Santiago Lorenzo es, lo diré desde el principio, mi escritor español vivo favorito. Supongo que a todos nos pasa. Hay autores de prestigio que escriben libros de una calidad incuestionable, que reciben premios de manera habitual y merecida y que nos dan cada cierto tiempo muy buenos momentos como lectores... pero sin los que podríamos vivir perfectamente. Después están aquellos, casi siempre más ocultos, por los que sentimos verdadera pasión y debilidad, de los que disfrutamos absolutamente todo, hasta sus errores; tal vez porque compartimos con ellos, no sé cómo decirlo, la distancia, el enfoque, la temperatura con la que nos relacionamos con el mundo. En el cine me pasa con Berlanga; en la música, con Vainica Doble; en la literatura, con Santiago Lorenzo.
Quizá lo que más me gusta de él sea esa especie de suave e irónica extemporaneidad con la que tanto me identifico. Es el eslabón perdido (tan perdido que vive en un pueblito de Segovia, dedicado a la escritura, las manualidades y el coleccionismo de figuritas bélicas) de aquella gloriosa cadena compuesta por nombres como Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, Edgar Neville, García Pavón, Azcona, Chumy Chúmez, Mingote, José Luis Cuerda o Álex de la Iglesia. Autores muy distintos entre sí pero con esa mirada a veces ácida, a veces tierna, siempre incisiva y que podríamos llamar, si se me permite la tontería, costumbrismo surreal ibérico. Todos ellos además, en mayor o menor medida, han alternado en alguna ocasión el cine con la literatura, o viceversa.
En el caso de Lorenzo, nunca pierdo la ocasión de reivindicar esa extraña obra maestra llamada Mamá es boba (1997) que supuso su debut -y casi su despedida- en el largometraje. Película incomprendida en su momento pero que hoy, veinte años después, sorprende por tratar de una manera frontal y extravagante temas como el acoso escolar -me resisto a llamarlo bullying- o la telebasura.
Dedicado ya por completo a la literatura, hemos tenido que esperar tres años desde aquella tercera y maravillosa novela ( Las ganas) para volver a tener entre las manos una nueva entrega del que es, como ya habré dicho en alguna ocasión, mi escritor español vivo favorito y seguramente el que más suerte ha tenido con sus editores (primero Mondo Brutto, después Blackie Books, y ahora el novísimo sello Autsaider Comics), que tratan cada una de sus entregas con cariño y pasión de verdaderos fans.
Estos 9 chismes que acaba de publicar, estupendamente ilustrados por Mireia Pérez, reúnen varios relatos cortos y algunos textos inclasificables (leyendas inventadas, consejos inútiles o un listado de los más asquerosos rostros del arte universal). El libro se lee de un trago -son solo 65 páginas, muchas de ellas ilustradas-, y aunque si tengo que elegir prefiero al Santiago Lorenzo novelista que al cuentista, al menos tres de los cuentos ( Cuento de ámbito estudiantil, Pavitonta y Sus vecinos le dan pena) se cuentan entre los mejores que he leído en mucho tiempo y me han dejado deseando que, por favor, no haya que esperar otros tres años para volver a disfrutar de un nuevo libro de, no sé si lo he dicho antes, mi escritor español vivo favorito.
