Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

No hay verano sin Best Seller

Los veranos suelen tener una incidencia especial sobre la visibilidad de los libros. Se ven más libros en los espacios públicos, en los parques y jardines, en las playas, bajo el emparrado de las casas rurales. Otra cosa es que se lea más en verano y que la ausencia de trabajo convierta, por arte de birlibirloque, en lector a quién no lo es, o que aumente las ganas de leer en quién ya lo hace por obligación o hábito. El cronista no acaba de entender el asunto. Pero lo cierto es que los listados de los suplementos literarios, las campañas publicitarias de las editoriales se vuelcan recomendando «los libros del verano» junto a los anuncios que promocionan bañadores, gafas de sol o bebidas refrescantes. Y uno recuerda desde sus veranos en Francia, cuando las gasolineras regalaban novelas del inspector Maigret o tebeos de Tin Tin por llenar el depósito, y todo el mundo exhibía estas promociones con orgullo de lector consumado, hasta otros estíos más recientes aquí, en España, donde bajo las sombrillas de playas y piscinas, el personal se quemaba los ojos ante libros de Saramago, Ken Follet, Dan Brown o Jo ë l Dicker. «El personal es admirable -se decía este cronista, y no solo por lo de Saramago-, goza de veinte o treinta días de vacaciones al año, que apenas dan de sí para recuperarse de un par de resacas, varias indigestiones, otras tantas jornadas de quemaduras, intoxicaciones, e infinitas noches de baile y de verbena, sin contar las inevitables visitas a museos y parques acuáticos, y la afición por la lectura no se acaba nunca. Algo debe andar mal en las encuestas que hablan del escaso amor de los españoles por los libros».

Sea como fuera, dudas metafísicas aparte, el caso es que el influjo del verano sobre nuestros hábitos es más poderoso que el de la luna sobre los licántropos. Y, a un servidor, por ejemplo, le da, llegados los calores, por leer best sellers. ¿Qué tipo de best seller? No importa. Este, por ejemplo, de Pierre Lemaitre, que tiene ahora entre sus manos, Recursos inhumanos (Alfaguara, 2017), «Tercera edición en un mes. Ganador del Premio de Novela Negra Europa», que reza la faja publicitaria. Y como Lemaitre es autor, no solo de la serie policiaca del inspector Camille Verhoeven, sino de una novela excelente, ganadora del Goncourt, Nos vemos allá arriba, este cronista se cuela de cabeza en el libro para arrepentirse antes de llegar a la página sesenta, y comprender que, a pesar de su equivocación, no va a poder dejar de leerlo.

¿Qué ocurre con Recursos inhumanos para experimentar sentimientos tan encontrados? Nada del otro mundo. Simplemente que se trata de un best seller y está, tan magníficamente construido, tan correctamente escrito, que la historia de un ejecutivo de casi sesenta años, en paro, Alain Delambre, y la sucesión de catastróficas desgracias que le suceden, a pesar de ser cosa tan terriblemente habitual en nuestras vidas, y de no desearla verlas en la placidez del verano, le atrapa a uno de tal modo que no puede dejar de leerla. Especialmente a partir del momento en que Lemaitre se acuerda de los clásicos -de El conde de Montecristo, pongamos por caso- y nos conduce al tema universal de la Venganza: cuando Alain Delambre, perdida la dignidad, la familia y los recursos, se da cuenta que sus presuntos empleadores -una multinacional petrolífera- le está tomando miserablemente el pelo y, como un ciego con una pistola, decide mandar literalmente a la mierda a los explotadores capitalistas que le han roto la vida.

El resto, no debe saberlo el lector. Es pura acción y suspense, puro disparate, también, si nos paramos a pensar en la vertiginosa y rocambolesca resolución de la trama. Pero es tan adictiva como una jarra de gazpacho andaluz recién salida de la nevera. Un alivio para la mala uva que llevamos dentro y deseamos aplacar. Un libro que, además de sacarlo a pasear por eso del buen tiempo, se puede leer sin acordarnos de Saramago, ni de que hace años regalaban un Tin Tin por llenar el depósito de gasolina. Leer por leer. En verano, como en invierno, porque estamos un poco locos y no podemos detenernos.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats