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Séptimo Arte

En el cine de los existencialistas

Un recorrido por los referentes en la gran pantalla suscitado tras la lectura del libro de Sarah Bakewell En el café de los existencialistas

Una escena de Blade Runner.

Seguramente recordarán las palabras de Roy, el androide Nexus-6, poco antes de abandonar la vida: «Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». Mientras esperamos el estreno de la secuela, previsto para el próximo otoño, podríamos volver a ver Blade Runner en clave existencialista. ¿Pues no es en el fondo esta película una historia sobre unos replicantes que experimentan la angustia ante la muerte y que se rebelan contra ella? Me he acordado de la despedida de Roy leyendo esta confesión autobiográfica de Simone de Beauvoir: «Pienso con tristeza en todos los libros que he leído, en todos los sitios que he visto y todo el conocimiento que he amasado y que ya no estará más. Toda la música, las pinturas, la cultura, los lugares: y de repente, nada. (€) Pero esa suma única de cosas, la experiencia que he vivido, con todo su orden y toda su aleatoriedad (€) todas las cosas de las que he hablado, otras que me han quedado por contar€ no hay lugar donde todo eso pueda volver a vivir».

Esta conexión me la ha sugerido el libro de Sarah Bakewell En el café de los existencialistas. Sexo, café o cigarrillos o cuando filosofar era provocador (Ariel, 2016), una apasionante biografía coral de los principales existencialistas (Sartre, Camus, Beauvoir, Merleau-Ponty) que se remonta a sus principales fuentes de influencia: Kierkegaard, Nietzsche, Husserl y Heidegger.

Pero antes de mencionar algunas de las películas que están imbuidas de un espíritu existencialista, habría que considerar si el cine es en sí mismo existencialista, al margen de su temática o narrativa. Pues creo que el cine, por definición, es existencialista. Me explico. Si recordamos la caracterización que hacía Sartre de esta filosofía en la célebre conferencia El existencialismo es un humanismo, el autor de La náusea decía que la existencia precede a la esencia. Se invertía así el orden conceptual establecido tradicionalmente por la metafísica y la religión, para las cuales el ser humano -y, por extensión, el conjunto de la realidad-, posee una esencia universal y eterna, una naturaleza definida desde la que se despliega la vida del individuo. El cine impugna esta ontología esencialista, anteponiendo la imagen sensible a la idea inteligible: la visión existencial de las cosas y las personas fluyen en un devenir de imágenes que no se subordinan a un único significado esencial. El cine ejemplifica así el placer de existir sin propósito definido; somos testigos, de un modo vivencial, de la irreductibilidad de la singularidad y la contingencia existencial a una esencia trascendente. De su descubrimiento del cine, escribió Sartre en Las palabras: «Aquel fluir lo era todo, no era nada, era todo reducido a la nada. Asistía al delirio de un muro, los cuerpos quedaban libres de su gravedad (€) Me emocionaba la visión de lo invisible».

Además, desde un punto de vista fenomenológico, podríamos considerar la conciencia como pantalla cinematográfica donde ponemos entre paréntesis (epojé) la realidad o irrealidad de las imágenes contempladas. La fenomenología, como el cine, propone un nuevo modo de ver las cosas, pretende describir la experiencia del mundo tal y como se presentan a la conciencia antes de emitir un juicio metafísico sobre la presunta realidad de lo contemplado. Ir al cine supone también sumergirse en una experiencia fenomenológica en la que la oscuridad de la sala contribuye a fijar nuestra mirada en lo que aparece en la pantalla, al margen de del significado o interpretación que le atribuyamos a lo visto. La pantalla sería, desde este punto de vista, un simulacro de la conciencia pero que logra derribar el solipsismo subjetivo, proponiendo un espacio de proyección compartido a las miradas múltiples y anónimas que habitan la sala.

Desde estas premisas existencialistas y fenomenológicas, podemos iniciar una breve exploración de películas implícitamente influidas por dicha temática. En su libro, la filósofa Bakewell menciona películas de la década de los cincuenta que destacan el valor de la existencia auténtica, como por ejemplo Rebeldes sin causa (Nicholas Ray, 1955); la alienación existencial en La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956) y El increíble hombre menguante (Jack Arnold, 1957); o la recreación de la propia bohemia existencialista parisina de la mano de Audrey Hepburn en Una cara con ángel (Stanley Donen, 1957). Añadiría la maravillosa adaptación que Visconti hizo ese mismo año del relato de Dostoievski Noches blancas, actualizando la trama a los aires existencialistas que se respiraban entonces; sin olvidarnos de su adaptación de El extranjero de Camus en 1967.

Por otro lado, Bakewell cita algunas películas recientes que reflejan una atmósfera existencialista. Algunas distopías como El show de Truman (Peter Weir, 1998), Matrix (Lana y Lilly Wachowski, 1999), Ex Machina (Alex Garland, 2015) o la propia Blade Runner. También hallamos un existencialismo más telúrico en algunas de las películas de resonancias heideggerianas de Malick, como La delgada línea roja (1998) o El árbol de la vida (2011). Otros (anti)héroes existencialistas y nihilistas serían los protagonistas de American Beauty (Sam Mendes, 1999), Un tipo serio (Joel y Ethan Cohen, 2009), Locke (Steven Knight, 2013) o Irrational man (Woody Allen, 2015).

Quedan fuera de las referencias cinematográficas de Bakewell otros muchos títulos, que a estas alturas del artículo ya habrán reverberado en la mente del lector. También en la mía. Mi filmografía existencialista incluiría películas de Dreyer, Bergman, Fellini, Antonioni, Kubrick, Tarkovski, Paul Schrader, Kieslowski y Lars von Trier, entre otros. Dejamos fuera de campo en este escrito los biopics y adaptaciones de las obras existencialistas. Todo ello daría para otro artículo y quién sabe si también para un libro que llevase por título En el cine de los existencialistas. Mientras tanto les sugiero que lean el libro de Bakewell, aderezado con un buen café (no se pierdan la descripción fenomenológica que la autora hace del café). Y después preparen para este verano su propio ciclo de cine existencialista. Y no se olviden de acompañarlo de un cóctel de albaricoque. Como aquellos que tomaban los jóvenes Sartre y Beauvoir embriagándose de sueños fenomenológicos y existencialistas.

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