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Moisés Mañas: Game Over

Moisés Mañas (Elda, 1973) expone en València vídeos y piezas que satirizan la sociedad digital y ludópata del banalizado siglo XXI

Moisés Mañas: Game Over

El entretenimiento anula su potencial al analizar sus propias estructuras. Y así, aportarnos algo más que eso, entretenimiento, o al menos eso es lo que parece revelarnos la última exposición que acoge la galería Rosa Santos, Estructuras de entretenimiento de Moisés Mañas.

Si atendemos a nuestro imaginario más próximo, pareciera que en las últimas décadas toda forma de entretenimiento, en mayor o menor medida, ha ido vinculada a la industria y a cierta idea de espectáculo. De hecho, podría decirse que de igual modo que la industria usa canales de distribución y exhibición nosotros necesitamos hacer ostensibles nuestras experiencias lúdicas, para fijar nuestras sensaciones de placer o diversión como una realidad existente. Alejadas de estos parámetros las estructuras de entretenimiento que Moisés Mañas nos propone se articulan como artefactos disidentes, donde toda idea de entretenimiento esta abocada al fracaso. Podría decirse que el juego en el que nos introduce el artista no es el de una sobrestimulación improductiva sino el de una reflexión del propio medio.

La muestra nos descubre piezas que parecen dotadas con una inteligencia artificial que induce a la emoción. Estas estructuras reflexionan sobre sí mismas y su mecanismo, estableciendo relaciones entre sus partes y el todo, que resultan sugerentes y enigmáticas para el usuario.

Esto queda reflejado en Estructura1, una escultura sonora, multimedia y autogenerativa. Esta se nos presenta como un tótem tecnológico compuesto por un trípode de metal que sostiene dos contadores. La pieza nos transporta al contrarreloj del juego, precipitándose en una carrera donde los contadores, uno en sentido creciente y otro decreciente, comparten un tiempo indescifrable. Por otro lado, las ligeras variaciones en el registro temporal de ambos producen composiciones sonoras de un bajo que nos hace reflexionar sobre los diferentes estratos de la obra y la base analógica que esta encierra.

Estructura 2, por otro lado, nos conduce desde el reconocimiento generacional al lado más icónico y fetichista del juego a través de una doble invalidación del mismo. Sobre una peana reposa una reproducción de dos joysticks fusionados en una sola pieza, una sintaxis de PlayStation y un mando Atari 2.600. La incompatibilidad de ambos anula toda posibilidad de juego. Imposibilidad a la que se suma la factura artesanal de los objetos que han sido realizados en porcelana, desencadenando de este modo su inutilidad tecnológica. Frente a esta peana se sitúa otra, donde aparecen versiones de esta misma pieza con ligeras variaciones acumuladas formulándose como repetición caótica. Esa idea de repetición se intensifica cuando el principio y el fin se confunden en la forma del bucle o la cinta de Moebius. Esta última sirve de inspiración para Estuctura 3; una escultura sonora formada con planchas de abedul finlandés que sujetas por minúsculos gatos e hilos transparentes conforman una parábola.

La fragilidad de la estructura contrasta con su monumentalidad y la solidez de su mecanismo. Una estructura que tiene un movimiento muy lento e imperceptible de dos motores paso a paso que generan tensiones en la pieza, provocando desplazamientos mecánicos y sonoros para los cuales dicha estructura actúa de altavoz. La calidez de la madera nos hace olvidar lo maquinal de la obra. Y la sencillez de su mecanismo, a la par que sofisticación, nos ofrece una experiencia que alejada de la interacción nos invita a la contemplación y audición.

Dos láminas próximas a ella nos hablan de su ingeniería. La primera de ellas despliega su fundamentación y rigor científico. De forma paralela y opuesta, en la segunda los ángulos pierden sus coordenadas y las líneas se desploman cuestionando de este modo la solidez del sistema.

Por último, nos encontramos con Estructura 4. Un videojuego proyectado que invita a la interacción. Con el manejo del joystick nos transportamos por un ecosistema virtual y abstracto de formas geométricas. La conducción con el mando trae consigo un universo sonoro hipnótico, de seductoras composiciones. Pero el contador sigue sumando y nos devuelve al mundo, con el recuento de cada colisión. Abandonamos la muestra pero aún no la hemos abandonado, la sensación de permanecer en loop nos acompaña. ¿Realmente el juego ha acabado?

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