Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Actores tras la cámara

Actores tras la cámara

Desde los tiempos gloriosos del star system es raro el actor, convertido en estrella, que no haya protagonizado un western. La lista sería interminable, desde Gary Cooper hasta Dustin Hofman, pasando por todos los grandes de la pantalla: Gable, Fonda, Stewart, Peck, Bogart, Cagney, Newman, Redford, Lancaster, Hudson, Clifft. Encarnar a un sheriff, un cowboy, un pistolero o a otro prototipo heroico del género, fue, siempre, un incentivo para impulsar una carrera y continuar manteniendo el favor de un público siempre fiel a este tipo de películas. No es extraño que la interpretación condujese, en más de un caso, al deseo de ponerse detrás de la cámara para controlar una de aquellas historias sobre el viejo Oeste. El caso de Clint Eatswood, es uno de los más relevantes. Pero aquí nos interesa, tan solo, el de aquellos actores que «solamente una vez» se metieron en el compromiso de dirigir un western.

John Wayne, uno de los actores más carismáticos del género, en 1960, ocupó la silla del director para rodar un viejo sueño: El Alamo, un filme sobre uno de los hechos heroicos más asentados en la Historia de los jóvenes Estados Unidos. Wayne, conservador hasta la médula, reaccionario -aunque icono de honorables valores en la pantalla- eligió este tema, de obligada enseñanza en las escuelas, para contarnos el gran episodio del nacimiento de Texas. Sin entrar en la crítica histórica de aquel turbio suceso, Wayne se decantó por la épica, la acción y la emotividad. El Alamo, plagada de memorables escenas de acción, quedará, por esta razón, en el recuerdo de los espectadores, junto a la belleza de su banda sonora compuesta por Dimitry Tiomkyn.

Ese mismo año, Marlon Brando, en la cúspide de su carrera, cogió la batuta de la dirección para realizar, también, su único western: El rostro impenetrable. La razón fue puramente crematística. Stanley Kubrick que había comenzado a dirigirla, se negó a continuar en el proyecto alegando que el guión era ininteligible. Marlon, que era productor, también, del filme, y que vio como el rodaje se paralizaba, mientras tenía que pagar 250.000 dólares semanales a su amigo Karl Malden, uno de los actores contratados, se lío la manta a la cabeza y decidió asumir la dirección. Lo pasó fatal -cuenta en sus Memorias. Filmó kilómetros de celuloide sin saber lo que hacía. Entregó el material a la sala de montaje y se largó con viento fresco. Años después confesaría que El rostro impenetrable era su película preferida y que había aprendido mucho de aquella experiencia. Lo cierto es que resultó el típico western que gana con el tiempo. A su exotismo por mostrar las playas del Pacífico, se une una espléndida fotografía, unas buenas interpretaciones, una violencia casi inédita hasta ese momento, y ese «algo» indescriptible que acaba por fascinar a los buenos catadores del cine. Menos suerte tuvo su gran admirador, Jack Nicholson, en 1978, al tratar de imitar al maestro, rodando su propio western: Camino del sur. Repitiendo el histrionismo de Alguien voló sobre el nido del cuco, rodeado de algunos amigos de aquel filme -Danny DeVito y Christopher Lloid-, al viejo Jack le salió una endeble comedia solo recordada por el debut de Mary Steenburgen y la presencia del maldito John Belushi.

Este capítulo de actores metidos en la dirección, concluye, por el momento, con dos interesantes incursiones en el western. Una la protagonizada por Billy Bob Tornton llevando a la pantalla una excelente novela de Cormac McCarthy: Todos los caballos bellos (2000), una película que, de no haber sido masacrada en la postproducción -eliminando una hora casi de metraje- hubiese sido mucho mejor de lo que se vio en los cines, que fue bueno, aunque la crítica no quiso entenderlo de este modo. La otra, corrió a cargo de Ed Harris que, en Appaloosa (2008), dejó testimonio de que poseía un pulso firme y los conocimientos necesarios para ofrecernos un western más que correcto, con inquietantes personajes -interpretados por Vigo Mortensen, Renée Zellweger, y el propio Harris- que introducían matices inéditos y de mayor complejidad en los prototipos del héroe, su amigo, y la chica de turno, mostrada casi siempre como elemento decorativo. La Zellweger, en uno de los personajes más antipáticos de la historia del cine, se convertía, en Appaloosa, en el centro de la película, arbitrando, no solo entre la amistad con tintes homosexuales de los dos pistoleros, sino desencadenando todo tipo de problemas en el elenco de los «malos», liderados por Jeremy Irons. Tan solo el deseo de contar muchas cosas, como le ocurriera a Lawrence Kasdan en Silverado, impidió que el único western de Ed Harris, alcanzase una inquietante perfección.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats