuller), que le conducían a convertir la mesa de camilla en un «blocao» de las Ardenas o una cabaña del Pacifico y al pobre gato en el sucedáneo de un panzer o en la sombra de un kamikaze. Ni aldabonazos pacifistas como Senderos de gloria ( S. Kubrick) o L a Gran Guerra ( M. Monicelli) -una de las más grandes películas del género- han conseguido extirpar en uno, ese mórbido veneno de recrearse en la guerra que tiñe las pantallas, padeciendo horrores ajenos, cerrando los ojos ante muertes o mutilaciones, para acabar silbando, con alivio, "Levando anclas", pongamos por caso. Un problema que tendrá que tratárselo. Pero este cronista es gente tan vulgar, tan corriente, que, todavía hoy, prefiere sufrir estas agudas contradicciones, antes que hacer cola en la consulta del psiquiatra.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats