Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Teatro

Cal y arena

Dos obras desiguales de autores prolíficos muestran los devenires del teatro valenciano actual

Ondas gravitacionales es una comedia protagonizada por un profesor, Pedro Suñer, y el hijo de un presidente, Quique Yecla, que deambulan entre la inoperancia del segundo y las teorías físicas del primero en un cruce dialéctico, que se enreda sin conducir a ninguna parte. Una pieza que pretende entretener y provocar reflexión, pero que por desgracia se queda en esa pretensión. No hay tensión dramática, el conflicto no tiene la contundencia suficiente, los personajes no producen empatía, los puntos de giro no cumplen su cometido, los recursos alegóricos brillan por su ausencia y los diálogos son un tanto insulsos. El teatro supone una visión, que nos sitúa simultáneamente ante el ser humano y su sociedad, y gira en torno a tres conceptos: conflicto, diálogo (instrumento de la acción) y personajes. El teatro muestra situaciones que permiten a los personajes, por medio de sus actitudes, someter a juicio la realidad y provocar la intervención reflexiva del lector mediante la construcción de ese juicio. Villanueva se limita a la formalización ingeniosa de una anécdota sin lograr ir más allá. A pesar de su prolífica trayectoria y de un exitoso estreno, esta pieza es un paso atrás para Villanueva y una oportunidad perdida, puesto que parece una obra corta que se ha alargado sin un buen resultado final. La crítica a la violencia en la infancia se diluye por culpa de una dosis de humor administrada en mal momento y el lector queda gravitando sobre la fábula sin descubrir el interés del enfrentamiento entre los dos personajes.

Miedo después del miedo

Shakespeare en Berlín, obra del afamado Chema Cardeña dividida en cuatro actos, transcurre en Alemania entre 1933 y 1946 y es la historia de tres amigos: Martín, su esposa Elsa y el actor judío Leo. No obstante, la crítica es tan mordaz que su trasfondo puede referirse a otros lares, otras épocas, el hombre suele repetir sus calamidades y el abuso es demasiado tentador para quien lo lleva a cabo. Estamos ante una obra, en contraposición a la anterior, que no deja al lector vacío tras su lectura, porque le emociona y le conmueve. El miedo y el egoísmo marcan la evolución de los personajes durante esos 23 años. El fin del segundo acto es premonitorio, una tormenta perfecta se avecina y en el ojo del huracán están los judíos. «Estás creando una realidad que no existe? Luego todo volverá a ser como siempre? No lo permitiremos? No vamos a vivir sometidos por nadie» son meras excusas que intentan mantener un estatus de tranquilidad, al menos aparente, bonitas palabras vacías para no tener cargo de conciencia, para mira al futuro con avaricioso optimismo, aunque los que te promocionen tengan el corazón putrefacto, la sombra tenebrosa y las manos manchadas de un plomo que quema. Los valores no valen nada y el odio solo engendra odio. Cuando Elsa afirma que «no está en nuestras manos lo que deciden otros» no solo condena a Leo, sino que se exculpa y se ampara en la atrocidad colectiva y en un anestesiado sentido de la responsabilidad.

Vicente Monsonís, en el prólogo, sostiene que «Cardeña explora la verdad de la historia para mostrar lo lejos que estamos de la verdad». El autor valenciano disecciona el interior del trío de personajes con la precisión de un bisturí shakesperiano, no sobra ninguna réplica, ninguna acotación. Y lo que esconde ese interior solo puede desentrañarlo el lector. La proliferación de erratas es un borrón injustificable en una editorial joven, que quiere abrirse paso, pero la elección de la obra editada es un acierto.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats