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El filósofo se hace el idiota

Aparece La expulsión de lo distinto, una nueva entrega de la crítica del pensador Byung-Chul Han al sujeto neoliberal contemporáneo

El filósofo se hace el idiota

El enésimo ensayo del filósofo berlinés de origen coreano Byung-Chul Han transita por sus habituales derroteros, que seguramente son también los nuestros. El plural en primera persona, invocado repetidamente en este opúsculo, nos sitúa en el nicho común de un sujeto adiestrado para replegarse sobre sí mismo. El autor es un filósofo muy actual, no sólo por su presencia editorial, convertida ya en costumbre; también por la obsesiva precisión con que disecciona la «modernidad tardía» y por haber cuajado las preocupaciones de muchos de sus colegas en un ensayismo contundente en sus juicios, lacónico en su sintaxis y reiterativo en sus temas, que se mueve por los lugares de la filosofía de nuestro tiempo con tanta soltura como por el cine y el arte contemporáneos. En su última entrega, La expulsión de lo distinto, insiste en sus diagnósticos sobre la «sociedad del rendimiento»: esa que, a diferencia de la sociedad disciplinaria clásica, tiene en la exigencia de libertad su instrumento de dominación y donde la violencia de los castigos ha sido desplazada por el fracaso de la depresión. Byung-Chul Han localiza en los imperativos de autooptimización y autorrealización del régimen neoliberal la fuente de una autoalienación que ha dejado obsoleta a la vieja crítica marxista. La unánime invitación a autoafirmarse («Me mato a realizarme, a optimizarme») exige el olvido radical de un sí mismo, que sólo puede construirse en relación con lo distinto.

Al igual que en La agonía del Eros, Chul Han recuerda cómo sólo «yo puedo tocarme a mí mismo gracias al contacto con el otro»; un contacto que de suyo se vuelve hoy imposible. Y atribuye las razones de esa imposibilidad a una sociedad global cuya hipercomunicación, convertida en ilusión de autotransparencia, aboca al sujeto a su vaciamiento. No es éste un libro, en primer término, sobre la exclusión de los otros formulada como fobia al extranjero, pues «en realidad al inmigrante y al refugiado se le siente más bien como una carga» que como algo ajeno. La otredad que cuenta, la originaria, sería la constitutiva de una subjetividad que hoy parece proscrita. Byung-Chul Han localiza el mayor síntoma de su ausencia en la pulsión autoproductiva del «me gusta» de las redes digitales, y propone rastrear su presencia en «el lenguaje de lo distinto», «el pensamiento del otro», «la mirada del otro», o la atención a una voz «que le devuelva a cada uno lo suyo».

La originalidad y el riesgo de su ensayo residen en el esfuerzo por sostener su armazón filosófico en los retazos de una informe ontología de la existencia. Doctorado con una tesis sobre Heidegger, la sombra del maestro de Friburgo se proyecta muy alargada, no sólo en las citas explícitas de Ser y tiempo, sino también en las de Lévinas, Handke o Paul Celan, cuyo maridaje los convierte en una suerte de liga de hombres extraordinarios frente a los males del narcisismo tardomoderno. Vincular sin resquicios la salida de sí, propia de la inmanente y antihumanista vecindad del ser heideggeriana, con la búsqueda singularmente judía de las huellas del otro, en cuanto enigma o en cuanto horizonte del poema, puede resultar persuasivo, pero también desalentador. No es que el universo Facebook no muestre su insignificancia ante la poesía enorme de Celan; pero ésta tiene que jibarizarse mucho para que sus versos, «caminos de una voz hacia un tú que atiende», se puedan incrustar en una argumentación contra internet o en un elogio del Momo escuchador de Michael Ende.

Por otro lado, puede que la otredad sólo sea recuperable tras la retirada a un nivel óntico de inmanencia que nos ponga en disposición de afrontar lo distinto. Pero paradójicamente esa disposición exige una tenacidad para aislarse del enjambre, rayana en lo impolítico. Citando a Deleuze, Byung-Chul Han parece darnos las claves de este ethos filosófico: «hacer el idiota (en sentido literal), romper con lo predominante, con lo igual, ha sido siempre una función de la filosofía». Falta saber si, además de algunos filósofos, hay algún tipo de sujeto o de comunidad de sujetos que pueda reconocerse en el desempeño de semejante función.

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